Apenas pisó tierra en la República Democrática del Congo (RDC) el papa dio un grito contra el nuevo colonialismo que azuza al país y al continente. «África no es una mina que explotar ni una tierra que saquear. ¡Manos fuera de África!», demandó Francisco ante una multitud festiva y estridente de congoleños, agradecidos de que con su presencia y palabra. El papa llamó la atención del mundo sobre la terrible situación de violencia y pobreza que atraviesan los habitantes de África.
El pontífice insiste en su 40 viaje pastoral en llevar la palabra de Dios a los países de minoría católica. Sin embargo, en el caso del Congo, la mitad de sus 105 millones de habitantes profesan esa religión. Luego de su visita de cuatro días se desplazará a Sudán del Sur.
“Mucho he deseado estar aquí y por fin he venido para traerles la cercanía, el afecto y el consuelo de toda la Iglesia. Y a la vez aprender de su ejemplo de paciencia, de valentía y de lucha”, expresó en Kinsasa.
Francisco se sumergió de lleno en su denuncia de la explotación de África durante siglos por las potencias coloniales, las industrias de extracción multinacionales y los países vecinos que interfieren en los asuntos del Congo.
El papa exigió que las potencias extranjeras dejen de saquear los recursos naturales de África por el «veneno de su propia codicia». Su discurso, ante las autoridades congoleñas y diplomáticos, retumbó.
“¡Fuera las manos de la República Democrática del Congo! ¡Fuera las manos de África! Dejen de asfixiarla”. Exigió también que las potencias dejen de repartirse el país para sus propios intereses y reconozcan su papel en la esclavitud económica de ese pueblo.
Francisco y el nuevo colonialismo en África
El pontífice se adentró en la descripción del Congo, que es como un “continente dentro del gran continente africano”, donde “parece como si la tierra respirara”. Un país “lleno de vida” y, sin embargo, “golpeado por la violencia como un puñetazo en el estómago”. Atormentado por la guerra, que sufre dentro de sus fronteras, conflictos y migraciones forzosas. Y de nuevos colonialismos. Además de “terribles formas de explotación, indignas del hombre y de la creación”. Un país donde se ha perpetrado «un genocidio olvidado», resaltó.
Asimismo, se refirió al desarrollo paralizado y a las diversas formas de explotación no solo en el país, sino en el continente. «Tras el colonialismo político, se ha desatado un colonialismo económico igualmente esclavizador y este país, abundantemente depredado, no es capaz de beneficiarse de sus inmensos recursos. Se ha llegado a la paradoja de que los frutos de su propia tierra lo conviertan en extranjero para sus habitantes», denunció.
“El veneno de la avaricia ha ensangrentado sus diamantes. Es un drama ante el cual el mundo económicamente más avanzado suele cerrar los ojos, los oídos y la boca. Este país y este continente merecen ser respetados y escuchados, merecen atención”, clamó.
Francisco pidió al mundo recordar “los desastres cometidos a lo largo de los siglos en detrimento de las poblaciones locales y abogó para que África, “sonrisa y esperanza del mundo, adquiera más importancia; que se hable más de ella, que tenga más representación entre las naciones”. Instó a que dé paso a una diplomacia del hombre para el hombre y que no tenga como centro el control de las zonas y de los recursos. «Se tiene la impresión de que la comunidad internacional casi se ha resignado a la violencia que devora el país”, acotó.
Las fragilidades se convierten en oportunidades
La visita pastoral de Francisco activa la alegría desbordada de los congoleses en las calles, que hacen filas y pernoctan en carpas para escuchar la primera de sus misas. Las celebraciones eucarísticas han sido todo un acontecimiento. A la primera asistieron más de 1 millón de personas. La más multitudinaria de su pontificado tras la oficiada en Filipinas en enero de 2015.
El continente es uno de los pocos lugares del planeta donde el rebaño católico está creciendo. Tanto en términos de practicar fieles como de vocaciones frescas al sacerdocio y la vida religiosa. Eso hace que el viaje de Francisco, el quinto a África, sea aún más importante. El pontífice trata de reforzar el papel de una Iglesia donde todos son bienvenidos, los pobres tienen un lugar de honor especial.
La misa se ofició en el particular rito congoleño, colorida y extremadamente musical. Una modalidad aceptada en el Concilio Vaticano II y que permite acercar todavía más a este continente a la Iglesia católica. El papa centró sus palabras en la idea del perdón en una nación rota por los conflictos bélicos y étnicos.
“No podemos permitir que crezca la resignación y el fatalismo. Si a nuestro alrededor se respira este clima, que no sea así para nosotros. En un mundo abatido por la violencia y la guerra, los cristianos hacen como Jesús. La paz nace cuando las heridas sufridas no dejan cicatrices de odio, sino que se convierten en un lugar para hacer sitio a los demás y acoger sus debilidades. Entonces, las fragilidades se convierten en oportunidades y el perdón en el camino hacia la paz”, manifestó.
Violencia, más violencia
Francisco tenía programada una reunión con un grupo de supervivientes de los conflictos bélicos que azotan el este del país. Antes de verlos hizo referencia a la cuestión y a los autores de la violencia. “En este país te dices cristiano, pero cometes actos de violencia; a ti, el Señor te dice: ‘Deja las armas, abraza la misericordia’. Y a todos los lastimados y oprimidos de este pueblo les dice: ‘No teman poner sus heridas en las mías, sus llagas en mis llagas’. Hagámoslo, hermanos y hermanas. Los cristianos estamos llamados a colaborar con todos, a romper el ciclo de la violencia, a desmantelar las tramas del odio”.
Adisa (nombre ficticio) es demasiado joven para haber tenido que sufrir tanto. Víctima de todo tipo de violencia por parte de los rebeldes en Goma. Cuando tenía poco más de 18 años, enfermó a consecuencia de los abusos y vio cómo la guerrilla dispersaba a su familia en el aire. Se quedó con su hermana. Unos bandidos de los bosques cercanos a Goma la violaron. Luego las secuestraron junto con otros niños.
Ella no sabe muy bien cómo, pero ella y su hermana consiguieron escapar a Kinshasa pidiendo «ayuda y explicaciones». Fueron acogidos por la Comunidad de San Egidio, dentro de ese rayo de luz en la oscuridad de los horrores. Una iniciativa que lleva once años activa en la capital congoleña para ofrecer atención y apoyo, de forma totalmente gratuita, a quienes sufren en el cuerpo y, a menudo, también en el alma.
Perdón a los agresores
Hoy Adisa tiene 23 años y camina erguida con su cuerpo menudo. «Je suis un activiste. Soy una activista», declara a Radio Vaticano – Vatican News. Es la primera vez que decide contar su testimonio. Mientras habla, sujeta nerviosamente un bolígrafo en una mano y una mascarilla en la otra. Al final corre hacia los médicos que la han tratado durante años y, abrazando a una enfermera, rompe a llorar de liberación. «Yo soy víctima de la violencia, he perdonado a mis agresores», dijo con fuerza y lágrimas, que secó con su mano.