La Francia monárquica del cardenal Richelieu y su ostentoso nacionalismo –Yo soy católico, pero antes que católico soy francés– está conmocionada. La revolucionaria del conde de Mirabeau luce consternada: Las acciones pueden ser atroces, las intenciones puras.
Una aproximación grosso modo en pérdidas nos habla de mil millones de euros en bienes privados y públicos destruidos o consumidos por el fuego. En celebración espectacular y deslumbrados por las enormes llamas –emulando el gusto piromaníaco del líder anarquista Kropotkin–, millares de adolescentes contemplaban con deleite, en vivo y por las redes, la devastación y el caos.
Eran videos lujuriosamente llamativos de la explosión de fuegos artificiales comprados a precios exorbitantes en el mercado digital por los más osados entre 13, 14 y 15 años, edades de un tercio de los miles de detenidos. La mayoría, sin capacidad de discernimiento o en silencio, incapaces de responder a ninguna de las preguntas de las autoridades
El malestar cíclico la cultura
El tiempo en su impiedad que todo lo corroe y que, en su precipitación, todo lo arrastra, lo mueve, lo muele y lo devuelve con sus temporales devastadores, anuncia similares tormentas en otros contextos, como los que describió Sigmund Freud, en El malestar de la cultura en 1930 y Pierre Bourdieu en La miseria del mundo, a principios de los noventa en Francia.
La esencia del problema es la misma, solo que ahora el cambio no es progresivo, sino radical. El desencanto, esta vez, es fruto de una mutación cultural profunda en la manera de concebir la sociedad y dar sentido a la vida colectiva, según Hugo Suárez y Verónica Zubillaga, en la introducción del libro El nuevo malestar de la cultura.
Las miradas de Freud y Bourdieu –indistintamente del origen del malestar– resucitan una visión sobre un tiempo distinto de cambios y transición, para ayudar a comprender el presente desbordamiento de las protestas y las causas que desencadenan las contradicciones de la convivencia de sociedades tradicionales y sociedades en pleno proceso de mutación, especialmente en la forma en que lo sociocultural genera insatisfacción, sufrimientos, quiebra de expectativas y frustración.
No es un simple cambio en el sistema
Según Guy Bajoit, en esta etapa de la historia, los cambios experimentados por las sociedades occidentales no son simples evoluciones progresivas, sino una mutación muy profunda. No solo una situación de cambios en ‘‘el sistema’’ –óigase bien– sino un cambio de sistema; es decir, una transformación a la vez tecnológica y comunicacional, económica, política, social y cultural.
Se trata de hacer énfasis en la cultural porque es la que mejor nos ayuda a comprender, según este sociólogo, lo que él denomina no sin cierta ironía, el Gran Dios ISA (individuo, sujeto y actor), que solo consume, compite y comunica y siempre sentirá por iluso que constantemente falla y le falta, porque vive sobre premisas utópicas que le crea la misma sociedad en su dinámica, el Estado y sus distintas representaciones y las grandes corporaciones tecnológicas que nunca podrá satisfacer.
El mundo industrial y liberal quedó atrás después de las tres revoluciones a las que abrieron paso, geopolíticamente, la caída del muro de Berlín, la revolución tecnológica y el triunfo de la globalización, cuyos efectos el venezolano Moisés Naím describió muy puntualmente en su libro El fin del poder.
Tres revoluciones que lo cambiaron todo
Tres revoluciones que han provocado grandes mutaciones en todos los órdenes de la sociedad occidental y creado el dios ISA (individuo, sujeto, autor): la revolución del más, la revolución de la movilidad y la revolución de la mentalidad.
La revolución del más. Vivimos una época de abundancia, dice Naím. Hay más de todo. Hay más gente, países, ciudades, partidos, ONG, ejércitos públicos y privados, más bienes y servicios, más empresas que los venden, más estudiantes y computadoras, más medicinas, más armas, más predicadores y más delincuentes. Por otro lado, la sociedad se ha hecho más prospera, la producción económica se ha quintuplicado desde 1950.
