Giorgio Morandi (Bolonia, 1890-1964), uno de los artistas más significativos e inclasificables en la historia del arte del siglo XX, apenas viajó fuera de Italia y permaneció casi toda su vida en su casa-taller de la Via Fondazza en Bolonia. Allí abordó un trabajo en el que los objetos cotidianos, las flores y el paisaje se convirtieron en protagonistas. Morandi. Resonancia infinita hace un recorrido retrospectivo por su obra.
Hace tiempo que Fundación MAPFRE organiza exposiciones centradas en desentrañar los caminos que conducen al arte contemporáneo. Tras sucesivas muestras que trataban sobre la evolución del arte italiano a través de distintos movimientos colectivos —Macchiaioli. Realismo impresionista en Italia (2013), a la que le siguió Del divisionismo al futurismo. El arte italiano hacia la modernidad (2016) y Retorno a la belleza. Obras maestras del arte italiano de entreguerras (2017)—, la fundación se ha centrado en artistas que, de forma individual, han desarrollado un lenguaje propio; es el caso de Boldini y la pintura española a finales del siglo XIX. El espíritu de una época, celebrada en 2019.
En esta ocasión, su producción está acompañada por una cuidada selección de obras de artistas contemporáneos que han sabido establecer con su práctica artística un fecundo diálogo con el maestro boloñés. Artista entre artistas, Morandi es reconocido internacionalmente como una de las figuras clave en el desarrollo del arte contemporáneo.
La exposición se
podrá visitar hasta
el 9 de enero 2022 en la Sala Recoletos de
Fundación MAPFRE,
Madrid
Son 109 obras de Giorgio Morandi y 26 obras de 20 artistas contemporáneos: Alfredo Alcaín, Juan José Aquerreta, Carlo Benvenuto, Dis Berlin, Bertozzi & Cassoni, Lawrence Carroll, Tony Cragg, Tacita Dean, Ada Duker, Andrea Facco, Alexandre Hollan, Joel Meyerowitz, Luigi Ontani, Gerardo Rueda, Alessandro Taiana, Riccardo Taiana, Franco Vimercati, Edmund de Waal, Catherine Wagner y Rachel Whiteread.
En 2021, el pintor Giorgio Morandi centra la atención
Maestro de maestros, fue uno de los más significativos, inclasificables y desafiantes artistas de la historia del arte del siglo XX. Nacido en Bolonia en 1890, se forma entre 1907 y 1913 en la Academia de Bellas Artes de dicha ciudad, donde desarrolla su inclinación por el impresionismo y postimpresionismo, así como por el cubismo impulsado por Georges Braque y Pablo Picasso.
Hacia 1913 comienza a frecuentar los círculos futuristas. Conoce a Umberto Boccioni y a Carlo Carrà en Florencia y Bolonia, y participa en la Esposizione libera futurista internazionale en la Galleria Sprovieri de Roma. En 1915, al estallar la Primera Guerra Mundial, es llamado a filas, pero cae gravemente enfermo y pronto es licenciado. A su vuelta, destruye buena parte de su obra.
Entre 1918 y 1919 pasa unos meses en Ferrara con Carrà y Giorgio de Chirico, y se adentra en el mundo de la pintura metafísica, pero a partir de 1920 se aísla en su casa-taller de la Via Fondazza, en Bolonia, donde aborda un lenguaje pictórico absolutamente personal, enfocado sobre todo a los géneros de la naturaleza muerta y el paisaje. Cultiva asimismo el grabado y el dibujo, y desde 1930 hasta 1956 imparte clases como profesor de técnicas de grabado en la Academia de Bellas Artes de Bolonia. Fallece en su ciudad natal en 1964.
EL LENGUAJE DE LA PINTURA
Tras abandonar definitivamente toda tendencia o moda, y alejarse de los movimientos de vanguardia, Morandi encontró en los objetos que le rodeaban el hilo conductor de una poética coherente, en apariencia inmóvil y siempre igual a sí misma, pero, en realidad, recorrida por pequeñas variaciones en función de la paleta de color que utiliza y los cambios de luz en el ambiente.
Las botellas, las jarras y jarrones y los paisajes resultan un lugar fecundo en el que desarrollar un lenguaje que busca una relación directa con la realidad. En las obras de Morandi parece que son las propias cosas las que hablan el lenguaje de la pintura. Trata de captar la realidad de la manera más fiel posible a través de su personal poética, silenciosa y suspendida, que construye por medio de la luz, el color y los valores volumétricos. En este camino trabaja en obras en las que parece no haber nada más que lo que la pintura muestra: formas básicas y puras, lo que confiere una fuerte sensación de irrealidad a sus composiciones.
