Por Iñigo Aduriz
La cohesión interna del PP se le está yendo de las manos a su secretaria general, María Dolores de Cospedal. El 2015 no es su año. En enero decidió echarse a un lado y pasar a un segundo plano a pesar de su responsabilidad –la máxima sólo por detrás del presidente, Mariano Rajoy– en las filas populares: No compareció en rueda de prensa en Génova durante ocho meses, desde el 21 de enero y hasta el 28 de septiembre. Ni siquiera lo hizo cuando Rajoy, obligado por el batacazo de las elecciones del 24-M, presentó unos mínimos cambios en la cúpula del PP.
El golpe más duro le llegaba en mayo. Tan sólo cuatro años después de alcanzar el poder y tras haber modificado la ley electoral ex profeso para asegurarse el respaldo de las provincias más afines, Cospedal perdía la Presidencia de Castilla-La Mancha. Los ciudadanos no avalaron en las urnas su proyecto político, por lo que no consiguió la mayoría absoluta imprescindible para poder perpetuar su mandato.
A medida que se van acercando las elecciones generales del próximo 20 de diciembre los problemas se le acumulan a la número dos de los populares. Esta semana el ruido interno se ha vuelto ensordecedor. Primero fue la dimisión de una de sus principales apuestas personales: la ya expresidenta del PP vasco, Arantza Quiroga, dejaba el martes el cargo al sentirse desautorizada por sectores de su partido en el resto de España que le acusaron de rebajar sus exigencias a la izquierda abertzale por presentar una iniciativa de paz en Euskadi que pretendía incorporar también a EH Bildu.
Las ‘traiciones’
Después, el miércoles, llegaron las ‘traiciones’ de destacados miembros del partido. La diputada Cayetana Álvarez de Toledo, se confesaba públicamente alejada de la gestión realizada por Rajoy en el Gobierno y aseguraba abiertamente que no respalda a su máximo líder. Y el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, divulgaba también a través de los medios que existen miembros del PP que se «avergüenzan» de su partido.
Aparentemente incapaz de mantener el orden interno, este jueves Cospedal encajaba un nuevo revés en su gestión al ver cómo el ministro de Sanidad, Alfonso Alonso, con el que se enfrentó en marzo de 2014 precisamente por el nombramiento de Quiroga como presidenta del PP vasco, le ganaba finalmente el pulso al convertirse en el sucesor de la ya exdirigente popular de Euskadi.
Sáenz de Santamaría, la apuesta
En aquel convulso congreso extraordinario del PP del País Vasco, que se celebró a finales del invierno de hace un año en San Sebastián, habían quedado de manifiesto las dos grandes facciones del partido en el gobierno. Por un lado, el grupo liderado por Cospedal, que salió triunfante del cónclave a pesar de que Quiroga fue refrendada como presidenta con el rechazo de los dirigentes alaveses, los que tenían mayor poder institucional en Euskadi. Por otro, este último grupo liderado por Alfonso Alonso y respaldado por la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría.
La número dos del Ejecutivo parece ser la gran apuesta de los estrategas populares de cara a la campaña electoral que se pondrá en marcha el próximo 4 de diciembre, dado el desgaste del presidente Rajoy, palpable tanto en las encuestas como en los propios ánimos de distintos miembros del PP antes mencionados.
El miércoles fue ella, y no Rajoy, la que protagonizó un acto en el Congreso de los Diputados –el primero de la campaña, según la oposición–para defender la gestión del Gobierno, sin mencionar en ningún momento a su presidente. La elección de Alonso como sucesor de Quiroga ahonda en esa misma teoría. Alonso y, por lo tanto, Sáenz de Santamaría, ganan. Y Cospedal pierde.