Por Paz Mata | Ilustración: Luis Moreno
07/04/2018
Tiene 60 años y los lleva con orgullo, desafiando al sexismo y al culto de la eterna juventud que tanto impera en Hollywood. Quizás sea esa la razón por la que Frances McDormand no se prodiga en actos públicos y menos en promocionarse a sí misma. Prefiere esconderse detrás de complejos personajes, ya sea subida a un escenario o delante de una cámara de cine, o perderse en la naturaleza salvaje de la costa norte del Pacífico americano.
Allí dice disfrutar de la soledad o de la compañía de su familia (su esposo, el director Joel Coen y su hijo Pedro) y un reducido grupo de amigos y vecinos. Por supuesto, no piensa desvelarnos dónde está ese paradisíaco refugio. Cuando decide salir a la luz lo hace en el entramado de calles de Manhattan, donde suele pasar desapercibida entre la maraña de gente que las transitan, casi siempre con un objetivo a la vista, cazar a algún talentoso director con quien trabajar.
Ese ha sido el caso de Martin McDounagh, el director escocés que nos enseñó que la ciudad de Brujas puede ser algo más que un destino turístico, al que Frances le echó el ojo hace doce años, cuando éste dirigía The Pillowman en Broadway.
Del afortunado encuentro salió una buena amistad y la promesa de, algún día, escribir un papel para ella. El resultado, Mildred Hayes, esa mujer de mediana edad que decide tomarse la justicia por su mano cuando ésta hace la vista gorda a la hora de investigar el asesinato de su hija, protagonista del film Tres anuncios en las afueras de Ebbing, Missouri. Mildred suelta tacos por un tubo, increpa a todo el que se le pone enfrente y lanza cócteles molotov al que no la toma en serio.
Una joya para esta actriz que reivindicó a la mujer trabajadora, la que lleva a cabo su labor hasta el último día de embarazo, en la inolvidable Marge Gunderson de Fargo. Ambos papeles le han valido el respeto de la crítica, la adoración del público y han llenado de premios las estanterías de su casa. La seguimos desde el pasado festival de Venecia, pasando por el de Toronto, hasta la noche de la entrega de los Globos de Oro, de la que salió con el galardón a la mejor actriz. Y la culminación a toda una vida dedicada al cine ha sido el Oscar que recogió a principios de mes.
En su discurso de aceptación dijo estar muy orgullosa de formar parte del cambio que está llevando a cabo la industria de Hollywood, con respecto al abuso de poder y la brecha salarial que sufren las mujeres que trabajan en esta industria. ¿Se está avanzando en este aspecto o teme que todo quede en palabras? No, ya no hay vuelta atrás. Solo queda seguir avanzando de la mejor forma posible. Las mujeres tenemos que ser fuertes, tener confianza en nosotras mismas y no dejarnos amedrentar por nadie. Hay que pelear sin miedo.
¿Se abre una nueva era para la mujer en el cine?
Sí, la película que acabo de interpretar es un ejemplo, como también lo son Lady Bird o Wonderwoman. Nosotras continuamos con nuestra lucha pero necesitamos ayuda y esa nos la podéis dar vosotros, los medios de comunicación, promocionando las películas con temáticas interesantes, protagonizadas por mujeres que no sean un estereotipo sino papeles originales y sustanciosos. El público también tiene que exigir este tipo de películas.
A lo largo de su carrera ha interpretado a muchos personajes que son víctimas de las acciones de los demás, pero usted siempre consigue darles un toque de firmeza y seguridad en sí mismas…
Una gran parte de eso se debe al guion. En el caso de Mildred, mi personaje en Tres anuncios a las afueras, aunque haya sido víctima en su pasado, una vez que decide ponerse en acción va a por todo.
¿Conoce a alguien como ella?
Creo que hay partes de Mildred en muchas mujeres, incluida yo misma. Mujeres que no necesitan pedir disculpas por sus acciones. Hay una frase de Red Auerbach, un famoso entrenador de beisbol, que dice que «ninguna acción que sea correcta necesita explicación o disculpa». Pero no conozco a nadie como Mildred, ni debería haber nadie que haya perdido un hijo de forma tan trágica.