La pobreza ha disminuido ostensiblemente en países como Brasil, la India, China y hasta en África. La mortalidad infantil ha descendido. Según el Banco Mundial, desde 2006 hasta el presente, 28 países de renta baja se incorporaron a la fila de países con renta media. El número de científicos en activo casi se ha duplicado. Los seres humanos gozan de una vida más larga y saludable. Conclusión: cuando las personas son más numerosas y viven vidas más plenas y están mejor informadas, se vuelven más difíciles de regular, dominar y controlar.
La revolución de la movilidad. Hoy no solo hay más gente viviendo vidas más plenas y sanas, sino que se mueven mucho más y con mucha más facilidad. Eso hace que sean igualmente más difíciles de controlar. Según Naím, el aumento de la diáspora y sus agrupaciones étnicas, religiosas y profesionales las ha transformado en correas de transmisión internacional entre su país de adopción y su país de origen.
Los africanos que viven en Europa o los latinoamericanos que están en Estados Unidos y que masivamente se han incrementado de forma vertiginosa, en razón de la inestabilidad política y la quiebra de expectativas, no solo envían dinero, alimentos y ropa a sus familiares al país del cual emigraron, sino que también transfieren, sin lugar a dudas, ideas, costumbres, aspiraciones, técnicas, pero también religiones y comportamientos políticos cuestionadores del orden, la institucionalidad y la disciplina de los países donde llegan.
Inmigraciones con distinto grado de adaptabilidad
Hay una diferencia sustancial entre la inmigración que llegó a Europa y Estados Unidos en los periodos anteriores y entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, con respecto a la que ha aparecido con la revolución tecnológica y la globalización de las últimas dos décadas.
La primera inmigración supo aprovechar la hospitalidad solidaria y generosa de sus anfitriones. Asumieron la vida con respeto a la cultura que los recibía y supieron ser agradecidos con el hogar que les daba albergue. Se hicieron ciudadanos disciplinados de la ley, el orden y las costumbres, sin perder su dignidad y su estilo de vida.
La inmigración de las últimas décadas no. En buena parte, viene empoderada de la condición del dios ISA. No se siente agradecida. No se asimila, y pretende trasladar sus conductas y malos hábitos al país que les brinda hospitalidad. Son lo que popularmente llamamos en lenguaje coloquial dolorosamente: mendigos con garrote. Son vanguardia en saltarse procedimientos, incitar al desorden y encabezar protestas.
La revolución de la mentalidad. Las revoluciones del más y de la movilidad han creado una singular y vasta clase media, y en rápido crecimiento, cuyos miembros son conscientes de que otros disfrutan de más prosperidad, libertad y satisfacción personal que ellos. Esa información nutre sus esperanzas de que es posible lograr un status mejor.
La revolución de las expectativas crecientes y la inestabilidad política que ensancha la brecha entre lo que la gente espera y lo que su gobierno puede darles, en términos de más oportunidades o más servicios y asistencia, se han vuelto globales.
El Gran ISA
Ese dios reinante, producto de esas revoluciones de las que habla Naím, a pesar de su potencial permisividad y su apariencia liberadora –según Bajoit– es tan constrictora y obligante como los otros que lo han precedido: el dios igualdad, el dios dinero, el dios poder. Sus mandamientos inspiran las creencias relativas al bien, lo bello, la verdad, lo justo, lo legítimo, lo deseable en las sociedades actuales.
¿Cuáles son esos mandamientos?, se pregunta Bajoit. Me he atrevido a resumirlos:
A) El derecho-deber de autorrealizarse: bajo la orientación de este modelo cultural, cada individuo tiene la tendencia, cada vez más acentuada, a creer que tiene el derecho de tener su propio proyecto de realización personal.
