Estas noches han sido ambiguas.
Me voy a dormir viendo las votaciones de la ONU, las casas destruidas, la palomita que no quiere hacerse dos en el celular de mi amigo acapulqueño.
Me quedé sin señal. Sin palabras. Sin explicaciones. Me quedé también sin cansancio, sin indiferencia, sin nada que decir, con poco que hacer. Tal vez ir al súper a comprar víveres, mandar un donativo, escribir a los amigos, abrir y cerrar las Apps donde todo lo nuevo parece viejo.
Es una noche larga donde mi feed de YouTube juega como trasfondo. Un video de guerra, otro del Torneo Internacional de Póker, otro de un tour por un yate de 20 millones, otro de la tormenta que se avecina. El que explica la guerra de un lado, el que la explica del otro. El que la explica de todos los lados. Le ponen música y animaciones. Mapas dinámicos y banderas que aparentan explicar algo. Pero como la noche y el día, los contrarios se terminan pareciendo demasiado entre ellos. No soy el de antes, no soy el de siempre.
Veo a mi esposa llorar y le agradezco.
Gracias a todos los que lloran.
Sus lágrimas me hacen sentir que sí existe la realidad. Me hacen ver que este sufrimiento es de verdad sufrimiento y no una plana normalidad. Lloran y yo veo en sus lágrimas el reflejo de que el mundo está vivo y muerto al mismo tiempo, yo estoy vivo y muerto al mismo tiempo, y la mejor respuesta que quiero tener no es la de buscar comprenderlo, sino sentirlo.
Anhelo sentir.
Anhelo llorar.
Llorar la pérdida, la tragedia, el despojamiento. No de los bienes materiales, ni siquiera de las vidas mismas, sino el despojamiento total de la creencia de que el equilibrio, la estabilidad y el sosiego, son posibles.
No lo queremos decir, pero muchos de nosotros sabemos secretamente que las cosas se van a poner peor. Siempre han estado peor, pero no lo hemos visto. Y no me refiero solo a la geopolítica, esa siempre es fea, aunque hemos hecho mucho para ocultarlo. Me refiero a que nuestra normalidad insensible nos tiene desconectados de la continua fragilidad, pero nos hemos convencido de que estamos parados en tierras firmes y duraderas. La convicción se ha sentido tan real solo porque hemos aprendido a vivir sin sentir.
Y no quiero hablar en tercera persona.
Cuidado con los que creemos tener respuestas sobre cómo solucionar las cosas. Mucho cuidado con los que quieren salvar o informar al mundo acerca de lo que es el mundo. Cuidado conmigo. Solo soy un ser más, herido, confundido, anhelando los abrazos que me faltaron cuando era bebé.
Parece que vivo en un mundo en el que ninguno de nosotros fuimos sostenidos lo suficiente. No hay brazos suficientes que sostengan la fragilidad infinita que somos. Y aunque hoy abracemos a nuestros bebés con toda nuestra fuerza, los que abrazamos también estamos rotos.
Pero mírame otra vez creyendo decir algo con mis palabras. Tal vez solo para evitar decir que me duele no estar sintiendo. Me duele, me aculpa estar medio adormilado. Enterado de las situaciones, leyendo noticias, pero ultimadamente anestesiado porque mis lágrimas no fluyen. Mis mocos están atorados, mis gritos se quedaron sin gas. Todas mis células parecen haber entrado en una hibernación. Y solo es incómoda porque nunca me había pasado.
Quiero ver el video del yate de 20 millones y llorar. El video de la masacre y llorar. El video de los políticos gritándose nombres y citando leyes o intereses electorales, y llorar.
Llorar tan solo por imaginarme viéndome al espejo sin poder hacerlo.
Esta es de las primeras veces que siento un System Overload en mi cuerpo social y planetario.
En otros momentos, he colapsado en ataques de ansiedad por cosas que me sucedían a mí, pero ahora siento como suceden en mi cuerpo social y planetario, y mi sistema está saturado. Mis categorías mentales no pueden acomodar los acontecimientos y necesito de un cuerpo más completo para entrar de lleno en estas emociones. Necesito 100 corazones y 100 pares de brazos para sentir en mis músculos el tamaño de lo que soy y de lo que se espejea de lo que soy en todo lo que tengo enfrente.
Me imagino sintiendo esto con los árboles que soy, como si esos troncos gigantes fueran las pequeñas extremidades de mi sistema nervioso. Como si esa parvada que revolotea sobre el mar fueran las luces de la intuición que reclamo como mía, y me alimenta, mientras ve a uno de los suyos quedarse atrás.
Necesito más cuerpos, no para procesar las emociones y dolerlas y soltarlas, sino porque quiero pensar que me acerco a algún momento donde voy a decidir cargar con todo lo que soy y vivir desde ahí de ahora en adelante. Siendo el pájaro de la parvada y el que se queda atrás al mismo tiempo.
Los humanos de hoy llevamos las guerras en los bolsillos. No nos queda de otra. Los nuevos humanos, me imagino, debemos decidir llevarlas en los bolsillos y en el corazón al mismo tiempo. Elegir este mundo, a cada paso, con todo lo que eso conlleva. Elegir hacer el amor después del funeral. Hacerlo durante el funeral.
Decidir entrar a sentir un mundo que siempre está vivo y muerto, y que, aunque yo tenga YouTube Premium, o unas vacaciones en la playa, o un coche y muchos amigos, mi planeta mi comunidad global, mi yo múltiple de identidades y tiempos, está hecho de despojamientos. Nos creamos y destruimos en un segundo. Tan arbitrariamente como cuando un mosquito se detiene más de un segundo en tu piel y con un roce intencional y al mismo tiempo desapercibido, desaparece.
Solo quiero sentirlo. Porque explicarlo es imposible. Explicarlo se ha vuelto parte del problema. Si habrá nuevos humanos y algún tipo de paz social o ecológica se tendrá que re-iniciar solo desde las emociones. La paz, mismo la paz interna o la paz en nuestro matrimonio o en la escuela de nuestros hijos, empieza desde un lugar fuera de toda historia e interpretación.
Llorar es lo que me separa de la máquina en la que me he convertido. La que produce historias sin parar y dejó de sentir.
Escribo esto desnudo en bata, acostado en un sillón en un Spa de lujo. Me acaban de traer un agua verde y estoy por meterme al sauna. A mi alrededor fluye el agua en una fuente relajante y escucho un playlist de flautas suaves. Soy esto y también soy el papá que en este segundo le están matando a su hijo.
Pero lo digo y no siento nada. Por eso no quiero decir, solo pensar en mi esposa viendo su feed de Instagram llorando, sin decir nada.
Llorar cuando el de la farmacia te agradece por estar comprando 50 cajas de metformina para mandar a los damnificados. Cuando el viene-viene te ayuda a cargar las cajas de pañales y te dice dios te bendiga, llorar cuando mi hija me jala de la manga para que le ponga atención, y mi atención, realmente no está en ninguna parte.
Incapacidad de llorar
Incapacidad de estar.
Incapacidad de ser, tal vez.
Nunca abro mi WhatsApp mientras escribo, pero ahora lo abrí y me entero de que el esposo de una querida amiga, un cuate de mi edad, acaba de morir hace unas pocas horas de un infarto. Nadie sabe que pasó.
¿Dónde puedo meter esto? ¿En qué lenguaje, narrativa, filosofía, dios, puedo meter esto?
Por favor, denme la fuerza de llorar. Es la única que pido.