¿Se ha visto alguna vez en alguna posición comprometida, como les ha ocurrido a muchas actrices cuyos casos hemos conocido en los últimos meses?
Qué mujer no se ha encontrado alguna vez en posición comprometida, ya sea de un tipo u otro. Pero no voy a gastar energía en hablar de lo que todos ya sabemos. Es momento de invertir esa energía en hablar de las políticas de género en nuestra cultura. Yo soy feminista desde los quince años y creo que la revolución cultural que estamos viviendo en estos momentos tiene mucho que ver con los movimientos feministas de las sufragistas y sobre todo de los años 70. Creo que ahora estamos viendo el arco completo. Estamos hablando de igualdad de géneros, de igualdad de salarios y de igualdad de oportunidades en el campo laboral.
¿Y en alguna situación en la que ha tenido que tomar la justicia por su mano, como hace Mildred?
Sí (ríe). Desde muy joven, cuando estaba en la escuela de arte dramático, he tenido que oír que no tenía talento, que no era lo suficientemente esto o lo otro. Con lo cual hice una lista de todos esos comentarios y decidí que un día iban a tener que tragarse esas palabras. Ahora, a mis 60 años, este personaje me ha permitido demostrar mi capacidad artística y también interpretar a una mujer que, irónicamente, es muy distinta a la mayoría de las mujeres que vemos en la pantalla. Esto es una respuesta a esas injusticias que se sufren en mi profesión. Ahora me río cuando oigo comentarios como “oh, está claro que su talento es innato” (ríe) No saben lo duro que he tenido que trabajar para llegar a eso.
¿Cómo controla usted sus enfados?
Yo no soy una persona furiosa. Cabreada sí, muchas veces. Tenga en cuenta que soy una mujer de 60 años que vive en Estados Unidos. Y eso a veces me cabrea mucho. El cabreo se puede controlar. La furia, no.
¿Qué es lo que le cabrea de EEUU?
No es una cultura fácil de navegar, especialmente para una mujer de mi edad. Es un poco caótico en estos momentos pero espero y siento que las cosas van a mejorar.
¿Se imagina nuestra sociedad sustituyendo las redes sociales por carteles donde expresar sus frustraciones y cabreos?
Me encantaría que las redes sociales se cayeran. Ese sería mi cartel de protesta: “Muere, Twitter, muere”. Sería perfecto. Le voy a enseñar mi teléfono, si es que lo encuentro (rebusca en el inmenso bolso que ha dejado en el suelo). Es un teléfono de la vieja escuela. Nada inteligente pero muy efectivo. Se lo copié a Mildred (ríe).
¿Cree que los carteles se pueden convertir en trending topic?
Lo que creo es que todos deberíamos ser capaces de escribir una carta a mano y usar más el teléfono fijo. Pero los carteles publicitarios son una buena forma de hacer publicidad. Hago muchos viajes en coche por el país y encuentro carteles por todas partes, algunos muy impactantes.
¿De dónde saca esa determinación para no dejarse influir por los demás?
Nací en un pequeño pueblo de la América profunda. Mi padre era ministro de los Discípulos de Cristo, crecí en un ambiente muy conservador y siempre supe que yo no era así y que no iba a vivir mucho tiempo en ese lugar. Eso no quiere decir que me sintiera oprimida, al contrario, me educaron con principios éticos y haciéndome sentir que siempre podría alcanzar aquello que me propusiera. En el momento en que me pude emancipar, busqué mi propia identidad.
McDormand, cuyo nombre de pila es Cynthia Ann Smith, nació en Gibson City (Illinois). Fue adoptada a los 18 meses por Vernon McDorman y sus esposa, Noreen, que cambiaron su nombre por el de Frances. Vernon era un peripatético predicador que llevó a su familia de un lado a otro del país. Frances se educó en Pennsylvania, fue a la universidad en West Virginia y se gradó en la escuela de arte dramático de la universidad de Yale.