Hoy es compartido por críticos e historiadores que el legado de Morandi se ha convertido en piedra de toque del arte contemporáneo. Su influencia se extiende a un amplio abanico de artistas de distintas sensibilidades que han sabido, cada uno desde su propia técnica y medio, interpretar su repertorio expresivo para encontrar en su lenguaje respuestas a las preguntas de nuestro tiempo. Son numerosos los artistas, escritores y cineastas dentro y fuera de nuestras fronteras que hoy continúan estableciendo un diálogo con ‘el alma’ de la obra del maestro italiano. La exposición que presentamos muestra esta relación a través de las obras de Joel Meyerowitz, Tacita Dean, Edmund de Waal, Alfredo Alcaín o Gerardo Rueda, por citar solo algunos.
A lo largo de la exposición el visitante encontrará una selección de obras de artistas contemporáneos que, desde distintos medios (fotografía, pintura, escultura y cerámica principalmente), han sabido establecer un diálogo con el lenguaje del pintor italiano
La exposición realiza un amplio recorrido por la producción morandiana a través de siete secciones en las que se abordan todos los temas queridos por el artista, fundamentalmente naturalezas muertas, paisajes y jarrones con flores. Al inicio del discurso que desgrana la muestra destacan Autorretrato y Bañistas, dos de los escasos ejemplos de la representación de la figura humana en su producción. Además, a lo largo de la exposición el visitante encontrará, en diálogo con las obras del maestro boloñés, la selección ya referida de trabajos de artistas contemporáneos que han recibido su influencia.
La muestra cuenta con préstamos de numerosas colecciones particulares e instituciones internacionales, entre las que destacar el Museo Morandi, Bolonia; la Fondazione Magnani-Rocca, Mamiano di Traversetolo, Parma; la Collezione Augusto e Francesca Giovanardi, Milán; la Pinacoteca di Brera, Milán; la Collezione Panza, Varese; la Kunstsammlung Nordrhein-Westfalen, Düsseldorf; el Kunst Museum de Winterthur; el Centre George Pompidou, París o el Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid, entre otros.
Naturaleza muerta, Flores o Paisaje; títulos sin implicación alguna de extrañeza o irrealidad fantástica. Sea o no real la intención de Morandi de no alinearse con la metafísica, no se puede obviar que su indagación formal se traduce en estos años en un acercamiento a esta tendencia.
LOS INICIOS
La renovación de los géneros tradicionales por parte del impresionismo y en concreto de Cézanne, interpretados a partir de una simplificación geométrica de forma y espacio, se convirtió en una de las constantes del arte de Morandi. Es el caso de Naturaleza muerta, de 1914, en la que representa algunos objetos sobre una cómoda, vistos desde arriba, en un estilo a medio camino entre el cubismo de Picasso y Braque y el tratamiento que ofrece a sus motivos el pintor de Aix.
Lo mismo sucede con Paisaje, de 1913 y Paisaje (El bosque), del año siguiente, que además constituye uno de los primeros estudios del natural que el artista italiano realiza en Grizzana, el pequeño pueblo de los Apeninos de Bolonia que frecuenta junto a su familia a partir del verano de 1913. Bañistas, de 1915, es otro de los claros ejemplos de la influencia del maestro francés en Morandi. Existen tres versiones de esta tela, en la que el artista presenta unos cuerpos sinuosos en consonancia con los floreros que elaborará años después, y cierra la composición con una serie de árboles frondosos, que parecen no caber en el lienzo. Da la sensación de que, con los motivos, el artista construye un muro, al igual que ocurrirá en muchos de sus bodegones a partir de 1930.
ENCANTAMIENTOS METAFÍSICOS
Al finalizar la Primera Guerra Mundial, los intereses de Morandi se dirigieron a la llamada ‘pintura metafísica’, que conoce a través de la revista Valori Plastici (1918- 1921), de Mario Broglio. Tras compartir unos meses en Ravenna con Giorgio de Chirico y Carlo Carrà, su obra se pobló de maniquíes, esferas y elementos geométricos propios del nuevo estilo. Mientras que De Chirico y Carrà centran el misterio de su pintura en la magia que destilan objetos aparentemente discordes colocados unos junto a otros, sin una lógica aparente, Morandi siempre defendió otro punto de vista.
