Hablamos del cortisol como nuestro peor enemigo, cuando en realidad ha podido salvarnos la vida en numerosas ocasiones de inminente peligro. La hormona protagonista del sistema nervioso simpático, segregada por la glándula suprarrenal –encima de nuestros riñones– y que es liberada en el momento que el cerebro avista algún peligro en el horizonte.
Entonces sentimos que nos vamos a morir. El ritmo cardíaco se acelera como un caballo desbocado y el cuerpo se paraliza en un estado de tensión, cuando registra que más le vale salir corriendo y huir de aquello que lo amenaza e incómoda. La mente, por otro lado, está a punto de estallar, sobrecargada de pensamientos que procesan toda la información posible sobre cómo salir de esa situación de peligro.
Lo que no diferencia esa mente que en ocasiones tildamos de brillante es que muchas veces ese peligro no va más allá de un comentario ofensivo o un correo electrónico inoportuno o del encuentro con justo la persona que queríamos evitar.
Precisamente el gran problema del cortisol es en esos momentos cuando se comporta como el peor de los amigos. Los engaños de la mente que causa su liberación provocan estrés en el cuerpo, depresión, ansiedad, y hasta patologías cardíacas que pueden agravarse con el tiempo. Por esa razón debemos apuntarlo con el dedo, desenmascararlo y mirarlo por lo que realmente es.
No estar de ingenuos creyendo absolutamente todo lo que la mente nos dispara, y estar conscientes en el momento que el cortisol se hace presente en nuestro organismo, cuando comenzamos a sentir los efectos de su liberación, que en la mayoría de los casos no nos está ayudando en lo absoluto. Dejarlo ir, así como así, sin juicios, ni justificaciones, sin alimentarlo con mayor energía de pensamiento, sino verlo por el intruso que es, y dejarlo ir. Al fin y al cabo, nadie lo invitó a nuestro templo.
De ese modo nos permitimos liberar, grandes dosis de energía que le estábamos otorgando a su presencia para utilizarla más bien en cosas que nos sean de mayor beneficio. El cortisol no soy yo, ni nada parecido. Es simplemente una hormona que se libera en el cuerpo como efecto de una circunstancia externa o también interna, como puede ser el tóxico pensar que nos caracteriza y que puede tornarse en rabia, en miedo, en desesperación. Para todo el drama que ocasiona, el cortisol es una simple droga de componentes químicos.
No obstante, es cierto el estrés y el sufrimiento que puede derivar de él, pero que podemos observar de forma fría y objetiva los efectos que producen en el cuerpo, sin la necesidad de cargarlo de infinitas historias de drama y de victimismo, historias que perpetúan el sufrimiento y la frustración. Está claro, el cortisol puede ser profundamente doloroso y destructivo. Es real la sensación de incomodidad que se experimenta al ser consumido por él y por las consecuencias que se derivan de actuar bajo los efectos de esta hormona.
Podríamos entonces observarlo con muchísima compasión sabiendo que es capaz de producir sufrimiento y que es parte de la experiencia humana y su tendencia a dramatizarlo todo. Podemos estar atentos en el momento en que nos disponemos a actuar bajo los efectos de este químico y ser conscientes de ello para no dejarnos arrastrar por su influencia.
Recuperamos de ese modo el control de la situación, ser capaces de ignorar al que nos ofende, de callarnos ante el tirano que nos amenaza y hasta de poner la otra mejilla al que nos golpea sin tener la razón. Y de esa manera, dejamos de perpetuar y de glorificar el protagonismo tóxico y dañino que tiene nuestra sociedad en función del cortisol y retomamos el control de nuestras vidas, otorgándole importancia y energía a las situaciones, personas y momentos, que en realidad merecen nuestra atención.