El espectáculo bochornoso y lamentable vivido el pasado miércoles en el hemiciclo del Parlamento, entre el Diputado de ERC, Gabriel Rufián y el ministro Josep Borrell, no ha sido un incidente aislado sino la consecuencia de un ambiente que venía cargado desde hace tiempo en la sede parlamentaria.
No es admisible que la casa de la palabra como la ha definido la presidente del Congreso Ana Pastor, se convierta en la del insulto, la descalificación, la del adjetivo y sustantivo grueso, solo para buscar notoriedad y llamar la atención.
Estas actitudes impropias y vergonzosas de ciertas señorías, que no son nuevas, y que se vienen reproduciendo con cierta frecuencia, son la constatación de la bajeza y nivel de fango en la que se ve mueven ciertos sectores de la política española.
Llamar golpista o fascista al contrincante, además de no ser cierto, es una falta de respeto y de argumentación política. El desprecio y la descalificación permanente desde la tribuna o el escaño mancillan y deshonra el debate. Son impropios de unos representantes del pueblo que han sido elegidos y son pagados por todos para dar soluciones a los principales problemas del país.
El Congreso de los Diputados no se puede convertir en un plató de televisión y menos en un show permanente para buscar un más que dudoso minuto de gloria.
Reflexión de los partidos
Es cierto que no se puede meter a todos en el mismo saco, pero urge una profunda reflexión de todos los partidos políticos para que se rebaje la tensión dentro y fuera de la sede parlamentaria. Tienen que gestionar sus frustraciones y resentimientos porque la bronca y la artillería gruesa no hacen más que aumentar la desafección por la política y falta de credibilidad de las instituciones.
Denigrar el sistema parlamentario es denigrar a la propia sociedad. Que cada uno asuma su propia responsabilidad pero es evidente que no podemos seguir así.
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