Por José Juan Verón
13/12/2015
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¿Sirve de algo la campaña electoral?
Las campañas electorales sirven, en teoría, para que los ciudadanos conozcan a los candidatos y sus programas. Esto supone también que la decisión del voto se tome a partir de criterios exclusivamente racionales.
La realidad es distinta. Los candidatos son conocidos con antelación y en la campaña el discurso político se aleja de la explicación y se centra en el insulto, la descalificación y las propuestas populistas. Algunas teorías aseguran que se vive en una especie de campaña electoral permanente, en la que los partidos intentan desgastar al rival durante todo el tiempo. Un ejemplo reciente sería la realizada por el PP durante la última legislatura de Rodríguez Zapatero, aunque existen otros.
No se puede decir que las campañas no sirvan de nada. Se considera que en la actualidad tienen cuatro efectos importantes para los partidos. El primero es reforzar a los electores cuyo voto ya está decidido y evitar que se decanten por otra fuerza política o por la abstención. El segundo, activar a los votantes indecisos. El tercero está en convertir a los votantes de otros partidos. Y el cuarto, sería desmovilizarlos si no se ha logrado su voto.
Diversos estudios indican que los indecisos son menos del 10% de los que finalmente llegan a votar. Aunque el porcentaje no parece alto, es suficiente para decantar la balanza hacia un lado u otro e incluso para proporcionar una mayoría absoluta.
Normalmente la campaña la gana quien es capaz de centrar el debate en aquellas cuestiones que le interesan en cada momento y consigue evitar las que le perjudican (terrorismo, tensiones nacionalistas, economía, corrupción, etc.). Es decir, que si no sucede algún hecho extraordinario (como en 2004), las campañas son necesarias e importantes, pero no decisivas.
Los nuevos votantes, el cambio de la sociedad española
En las elecciones del 20 de diciembre podrán ejercer su derecho al voto por primera vez en unas generales 1.583.560 españoles, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Un número importante como para que los partidos traten de buscar su voto.
Se trata de un grupo -jóvenes entre 18 y 24 años- que mayoritariamente no tiene adscripción a fuerzas políticas, que no se rige por las lógicas tradicionales y cuyo interés por la política es escaso en términos generales. Por ello, los partidos consideran que obtener su voto es especialmente importante, ya que confían en que esta primera decisión pueda condicionar o comprometer también el de futuras citas electorales.
El estudio que el CIS dedica a este grupo indica que su intención de voto ha variado entre enero y diciembre de 2015. Si en enero la fuerza favorita entre los jóvenes era Podemos con un 37,2% (intención de voto más simpatía), en diciembre esta formación obtenía el 10,2%. El PSOE, un 11,2% frente al 17,4% de enero. Mientras el PP pasa de un 4,7% en enero a un 9,9% en diciembre; y Ciudadanos, que en enero tenía un 9,1% y en diciembre alcanza un 14,2%.
La creciente movilidad del voto
Este ciclo electoral se caracteriza por la fuerte volatilidad del voto. De acuerdo con el barómetro del CIS, en diciembre un 41,6% de los ciudadanos no tenía decidido su voto o no contestaba a la pregunta o se inclinaba por el voto en blanco.
La tónica es similar a la de las europeas de 2014 y a las autonómicas y municipales de 2015, pero en generales es necesario remontarse hasta 1982, cuando este dato era del 42%.
La volatilidad viene marcada, además, por una baja fidelidad de voto.
Las dudas basculan principalmente entre optar por el PP o por Ciudadanos (11%); entre PSOE o Ciudadanos (9,1%); entre PP y PSOE (9%); entre PSOE y Podemos (7,7%) y finalmente entre Ciudadanos y Podemos (6,6%).
El (casi imposible) voto español en el extranjero
El censo de españoles en el extranjero con derecho a voto es de 1,8 millones de personas (5% del censo electoral total), 400.000 más que en 2011, según los últimos datos disponibles en el INE (agosto de 2015). Son los nacidos en España que han emigrado por distintos motivos y los descendientes directos de emigrantes y que residen en países con los que existen acuerdos de doble nacionalidad.
Los países desde donde más votantes registrados hay son Argentina (392.000), Francia (195.000) y Venezuela (159.000). Entre 12 países suman el 82% del Censo Electoral de Residentes Ausentes, en el que se deben inscribir para conservar el derecho al voto. Además, existe el registro de Españoles Residentes Temporalmente Ausentes.
Desde la reforma de la Ley Electoral de 2011, pactada por PSOE y PP, este colectivo no ha dejado de denunciar trabas para ejercer su derecho al voto. La participación de los españoles en el extranjero pasó de un 31,7% en las generales de 2008 antes de la reforma legal a un 4,95% en 2011, tras la reforma.
Tradicionalmente, el partido que más votos ha obtenido entre los españoles residentes en el extranjero en elecciones generales ha sido el PSOE, salvo en 2004 que fue el PP.
Qué es la Ley d’Hondt
La forma de asignar escaños en España se conoce como método d’Hondt, recogido en la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (1985). Es un sistema proporcional que funciona bien en grandes circunscripciones y genera resultados desproporcionados a favor de las fuerzas más votadas en las pequeñas, algo que se consideró apropiado en su momento para favorecer la existencia de grandes fuerzas políticas que pudieran garantizar la gobernabilidad.
Desde el punto de vista técnico es sencillo pero laborioso, se calcula al dividir el número de votos recibidos por un partido por la cuota de distribución.