B) El derecho-deber a la libre elección: en todos y cada uno de los espacios de la vida social cada ser humano valora más el derecho de elegir su propia vida.
C) El derecho-deber del placer: en todos los estratos sociales, el individuo-sujeto-actor se siente con el derecho a disfrutar en la medida de lo posible de la vida, de sentirse bien con sus emociones, con su cuerpo, con su mente; hacer pocos sacrificios, no dejar para mañana el placer que puede darse hoy.
D) El derecho-deber a la seguridad: frente a la incertidumbre que nos ofrece la vida social, económica, política y cultural es necesario andarse con cautela. En un mapa innumerable de amenazas en la escuela, graduados, solteros o casados, de peligros y amenazas de enfermedades y agresiones del medio y de la gente, es mejor tomarse las elecciones con calma para poder ser asertivo.
El quid del problema consiste en que el Gran ISA requiere demasiados insumos y ofrendas de variada naturaleza para poder satisfacer los sueños de un dios al que le han creado hábitos pantagruélicos de carácter onírico-digital imposibles de satisfacer para la mayoría: alimentos, salud, educación, información, distracción, calificaciones competitivas, empleos creativos y estables, redes de relaciones (de amistad, de amor, de sexualidad); en suma, todo aquello que constituye ¡la felicidad! Sobre todo, dinero, mucho dinero.
Las contradicciones entre las expectativas y la realidad
Entonces, es cuando nos bajamos de la nube y volvemos a la realidad: las sociedades no tienen para todos. El Gran ISA pasa a depender de una molienda implacable, las redes (Internet, Facebook, Instagram), dicho cruelmente, que convierten en deshecho de mayor o menor valía a los seres humanos, para que entiendan que el nuevo sistema no está concebido para hacerlos felices, sino para que entren al mundo de las tres C, de acuerdo con Bajoit: Consumo, Competencia y Comunicación.
Se presenta una contradicción, o desfase, difícil de sortear entre las expectativas culturales que se interiorizan y las posibilidades reales de integrarse al modelo CCC. Esta explicación de Samuel Huntington de finales de los sesenta fue utilizada para ilustrar el comportamiento de sociedades en proceso de transformación, en las que las expectativas de la gente crecen más rápida que la capacidad de cualquiera de sus gobiernos para satisfacerlas.
La forma de interpretar los mandamientos del Gran ISA, constituidos en una masa –desplegada en varias partes del mundo, especialmente en las grandes ciudades de Occidente– es optar entre someterse a instrumentalizar el CCC, o en su lugar realizar su identidad replegada sobre un hiperindividualismo identitario.
Es la misma masa confundida que hoy, sin estrategia, sin doctrina, sin partidos y sin liderazgo, puja entre ella y encabeza las protestas con propósitos y las protestas por motivos en Francia y en Estados Unidos.
Protestas con propósitos y protestas por motivos
El general Charles De Gaulle quizás fue quien definió mejor la esencia político-social del pueblo francés: El deseo de privilegio y el gusto por la igualdad son las pasiones dominantes y contradictorias de los franceses en todas las épocas.
Si no hacemos una diferenciación con fines puramente didácticos entre una protesta o manifestación guiada con propósitos y otra provocada por motivos, no podremos comprender con claridad el actual malestar de la cultura y la actuación de calle del Gran ISA.
Percibo dos tipos de protesta. La de propósitos, llamada convencional, reivindicativa, con anclajes en la realidad social; es decir, justificada, direccionada por gremios, partidos y ONG, discutida, planificada con fines. Tales como la de los estadounidenses en marzo de 2017 contra la revocación del Obama Care, y la de los franceses iniciada el 19 de enero de este año, contra la reforma a la ley de pensiones del gobierno de Emmanuel Macron, que aumentaba la edad de jubilación de 62 a 64 años.
