Google es como nuestro nuevo mejor amigo. Le contamos todo acerca de nuestras vidas, desde si nos sentimos enfermos hasta cuando queremos saber dónde encontrar el calzado de moda. Pero parece que aquí se cumple aquello de que “el amor y el interés se fueron al campo un día”. Hoy se sabe que la venta de datos personales es un mercado que mueve unos 15.000 millones de dólares al año.
“Google es la mayor agencia de publicidad del mundo”, sostiene David Gómez-Ullate Oteiza, investigador en la Universidad de Cádiz y coautor del libro Big data de la colección ¿Qué sabemos de? (CSIC-Catarata).
“Facebook y Twitter siguen el mismo modelo de negocio: ofrecen una plataforma para que voluntariamente les entreguemos una cantidad inimaginable de datos personales gracias a los cuales pueden afinar campañas de publicidad muy orientadas a su público objetivo”, apunta.
En un artículo, Gómez-Ullate plantea lo que muchos nos hemos preguntado alguna vez. ¿Cómo sobreviven estas grandes compañías que ofrecen tantos servicios gratuitamente? “En Internet, cuando no sabes cuál es el producto, entonces el producto eres tú”, responde.
Google nos conoce mejor que nuestras madres
Internet se ha convertido en un gran espacio en el cual podemos encontrar un gestor de correo electrónico con grandes capacidades; una plataforma como WhatsApp para conversar con amigos o para encontrar a antiguos compañeros de clase, como Facebook; o para leer noticias en periódicos en línea gratuitos.
«A cambio recopila una cantidad de datos tan inmensa que probablemente hace que Google nos conozca mejor que nosotros mismos”, dice Gómez-Ullate. Desde qué auto nos queremos comprar hasta esa pasión oculta que no hemos confesado a nadie lo consultamos en Internet.
Con esta ingente cantidad de datos la publicidad digital puede ser muy precisa. Logra “impactar a la persona escogida en el lugar y momento adecuados”. Los anuncios tradicionales en televisión, por ejemplo, solo permiten segmentar el público objetivo por franja horaria o asociado a ciertos programas.
Cada vez que cargamos la página de un diario para leer las noticias, vemos que se despliega un banner publicitario. Esa acción “depende de una compleja subasta (RTB, Real Time Bidding) en la que distintos algoritmos pujan por mostrarnos su anuncio en función de cuánto piensen que nuestro perfil se adapta al producto que desean vender”.
Agrega el investigador que todo esto ocurre en la fracción de segundo que tarda el navegador en cargar la página: «Obviamente, estos algoritmos emplean toda la información que puedan adquirir sobre quién está al otro lado del ordenador para afinar los modelos. Más información implica modelos más precisos y mayor rendimiento de la inversión en publicidad”.
Las letras pequeñas que nunca leemos
Con Internet pasa algo similar a lo que nos ocurre con las letras pequeñas de los contratos. Nunca las leemos. Cada vez que abrimos una página aparece un texto al que pocas veces prestamos atención. “Utilizamos cookies de terceros para generar estadísticas de audiencia y mostrar publicidad personalizada analizando tu navegación. Si sigues navegando estarás aceptando su uso. Más información…”, dicen, en términos generales, esos textos.
Así, las empresas salvan su responsabilidad ante el hecho de que la información que dejes puede ser rastreada para conocer tus gustos y posteriormente venderte publicidad. Hay empresas que se dedican a recoger, procesar y vender esos datos personales. Un nuevo y floreciente mercado a través de Google, nuestro nuevo mejor amigo, que mueve unos 15.000 millones de dólares anuales.
Una es Big Data, al frente de la cual se encuentra el físico argentino Mat Travizano. Su negocio consiste en traducir en datos con valor económicos toda esa información que dejamos los usuarios en Internet. “Los anunciantes compran dos cosas: tus datos, para tener el target lo más preciso posible; y espacio en tu pantalla. Pagan 60% por los datos y 40% por el espacio”, añade Travizano.
Google, nuestro nuevo mejor amigo, y su negocio
“Los datos se pagan a un precio elevadísimo, son el negocio de Internet”, precisa Juan Francisco Jiménez Jacinto, director académico del Máster Universitario en Comunicación Digital y Nuevas Tecnologías de la Universitat Abat Oliba CEU, Barcelona, España.
Cuando en 2006 Google compró Youtube por 1.650 millones de dólares, en realidad «estaba pagando por los millones de usuarios que acudían diariamente a esa plataforma a crear y consumir contenidos multimedia. En aquel entonces Youtube contaba con 30 millones de visitantes únicos al mes y difundía alrededor de 100 millones de vídeos cada día”.
Lo mismo pasó cuando Facebook adquirió en 2014, por 21.800 millones de dólares, una empresa de mensajería con apenas 50 empleados: WhatsApp. “Facebook no pagaba por la estructura, sino por su base de datos de más de 600 millones de usuarios que utilizaban la aplicación para comunicarse entre ellos”, asegura.
Otros gigantes tecnológicos han dado pasos similares. Microsoft adquirió las redes sociales profesionales LinkedIn y Yammer (26.200 y 1.200 millones de dólares respectivamente); Yahoo se apropió de Tumblr (1.100 millones de dólares); y de nuevo Facebook, que también compró la red social de moda, Instagram, por 730 millones de dólares.
Hasta ahora es solo una técnica que busca mejorar el mercadeo para que los productos lleguen de manera más precisa a los potenciales compradores. Pero también la pueden usar los gobiernos y vulnerar el derecho a la privacidad de los ciudadanos. Ya lo denunció en su momento Edward Snowden, el exanalista de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos.
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