Los cuadros de este período son, según sus propias palabras, “puras naturalezas muertas y nunca pretenden sugerir consideraciones metafísicas, surrealistas, psicológicas o literarias. Mis maniquíes de sastre, por ejemplo, son objetos como cualesquiera otros y nunca los elegí para que sugirieran representaciones simbólicas de seres humanos, o caracteres legendarios o mitológicos. Los títulos que daba a esos cuadros eran convencionales, como, por ejemplo, Naturaleza muerta, Flores o Paisaje; títulos sin implicación alguna de extrañeza o irrealidad fantástica”.
Sea o no real la intención de Morandi de no alinearse con la metafísica, no se puede obviar que su indagación formal se traduce en estos años en un acercamiento a esta tendencia. Además, este tipo de pintura pura y sintética coincide con la línea de investigación impulsada por Valori Plastici y su mirada a los maestros italianos de los siglos XIX-XV —Giotto, Masaccio y Paolo Ucello—, hasta el punto de que respecto a la Naturaleza muerta de la Pinacoteca di Brera, en la que los objetos aparecen tumbados sobre la mesa, Francesco Arcangeli llegó a destacar la similitud con las “armas que cubren el suelo, creando la perspectiva, en las batallas de Paolo Uccello”.
El impresionismo cambió el modo de mirar, y además recuperó los géneros considerados ‘menores’, como el paisaje y la naturaleza muerta, que durante años habían permanecido en el olvido. En sus estudios de flores, Morandi dirige la mirada a Renoir y trabaja en este tipo de composiciones de manera tradicional.
PAISAJES DE DURACIÓN INFINITA
Junto con la naturaleza muerta, el paisaje es el otro género más cultivado por Morandi. Ambos son los que mejor se prestan a una representación directa de la realidad, el más importante de los fundamentos de la poética morandiana. A lo largo de su carrera, Morandi reprodujo dos tipos de paisajes muy queridos por él. Por un lado, los alrededores de Grizzana, una aldea en los Apeninos, entre la Toscana y Emilia-Romaña, y por otro, el patio que se veía desde la ventana de su estudio de la Via Fondazza en Bolonia, motivo que abordó a partir de 1944, tras haber dejado de lado casi por completo este género; muestra de ello es Patio de la Via Fondazza, de 1954.
Respecto a los primeros, en Grizzana, siguen el esquema de Cézanne en sus famosas vistas de la montaña Sainte-Victoire, obras reproducidas en diversas revistas italianas en los años veinte y treinta. Uno de los ejemplos más significativos es el Paisaje de la colección Giovanardi, fechado en 1928 y en el que Morandi repite, con alguna variación, una composición del año anterior. El tratamiento de este género es similar al que otorga a sus bodegones: pocos trazos que insinúan un camino apuntan la forma de los árboles, las casas y las colinas, como si estuviera construyendo una Italia detenida, en silencio, eterna.
EL PERFUME NEGADO
Como es sabido, el impresionismo cambió el modo de mirar, y además recuperó los géneros considerados ‘menores’, como el paisaje y la naturaleza muerta, que durante años habían permanecido en el olvido. En sus estudios de flores, Morandi dirige la mirada a Renoir y trabaja en este tipo de composiciones de manera tradicional. Flores, de 1952, presenta un jarrón que destaca por su verticalidad, en contraposición con la horizontal que marca el lugar en el que está apoyado, en lo que resulta un equilibrio algo inestable.
A pesar de la simplicidad de las escenas, esos jarrones, que en su mayoría albergan rosas, zinnias o margaritas de capullos apretados, generan una suerte de inquietud en el espectador; quizá porque los arreglos, asociados a lo efímero y al inevitable marchitarse de las flores, permanecen representados en la pintura eternos e inmutables, sustraídos al paso del tiempo.
EL TIMBRE AUTÓNOMO DEL GRABADO
A lo largo de su carrera, Morandi realizó unos 130 grabados, siempre utilizando exclusivamente el negro. Para el artista boloñés, la estampa no era un complemento a su obra pintada, sino un modo más de expresión con entidad propia; tenía la convicción de que a determinadas ‘imágenes’ correspondían determinadas técnicas de representación. Su proceso de aprendizaje fue lento, seguramente a través de manuales, pero tras diez años de práctica consiguió transcribir las sensaciones de los colores a las gradaciones de los blancos y los negros del grabado.
