Por Paz Mata | Ilustración: Luis Moreno
04/03/2018
Cuenta Guillermo del Toro (Guadalajara, México, 1964) que desde muy pequeño soñaba a menudo con extrañas criaturas. Durante las ausencias del hogar, por motivos de trabajo, sus padres le dejaban al cargo de su abuelita. Afectado por la estricta educación católica de ésta y por la serie de televisión Más allá del límite, Del Toro desarrolló una fascinante imaginación. Años más tarde, ya de adulto, destapó esa caja mágica en la que durante décadas guardó momentos que le inspiraron y le consolaron a través de los años. De ahí salieron los espeluznantes monstruos y las memorables criaturas que el cineasta mexicano ha llevado a la pantalla de cine en los últimos años, como el diablo de El espinazo del diablo, los crueles espíritus de Crimson Peak y el ser mágico que guiaba a la protagonista en El laberinto del fauno.
Ahora, tras décadas soñando con crear una criatura anfibia que fuera lo suficientemente bella como para enamorar a una mujer, Del Toro nos trae La forma del agua. Es una bella historia de amor entre dos criaturas que, cuando se unen fuera de sus respectivos medios, son capaces de hacer vibrar cada escama o cada célula de su cuerpo.
La forma del agua
La historia la protagoniza Elisa (Sally Hawkins), una mujer muda que trabaja haciendo la limpieza de un laboratorio del gobierno, donde descubre una criatura anfibia en un tanque de agua. La limpiadora, atraída por la presencia de este ser, hace amistad con él y se enamora. El film, que ganó el León de Oro en el pasado festival de Venecia y le proporcionó a Del Toro el Globo de Oro al Mejor Director, se desmarca de sus anteriores trabajos.
“Es la primera vez que hablo como un adulto y no desde el punto de vista de un niño,” explicó el cineasta durante el encuentro en Los Ángeles con Cambio16. Sin embargo, La forma del agua está llena de referencias al violento paisaje onírico de su infancia y juventud, donde lo real y lo irreal se entrelazan, y al estado de alienación con que tanto se ha identificado el mexicano a lo largo de su filmografía.
¿Empieza una nueva etapa?
No sé si es una nueva etapa pero, sin duda, es algo nuevo. A mis 52 años me pregunté qué iba a hacer con esta película que no hubiera hecho antes. Conscientemente, decidí que quería hacer algo distinto y creo que eso se nota. Cuando ves la película te das cuenta de que es una suma de muchas cosas, una síntesis que he hecho en el pasado pero que parece que sea nueva. Mis anteriores películas eran como un repaso a la mitología de mi infancia. Ahora hablo de cosas como la empatía, el sexo y el amor, temas de adultos. He tenido que esperar al momento justo para hacer esta película.
¿Cómo supo que había llegado ese momento?
Porque después de 25 películas me encontraba maduro como cineasta para enfrentarme a este proyecto. Era un trabajo de mucha dificultad, que requería cambiar de tono continuamente. Al igual que un músico necesita practicar muchos años antes de tener oído musical, a mí me ha ocurrido lo mismo. He necesitado equivocarme muchas veces para corregir mis fallos y mejorar. Muchas películas necesitan manierismo para tener un estilo. Ésta, sin embargo, no tiene manierismo pero si un estilo real. La edad cuenta mucho. Un contador de historias, si está comprometido con su trabajo, cuanto más viejo mejor las sabe contar.
¿Quiere esto decir que ya no volverá a la infancia?
Nunca se sabe (ríe). Cada película que haces es la última película. Al menos es así como yo lo siento. Lo sentí cuando terminé Crimson Peak, que era un film para adultos. Y luego hice esta. Lo que sí creo es que el mundo ha cambiado de tal manera que era urgente que hiciera esta película. Porque ninguno de nosotros somos personas normales (ríe). Todos somos una panda de bichos raros o seres marginados. Como decía Groucho Marx, “yo no pertenecería a un club que acepta gente como yo entre sus miembros” (ríe). Uno observa y escucha al mundo de diferente manera. Luego hace lo que puede.