La otra, por motivos, es espontánea, contingente, explosiva, sin objetivos definidos. Una masa sin anclaje y sin direccionalidad empieza con un motivo inesperado y se convierte en un proceso de descarga emocional del colectivo que encubre insatisfacción, frustración, sufrimiento y desesperanza y que retrata exactamente el malestar de la cultura en toda su dimensión.
Como la protesta contra la brutalidad policial, que comenzó en Minneapolis el 26 de mayo de 2020, con la muerte del afroestadounidense George Floyd y como la última manifestación iniciada en Nanterre a finales de junio de este año, con expresiones de violencia jamás vistas en Francia, por el supuesto asesinato en manos de la policía de Nahel Merzouk, un adolescentes de 17 años de origen magrebí.
La primera, con propósitos, es el final de la expresión de la defensa de los derechos de una parte de la población mundial que todavía utiliza los instrumentos de lucha tradicionales para mejorar su situación y ampliar sus derechos. La otra, por motivos, es la irradiación del malestar de la nueva cultura emergente, que inconsciente juega al caos; por eso su comportamiento es de indignación, de violencia, de rabia ciega, porque el tránsito entre la cultura tradicional y la otra, la naciente del Gran ISA -los nuevos protagonistas con sus herramientas de combate-, no se ha consolidado.
Los liderazgos, como en otras oportunidades de peligro para la humanidad, van detrás de la masa. Por eso la protesta por motivos del Gran ISA, sin orientación, vuelve a los inicios y no le importa un carajo las reivindicaciones o las mejoras parciales de la sociedad, reclama el cielo y son los adolescentes quienes mejor perciben las carencias y el dolor que causa la pérdida del primero de los derechos humanos: el derecho a la vida.
Conclusión
El nuevo cuadro de protestas nos obliga a un análisis con una nueva óptica. La mayoría del liderazgo político, de los científicos sociales y de la gente no se ha percatado de que estamos frente a una realidad totalmente distinta que cada día se parece menos al mundo de ayer.
Cuando no entendemos lo que está ocurriendo, pretendemos explicar el mundo y los cambios que van operándose vertiginosamente con el mismo instrumental de ayer: ideologías o religiones, grupos terroristas o esqueletos de fórmulas que ya no tienen ninguna pertinencia en la realidad.
El peligro de todo esto es que cuando la mayoría no sabe realmente lo que está sucediendo, cualquier cosa puede pasar. En uno de los periodos de más frescura para la humanidad, bastó el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa para que se desatarala Primera Guerra.
Marcel Proust decía: el instinto de imitación y la falta de valor gobierna a las sociedades y a las multitudes y eso explica en buena parte, y aunque no lo justifica, el comportamiento anárquico de muchos de los adolescentes franceses que sienten, pero no comprenden, lo que está pasando.
Los jóvenes, siempre fáciles presas de imitación como toda masa sin estrategia y sin jefatura, corrían felices a alistarse para ir como soldados al campo de batalla en la Primera Gran Guerra, hasta que empezaron a ver reventados ante sus ojos los vientres y a saltar piernas y brazos de compañeros. Entonces, en silencio, clamaban a Dios para que los devolviera pronto a casa.
La mayoría de los analistas políticos hacen juicios sobre las protestas en Francia y Estados Unidos cargadas de prejuicios ideológicos. Son incapaces de mirarse el ombligo y autointerpelarse sobre lo que está pasando en casa y lo que han hecho mal.
Al igual que en América Latina, donde la clase política desplazada del poder no logra entender que el centro del problema es ella misma y el manejo y la concepción que tiene del poderl. Sin mea culpa, siempre ubica al enemigo en el famoso parapeto llamado Foro de Sao Paulo.
Las más turbulentas y furibundas manifestaciones están por venir. Y llegarán en el momento que los gobiernos impongan restricciones severas al derecho a la comunicación y al uso de las redes.
El célebre emperador filosofo, Marco Aurelio, decía: «Estamos demasiado acostumbrados a atribuir a una sola causa lo que es producto de varias y la mayoría de nuestras controversias proceden de eso».