Por Ignacio Ortega / Virginia Hebrero (Efe)
La matanza de hasta 1,5 millones de armenios a partir de 1915 por el Imperio Otomano, considerado el primer genocidio del siglo XX, estuvo a punto de borrar de la faz de la tierra a uno de los pueblos más antiguos de la humanidad.
Al cumplirse cien años del genocidio, los armenios siguen persiguiendo el reconocimiento internacional de aquella tragedia histórica, una batalla diplomática entre Armenia y su diáspora y los negacionistas encabezados por Turquía.
En la escena internacional, los intereses nacionales o geopolíticos han ido marcando el ritmo del reconocimiento, y hasta la fecha son 22 los países que lo han hecho –europeos, como Francia, Alemania, Italia, Canadá, Grecia o Rusia, y latinoamericanos (Uruguay, Argentina, Venezuela, Chile y Bolivia)-.
También lo han reconocido administraciones locales y asambleas legislativas regionales, entre ellas 43 de los 50 estados de Estados Unidos, algunos parlamentos regionales en España o la Asamblea legislativa de Sao Paulo, en Brasil.
Otros países, entre ellos Estados Unidos, no quieren emplear el término genocidio, y en las últimas semanas se ha incrementado la presión al presidente Barack Obama para que Washington de un paso adelante.
Historia
«¿Quién, después de todo, recuerda hoy el exterminio de los armenios?», dijo Adolfo Hitler en agosto de 1939 al explicar sus planes de invasión de Polonia que dieron inicio a la Segunda Guerra Mundial.
Un cuarto de siglo antes, el Imperio Otomano, que se encontraba ya en pleno proceso de desintegración, se alió con Alemania en la Primera Guerra Mundial contra Inglaterra, Francia y Rusia.
Es en ese contexto histórico en el que tuvo lugar la aniquilación sistemática de la minoría armenia otomana, cuya población superaba los 2 millones, en lo que algunos historiadores consideran un preludio del Holocausto.
Los armenios, un pueblo cristiano con una historia milenaria mencionada en la Biblia, se habían convertido desde finales del siglo XIX en una minoría incómoda para las autoridades otomanas que intentaban reflotar el moribundo Estado.
Las represiones comenzaron después de la guerra ruso-otomana de 1877-78, tras la que la mayoría musulmana turca comenzó a ver a los armenios como una auténtica amenaza, ya que aspiraban a obtener una autonomía en las fronteras del imperio.
Pero el punto de inflexión fue la derrota del Ejército otomano ante las tropas rusas en el Cáucaso en diciembre de 1914, de la que las autoridades otomanas acusaron directamente a los armenios de combatir en el bando enemigo.
Paradójicamente, los armenios vieron la llegada al poder de los Jóvenes Turcos como una tabla de salvación, ya que los golpistas que derrocaron al sultán Abdul Hamid II abogaban por introducir reformas constitucionales.
Los armenios, cuyos jóvenes integraban las filas del ejército otomano y era considerada la minoría más leal a Constantinopla, se convirtieron de repente en el enemigo de todo lo puramente turco y en un estorbo en los planes de las nuevas autoridades para modificar radicalmente la composición étnica de Asia Menor.
Limpieza étnica
Según el historiador armenio Raimon Kevorkián, profesor de la Universidad de París, los Jóvenes Turcos elaboraron entre 1914 y 1915 una serie de medidas secretas de limpieza étnica que podrían caracterizarse como la «solución final» para los armenios.
En el libro El Genocidio de los Armenios recientemente publicado, Kevorkián recoge el contenido de la reunión secreta celebrada a principios de 2015 bajo la presidencia del ministro del Interior, Talaat Pasha, y en la que se tomó la decisión definitiva de exterminar al pueblo armenio.
«Estamos obligados a solucionar la cuestión armenia de una vez por todas al erradicar esa nación de la faz de la tierra», dijo Mehmed Nazim, alto funcionario del Gobierno otomano y uno de los participantes en esta reunión.
El genocidio propiamente dicho comenzó con la detención en Constantinopla y otras regiones de 250 intelectuales, médicos, sacerdotes y profesores el 24 de abril de 1915, fecha en la que los armenios conmemoran anualmente el aniversario de la matanza.
Campos de concentración
Seguidamente, con la ayuda del Ejército y formaciones irregulares integradas por kurdos y otras minorías, cientos de miles de armenios fueron asesinados y deportados por suponer «una amenaza para la seguridad nacional».
Los que no fueron fusilados o quemados vivos en establos en los disturbios escenificados por las propias autoridades, murieron en las largas travesías en caravana hacia los desiertos de Irak y Siria, en las que perecieron cientos de miles de ancianos, mujeres y niños.
Las autoridades otomanas crearon una red de 25 campos de concentración, donde los armenios perecieron de inanición, según la historiografía armenia, que también denuncia la muerte de decenas de miles de personas al ser tiradas por la borda en el mar Negro y tras ser inoculadas con diferentes virus.
Aunque los historiadores armenios y occidentales coinciden al calificar de ingeniería étnica la política otomana en relación con los armenios, discrepan en cuanto al número de víctimas del genocidio.
Dependiendo del censo de población, el saldo mortal oscila entre el medio millón y el millón y medio de armenios masacrados entre 1915 y 1923, mientras lo que es seguro es que sólo habría sobrevivido una pequeña parte.
«El mayor crimen de la Primera Guerra Mundial», como lo definió el presidente de Estados Unidos Franklin Roosevelt, tuvo como testigos de excepción a comerciantes y misioneros occidentales.
El fundador de la actual Turquía, Kemal Ataturk, reconoció la matanza de millones de cristianos otomanos, pero la palabra genocidio es tabú desde entonces entre los historiadores turcos, que acusan a los armenios de aliarse con Rusia y rebelarse contra el imperio que les acogía.
Como resultado del genocidio, nació la diáspora armenia, muy influyente en países como EEUU, Francia o Argentina, mientras la actual Armenia logró su independencia tras la caída de la Unión Soviética en 1991.