¿De dónde le vino la inspiración para crear al monstruo anfibio de la película?
Cuando era un niño vi El monstruo de la laguna negra y me quedé impactado al contemplar a esa criatura nadar por debajo de Julie Adams. Me quedé impresionado con esa imagen. Me pareció la cosa más bonita que jamás había visto.
Era muy pequeño y no sabía lo que era, pero algo despertó en mí. Creo que me enamoré de esa criatura, como más tarde me ocurriría con Frankenstein o con Lon Chaney en El fantasma de la ópera. Me pasaba el día dibujando esos personajes. Yo no veo a estos monstruos como unas horribles criaturas sino como seres espirituales, casi sagrados en su perfección. Yo no hago cine de horror, hago un género extraño que es muy mío. Es una especie de alquimia entre iconos y géneros. Así ha sido durante toda mi carrera.
En el film, el agua es una gran protagonista. ¿Qué conexión tiene con ese medio?
Sí, de hecho casi cada dos minutos el agua está presente de una forma u otra. En la primera escena, la protagonista está soñando estar en el agua, se levanta y lo primero que hace es hervir un huevo. Luego se masturba en la bañera, se lustra los zapatos y se va a trabajar. A partir de eso, hay lluvia en los cristales, las calles están mojadas, hay sudor y lágrimas. Hay agua por todas partes. El agua es un símbolo del amor. La forma del agua es la forma del amor. El agua no conoce forma y, sin embargo, adopta la forma que sea necesaria, rompe barreras, es maleable y suave.
¿Qué representa la criatura anfibia?
Es dios, un dios que emerge del agua, del río y que le recuerda al personaje de Sally su propia esencia.
El film habla de romper la barrera del miedo a lo desconocido y a lo distinto, a lo que no es igual a uno mismo. Un reflejo del mundo actual. ¿Es eso lo que quería contar en esta película?
Lo que dice la película es lo mismo que dicen Buda y Jesús en sus enseñanzas o lo que dicen los Beatles en su canción: “Todo lo que necesitas es amor”. Creo que todos estamos de acuerdo con eso, pero nos cuesta mucho hablar de ello. Los que hemos experimentado el amor verdadero sabemos que, cuando estás de verdad enamorado, no necesitas nada más. No necesitas halagos, una gran casa o un coche estupendo. El amor es como un ungüento para este mundo quemado en el que vivimos, un mundo increíblemente vulgar, rapaz y lleno de odio que solo se mueve por miedo y con el miedo llega el odio.
¿Le afecta, como artista, el momento político actual?
Siendo mexicano, estoy acostumbrado a vivir este clima político. Lo llevo experimentando desde hace muchos años, nunca desapareció. Es un poco lo que refleja el film, los conflictos que se vivieron en 1962, el racismo, el sexismo, siguen vigentes. Yo empecé a escribir esta película en 2011 y estos temas estaban latentes. Lo que ocurre es que ahora los vemos de forma más abierta. Lo que sí me ha impresionado es que nunca pensé que llegaría a ver una manifestación abiertamente nazi en las calles de Estados Unidos. Y eso lo hemos visto con el gobierno Trump.
Antes hablaba del efecto que tuvo en usted El monstruo de la laguna negra. ¿Qué hubiera sido de usted sin el cine?
No lo sé. Solo sé que el cine me ha salvado la vida en varias ocasiones. En los momentos más bajos en los que pensaba que nada tenía sentido o me cuestionaba qué carajo hacia yo en este mundo, veía una película y me cambiaba todo. No hablo necesariamente de una película con un mensaje profundo o una historia extraordinaria, sino de una simple comedia, un domingo por la tarde, me hacía ver la vida con otra perspectiva. En mi humilde experiencia, el cine se ha convertido en un fluido vital para mí.
