Por Gorka Landaburu
El éxodo de los refugiados y de los inmigrantes que intentan por miles entrar en Europa es la evidencia de un drama humano que no sólo desborda las fronteras, sino que atañe a nuestra propia conciencia como seres humanos.
Por mar y por tierra. A pie, en tren o en barcazas de mala muerte; niños, jóvenes, mayores, hombres y mujeres, todos buscan un mundo mejor y un refugio para escapar de la miseria, la represión o la tiranía. Para ello, además de pagar a las mafias sin escrúpulos, están dispuestos a jugarse la vida o, en el mejor de los casos, a ser detenidos con el único objetivo de pisar lo que ellos consideran como la “tierra prometida” y vivir en el paraíso. Una tierra que les va a sacar de la penuria, el hambre o la persecución.
También en España hemos vivido una situación similar, no hace tantos años, con la huida multitudinaria de exiliados que eludieron el régimen franquista para dirigirse a Francia o al otro lado del Atlántico, así como la de decenas de miles de inmigrantes que salieron de España con sus maletas de cartón amarradas con una cuerda.
Los primeros se escaparon dejando sus bienes y, a veces, a sus familiares y amigos para no ser detenidos o fusilados por la dictadura. Los segundos, con preocupación en sus rostros, pero la mayoría con un contrato laboral en el bolsillo para ir a trabajar en la industria francesa o alemana, allá por los años 50 y 60.
Recuerdo a toda esa gente en la estación de Hendaya, apiñada en los trenes con dirección a París. La mayoría venía de Andalucía o Extremadura. Hombres maduros, delgados, con ropa oscura, que no sabían muy bien qué les esperaba a miles de kilómetros de sus hogares. En Francia y Alemania, así como en otros países, se les admitió y colaboraron en su desarrollo económico… Hace tiempo que muchos se quedaron a vivir y adoptaron la nacionalidad del país que los acogió, como Ana Hidalgo, actual alcaldesa de París.
Los tiempos han cambiado. Hoy, los refugiados e inmigrantes no son bienvenidos en la Unión Europea. Se intensifican los controles en las fronteras, se colocan vallas con acerantes serpentinas y hasta se expulsa sin contemplación a los considerados “sin papeles”. El número de inmigrantes y refugiados que ha llegado a la UE –340.000 en lo que va de año– ha triplicado la cifra de 2014. La mayoría arriba fundamentalmente a países como Italia, Grecia y Hungría.
La vergüenza de este drama es que como europeos no somos capaces de dar una respuesta ecuánime. La UE, cuya constitución se basa en valores como la solidaridad, la integración y el humanismo, parece renegar de sus principios. El ejemplo más vergonzante es el regateo que se ha producido en los diversos países de la Unión cuando el presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker, propuso el reparto territorial de 40.000 refugiados políticos. Estos países, incluido España, han sido incapaces de ponerse de acuerdo, mostrando al mundo su mezquindad, egoísmo y cicatería. En Europa no sólo prevalece la crisis económica. Es más grave su crisis moral, su egocentrismo y su ingratitud con los que más sufren. El oasis europeo se está desmoronando por culpa de unos países y unos gobernantes que sólo muestran un interés partidista lamentable a su propia perpetuación en el poder.
También en España deberíamos tomar nota y no olvidar que, no hace mucho tiempo, fuimos un país exportador de refugiados y de miles de inmigrantes que lo dejaron todo y se fueron a buscar trabajo y una vida más digna.
43 años después
La ignominia de la inmigración y la tragedia humanitaria de los refugiados es un drama tan antiguo como el hombre. Seres humanos obligados por la penuria y la falta de libertad a abandonar sus hogares y huir con sus familias de la intransigencia, el odio, la violencia y la falta de oportunidades. Las nuevas tecnologías de la comunicación y el fenómeno de la globalización multiplican el eco del estado del bienestar y lo llevan a todos los rincones del planeta. Las redes sociales superan fronteras mientras que el poder político levanta muros y los mares se tragan los restos miserables de los desgraciados que se juegan la vida en el intento. La edición número 8 de Cambio16, de fecha 10 de enero de 1972, denunciaba esta calamidad en plena dictadura franquista. No hemos avanzado mucho desde entonces.