De su educación religiosa solo sobrevivió un fuerte sentido de la moralidad, ahora la actriz se confiesa una auténtica pagana. Tras su graduación en Yale, se mudó a Nueva York donde compartió apartamento con la actriz Holly Hunter mientras debutaba en los escenarios de Broadway y participaba activamente en el grupo de teatro, 52th Street Project. A mediados de los ochenta conoció a los hermanos Coen, con los que convivió en Los Angeles, junto a Sam Raimi y Kathie Bates. De ahí surgió el flechazo con Joel Coen, con quien se casó en 1984, y el principio de una fructífera colaboración artística, siete películas, entre las que destacan, Blood Simple, Raising Arizona y Fargo, por la que ganó su primer Oscar.
Cuando se gana un Oscar se crean muchas expectativas con respecto al próximo trabajo. ¿Le preocupan este tipo de consideraciones?
Yo soy una actriz de carácter, simple y llana, no una estrella de cine. ¿Por qué me iba a preocupar por ello? Las estrellas de cine tienen carrera, los actores unas veces trabajamos, otras no y luego volvemos a trabajar. Si fuera una estrella, mi carrera la controlarían otros. Como actriz, el único control que tengo es hacer el trabajo que quiero hacer y no lo que se supone que tengo que hacer después de haber ganado el premio de la Academia de Cine de Hollywood.
Lo que tampoco parece importarle es su imagen. ¿Siempre fue así?
Sí. Esa identidad de la que hablábamos viene de esos años 70 que fueron tan formativos para mí. Era una época en la que se celebraba la naturalidad y no el artificio. Recuerdo la revista Playboy, que salió a finales de los setenta, en la que las mujeres que salían fotografiadas en ella eran reales, no llevaban implantes de senos, no se afeitaban el vello del pubis y llevaban muy poco maquillaje. Eran fotos de mujeres que no tenían ningún problema en mostrar su cuerpo desnudo. Luego, poco a poco, las cosas fueron cambiando. No es que yo me pasara el tiempo leyendo el Playboy (ríe), pero es cierto que en los años 80 la revista parecía más una de motor. Las mujeres mostraban cuerpos bronceados y brillantes. Ya no eran mujeres sino objetos de consumo. Y eso es lo que hemos seguido siendo.
¿Qué hizo para navegar en ese mundo de agentes artísticos, directores de casting y productores que solo buscan ese tipo de mujeres, para encontrar su propio hueco y salir airosa?
Bueno, al principio tuve que entrar por el aro y hacer lo que me pedían los agentes de casting. Me tuve que arreglar la dentadura, aprender a andar con tacones, llevar maquillaje e interpretar personajes que no tenían nada que ver conmigo, lo cual me encantaba. Era experimentar con algo nuevo. Pero esos no son los papeles que construyeron mi carrera. Aprendí que mi cara no se puede ni debe cubrir con maquillaje, sino que tiene que ser bien iluminada, igual que la de un actor. Por eso, cuando el director pedía que me maquillaran para una escena siempre le decía que hablara con el director de fotografía. Si me cubres la cara de maquillaje no vas a conseguir ninguna expresión. Luego llegó el Botox y la cirugía plástica. Y acabó con la expresión facial.
Alguien ha dicho que mirar su cara en Tres anuncios en las afueras es como visitar un parque nacional ¿Está de acuerdo?
Sí, lo leí y me pareció una descripción maravillosa. Un parque lleno de montañas, valles, cañones y ríos.
Ha mencionado un par de veces su edad. ¿Cumplir 60 años representa un gran hito para usted?
No. El día que los cumplí solo recuerdo que me costó un poco más levantarme de la cama (ríe). Pero me encuentro divinamente. Me encanta tener 60 años. Es una edad en la que empiezo a ser invisible. Y ese es el mejor regalo que te puede hacer la vida.