Sus estampas, aunque puedan parecer sencillas, son resultado de un complejo y meticuloso proceso, que a pesar de todo no hace que la imagen pierda espontaneidad. Su primera estampa la realizó con 22 años, en 1912. A partir de este momento, su actividad con esta técnica no cesará, aunque con algunas interrupciones, hasta tres años antes de su muerte. Las décadas de 1920 y 1930 son las más prolíficas en cuanto a estampación se refiere.
Con el tiempo, Morandi convirtió el aguafuerte en una técnica con la que alcanzar tonalidades, superando su uso como procedimiento para definir únicamente las formas de los objetos. El claroscuro ocupará entonces casi toda la lámina, y los blancos del papel actuarán como un color más, gracias a esas áreas de la plancha que, al quedar sin la intervención del artista, resultan en blanco tras la impresión. Al igual que en su pintura, el interés por los volúmenes y la luz le llevará a crear un ambiente que parece envolver los motivos. Es esa atmósfera que genera el aura inmediatamente reconocible de la poética morandiana.
LOS COLORES DEL BLANCO
Con el paso de los años, la pintura de Morandi fue tendiendo a la sublimación, a una progresiva reducción de los temas y depuración técnica a la que contribuyeron las gradaciones tonales, casi inefables, y una pincelada suave que comenzó a desmaterializarse hacia 1950. Las obras de este período son de una extrema simplificación y una disolución creciente, hasta el punto de que los motivos dejan de distinguirse claramente y devienen casi abstractos. En 1955, durante una entrevista para Voice of America, Morandi, preguntado sobre este asunto, contestó: “Creo que no hay nada más surrealista, nada más abstracto que lo real”.
En este sentido, el color blanco es fundamental en su poética. Por paradójico que pueda parecer, este ‘no color’ adquiere en sus composiciones un variadísimo valor cromático, con sus matices de ocre, marfil, rosado o grisáceo. En las acuarelas, el blanco del papel actúa de manera evidente como un color más, en contraste con las zonas pintadas.
Una práctica que también había llevado a cabo Cézanne y que Morandi aplica además a su obra grabada. Si comparamos la Naturaleza muerta de la Fondazione Magnani Rocca, de 1936 con la Naturaleza muerta de 1946, veremos cómo la diferencia entre una y otra se establece a través de las gradaciones tonales de los blancos, interrumpidas por el amarillo de la mantequilla y el azul de los cuencos, así como por el modo de establecer la composición, una más cercana al espectador que la otra. En ocasiones, los objetos se disponen en línea, algo apretujados, formando una suerte de muro, como si estuvieran escondiendo algo, aunque detrás de ellos solo haya un espacio vacío que se distingue gracias al cambio tonal que Morandi aplica a sus fondos.
MORANDI, DIÁLOGOS SILENCIOSOS
Contemplar las naturalezas muertas de Morandi suscita la emoción de estar en un tiempo suspendido, casi eterno, imposible de alcanzar. El artista, una vez alejado definitivamente de las modas y de los movimientos que se suceden en el arte italiano durante las primeras décadas del siglo XX, aborda, con dedicación, el silencio de los objetos cotidianos y domésticos que encuentra en su taller.
Morandi era capaz de pintar un lienzo en un par de horas, pero dedicaba muchísimo tiempo previo a pensar y estudiar la composición de los objetos, la relación de estos en el espacio, la posible incidencia de la luz y la gradación tonal.
Morandi era capaz de pintar un lienzo en un par de horas, pero dedicaba muchísimo tiempo previo a pensar y estudiar la composición de los objetos, la relación de estos en el espacio, la posible incidencia de la luz y la gradación tonal. Sus botellas, cajas, jarrones, ya sea que se coloquen formando una barrera compacta o en una composición más suelta, siempre siguen una disposición controlada en la que no hay nada casual.
La atmósfera polvorienta de algunas de sus obras la obtiene mediante gradaciones tonales, con una paleta que tiende casi a lo monocromático pero que descubre, tras una segunda mirada, una variación de tonos muchísimo más rica de lo que a simple vista se pudiera pensar. Lo mismo ocurre con las variaciones de claroscuro. Es como si para Morandi hubiera infinitas posibilidades en la orquestación de los objetos en el espacio; de hecho, algunos críticos han utilizado metáforas musicales para explicar su pintura.
A modo de ejemplo, Cesare Brandi escribe sobre la “fuerza de una nota de color que se eleva con la pureza de un trino, sin alterar el orden armónico”, y Francesco Arcangeli habla de una “paz sinfónica”.