Ese fluido vital del que habla el cineasta se nutre de numerosos componentes, entre ellos miles de libros, extraños y macabros artefactos, plantas grotescas, ojos de cristal, criaturas metálicas, esculturas a tamaño real de Frankenstein, todos ellos recopilados durante décadas en un museo que ha construido adosado a su casa de Los Ángeles y que bautizó con el nombre de Bleak House, en referencia a la obra de Charles Dickens.
Una réplica del museo fue el objeto de la retrospectiva que se llevó a cabo hace dos años en el Museo del Condado de Los Ángeles con el título de En casa, con los monstruos. La muestra detallaba el proceso creativo del director a través de su arte y sus influencias, contando con clips de sus películas, apuntes de sus cuadernos y unos 500 objetos personales, entre ellos esculturas, pinturas, grabados, piezas de vestuario, libros, maquetas e instalaciones, que reflejan sus fuentes de inspiración.
¿Qué significa para usted la Bleak House?
Es el lugar donde he recopilado todo lo que me ha conmovido, inspirado y consolado a través de los años. Es una muestra del enorme amor que se necesita para crear, mantener y amar los monstruos que existen en nuestras vidas.
¿Cuánto tiempo pasa en la Bleak House?
Yo diría que el 90% de mi vida. Al principio tenía una persona que me ayudaba a limpiar el polvo una vez por semana, pero se rompieron varias esculturas que me ha sido imposible remplazar y por eso ya no limpio tanto (ríe) o lo hago yo solo.
¿Qué piensa su familia del museo?
A mi esposa le gusta mucho. Pero la relación de mis hijos con el museo es más ambivalente. A mi hija pequeña le dan miedo los monstruos y se niega a entrar en la Bleak House.
Dice que pasa el 90% de su vida dedicado a su mundo fantástico. ¿Cómo organiza su día a día?
Para empezar, duermo pocas horas, tal vez cuatro a lo sumo. Me levanto muy temprano y me voy a la cama a medianoche. Leo de tres a cuatro libros y veo entre siete y nueve películas a la semana. Cuando estoy rodando una película, suelo levantarme antes del amanecer, veo una película y luego me voy al rodaje.
Trato de llegar una hora antes que el resto del equipo para preparar la escena y cuando llegan los actores, con los que he ensayado previamente, ya está todo preparado para empezar. Para mí, lo importante es estar culturalmente vivo y siempre curioso. Busco imágenes, textos y detalles de vida que luego paso a mi cuaderno de trabajo, donde dibujo y escribo mis ideas. Los mexicanos somos famosos por construir altares. Mis películas son como altares para mí, trato de que estén vivos y los lleno de detalles que voy recopilando por todo el mundo.
¿Cómo preserva la pureza y la inocencia que destilan sus películas trabajando en un mundo tan complejo como es la industria del cine?
Soy un misántropo. No me veo con mucha gente, no vivo en Hollywood ni frecuento las fiestas de Hollywood y no me gusta socializar. Mis ratos libres los paso con mi familia y un pequeño círculo de amigos, leyendo o viendo cine. Eso es lo que mantiene mi esencia intacta. Si frecuentas los ambientes de Hollywood es difícil mantener tu pureza porque empiezas a corromperte con cosas como el poder, la fama, la carrera artística.
Es una industria extraña esta del cine, porque por un lado te exige que seas tan duro como un boxeador y por otro, tan puro como un santo. Tienes que ser inocente y también un bastardo para sobrevivir en esta industria, porque tienes que lidiar con dinero, presupuestos, egos y muchas dificultades logísticas. Esa es la razón por la que suelo ver una película antes de ir a rodar. Necesito tener un momento de comunión a solas con el cine para recordarme a mí mismo que no hago cine por poder, por un actor que tiene un gran ego o por el ejecutivo del estudio que trata de imponer su criterio, lo hago por ese momento maravilloso con Buster Keaton, con Peckinpah o Kubrick.