Suponiendo que hay cuatro partidos y seis escaños en juego (Tarragona, Córdoba, Girona, Guipúzcoa, Toledo, Almería, Badajoz y Jaén los tienen), se dividen los votos a cada partido sucesivamente por 1, 2, 3, 4…; se otorgan los escaños a las casillas que obtienen el cociente mayor:
La fórmula favorece a los partidos grandes porque con más votos es posible obtener más escaños adicionales (en la tabla que sirve de ejemplo, el Partido A tiene el doble de votos pero el triple de escaños que el Partido C; el Partido B tiene el doble de escaños pero no el doble de votos que el Partido C).
Existen otros sistemas de asignación proporcional de escaños, cuyos resultados no distan apenas si no llevan consigo una reforma en el tamaño de las circunscripciones.
La clave de las pequeñas circunscripciones
El principal factor que hace que un sistema sea más o menos proporcional es el tamaño de las circunscripciones (que en España coinciden con las provincias, en términos generales), el número de escaños que se reparten y no tanto el sistema de reparto. Cuando los distritos son pequeños la proporcionalidad es más difícil de conseguir. Además, en el caso español se suma la existencia de un umbral del 3%, que es el porcentaje mínimo de votos que una candidatura debe conseguir para poder optar a obtener representación. Si el umbral fuera más alto, la proporcionalidad sería menor.
En España, casi la mitad de los diputados (172 de 350) se asignan en circunscripciones de siete diputados o menos.
Esta circunstancia se ideó en su momento para favorecer la descentralización de las estructuras de los partidos y democratizar la elección interna de los candidatos, también para evitar que los territorios con poco peso demográfico no se vieran representados, para favorecer la representación de las minorías que pueden concentrarse en un territorio (principalmente nacionalismos y regionalismos) y también como una forma de ganar en proximidad a los electores.
Cómo interpretar la participación
Existen algunas teorías sobre a quiénes favorece o perjudica el hecho de que exista una mayor o menor participación. No obstante, hay cierto consenso en que aumenta significativamente la participación cuando hay una expectativa de que pueda producirse un cambio político (sucedió en 1982, con casi un 80% de participación) o también cuando se hace evidente que una parte del electorado se encuentra especialmente movilizada y la otra parte reacciona de la misma manera por medio. Esto último sucedió hace pocos meses en las últimas elecciones catalanas, por ejemplo, y es un fenómeno relativamente poco habitual.
La baja participación, según algunos estudios, en España suele favorecer a los partidos más conservadores (principalmente el PP) y que, hasta la fecha, han demostrado tener un electorado más fiel. Otros estudios apuntan a que una baja participación es favorable para aquellos que se encuentran en el poder en ese momento.
Las circunscripciones que marcan las elecciones
En España no existen, como sucede en Estados Unidos, circunscripciones o estados que den la llave de unas elecciones, pero hay fenómenos significativos que marcan las tendencias. Así, desde 1977 en todas las convocatorias generales ha sucedido que el vencedor en el conjunto de las tres provincias aragonesas (Zaragoza, Huesca y Teruel), en donde se asignan 13 escaños ha coincidido con el partido vencedor a nivel nacional. El fenómeno ha servido incluso de punto de partida para un grupo de sociólogos y politólogos que han editado un libro titulado así: Aragón es nuestro Ohio (Malpaso ediciones).
Las razones están en que esta comunidad autónoma es una especie de microcosmos electoral español, con un ámbito urbano y rural que a la hora de la asignación del voto se traduce en una circunscripción más grande y dos pequeñas.
La nueva situación ha llevado a que algunos partidos centren sus estrategias en ciertas provincias estratégicas. Así, el PP concentra fuerzas en los lugares en donde tiene en liza diputados con Ciudadanos, de modo que pueda sacar la máxima rentabilidad en escaños a sus resultados electorales. En esta línea, los territorios clave para el PP en estas elecciones son Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Málaga, Zaragoza, Alicante, Murcia, A Coruña y Baleares.
Voto en blanco, nulo y abstención
No es lo mismo votar en blanco que introducir un voto nulo en la urna o abstenerse, cada una de estas opciones tiene un significado y unas consecuencias en el sistema democrático.
El voto en blanco consiste en introducir en la urna un sobre vacío. Tiene la significación de que el elector quiere votar pero no encuentra ninguna fuerza que le represente. Se trata de un gesto de protesta. Este voto es válido y tiene valor a todos los efectos, puesto que entra en el reparto de diputados. Como suelen ser un porcentaje bajo, habitualmente perjudica a los partidos que obtienen menos votos.
Por otro lado, el voto nulo es aquel que contiene tachones, comentarios o dibujos, que está roto o defectuoso, etc. Por ejemplo, es habitual encontrar votos en los que está tachado algún nombre de una lista. En estos casos, dado que se trata de listas cerradas, se considera nulo. Es también una forma de protesta personal en el proceso electoral. Estos votos, como su nombre indica, son anulados y no entran en el proceso de asignación.
Abstenerse es simplemente no ir a votar. Este comportamiento puede tener varias interpretaciones como un acto de protesta contra el sistema por no creer en el mismo, como hartazgo de la situación o como pasotismo, principalmente. Detrás de una elevada abstención existe descontento social, en cualquier caso. La abstención, en sentido técnico, implica aceptar la votación de la mayoría, dado que no tiene efecto alguno en la asignación de escaños.