Un fin de año más. Tiempo de recogimiento y reflexión. Cinco lustros de Estado ausente y pérdida republicana en nuestra Venezuela colocan nuestra razón en acción continua. ¿Por qué nos cuesta tanto recuperar la libertad? ¿Queremos realmente ser libres? ¿Queremos ver y mantener a nuestros hijos libres de peligros y anomia? ¿Tenemos un prístino valor por la libertad? ¿Qué es ser libre hoy para un venezolano? ¿Es atesorar sin importar como, es conveniencia personal, es estar bien yo?
Escribió Miguel de Cervantes:
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. ¿Lo estamos?
A dónde hemos llegado y qué falta
Hace poco más de un año dediqué en seis ensayos titulados Enciclopedia de la libertad, resumir igual número de conferencias de Isaías Berlín [1952] que tituló “Los traidores de la Libertad”. Seis clases magistrales transmitidas por la BBC de Londres-Radio. Con una duración hasta de seis horas por entrega, Berlín aborda la libertad desde el existencialismo, que es hacerlo desde la óptica de cada pensador de acuerdo con su época. Los llamó los a antilibertarios.
Los seis elegidos con la capa de la irredenta libertad como divino tesoro, eran Helvetius y la libertad como concesión de Dios; Rousseau y la libertad como licencia del pueblo; Saint Simón que hace depender la libertad a obreros y capitalistas del futuro; Kant y Hegel para quienes la libertad es conciencia, alma y espíritu; Maistre para quien la libertad no es un valor que merezca el hombre sino el Rey y Fichte, donde cada individuo es libre por encima del estado, por el solo hecho de nacer Berlín denuncia con sutileza pero con esplendor, como a través del pensamiento “más ilustrado” la libertad fue siempre condicionada. ¿Y nosotros?
Sospecho que los venezolanos no queremos vivir en libertad. Porque vivir en libertad es valorar la libertad del otro, no la propia. Sospecho que vamos arrastrados por una peligrosa percola histórica, decantación involutiva y amañada como lo es, que la libertad es un valor que nos la consigue otro. Ni siquiera es una concesión, es un derecho por el que otro debe luchar e inmolarse para disfrutarlo yo.
Helvetius acuñó la frase, la fricción infinita de la libertad, que por no resolverse [la fricción] genera un estado continuo de violencia, que nadie piense se eterniza. Solo revienta. Es amor y dolor que, sin ser eterno, nos confina. Esa fricción pasa por no entender que es ser libres. No comprender que la libertad no comienza por Dios, el estado, el rey, mi conciencia, mi espíritu o por el derecho de nacer. La libertad demanda primero aceptarla como derecho ajeno, como valor del otro. La libertad de mis hijos, por ejemplo, antes que la mía.
El derecho propio es el derecho ajeno a la paz
Es ahí donde no hemos llegado. A comprender que la lucha es por la libertad del otro. Luchar por tu libertad y hacerme responsable de ello. Pero no, me enchufo, luego soy libre.
Fichte sentenció:
“Libertad es el derecho del individuo a someterse sólo a la ley, su derecho a no ser arrestado, ni detenido ni muerto ni maltratado en forma alguna a resultas de la voluntad arbitraria de una o varias personas. Es el derecho de cada hombre de expresar su opinión, de elegir su oficio y de ejercerlo, de disponer de su propiedad, aún de darle mal uso si así lo desea […]
“Es el derecho de cada uno, a asociarse con otros, sea para hablar de sus propios intereses o para profesar su religión, si así lo desea, con sus asociados, o simplemente para pasar sus días y sus horas de cualquier manera, de acuerdo con su inclinación o su fantasía. Por último, es el derecho de cada uno, a influir sobre la conducta del gobierno, ya sea nombrando a algunos o a todos los servidores públicos, o por medio de representaciones, peticiones, demandas, que las autoridades estarán más o menos obligadas a tomar en consideración”
Así, es libre quien da la vida por defender la ley, desde donde se garantiza ser libre. Si no vale la pena morir por ello, si no nos importa o poco nos duelen quienes han muerto por la ley, entonces no somos responsables, luego no somos libres, por lo cual decidimos marcharnos, inmolarnos, aislarnos, inmovilizarnos, habituarnos y resignarnos.
La libertad entonces no es inmóvil, no es destinataria. Es causal y reservada. La libertad es un complejo de responsabilidades móviles, elaboradas, concertadas, articuladas, colectivas, que luego de un profundo razonamiento, se convierten en ley. Por eso la ley es lógica, impecable, rigurosa. La ley es producto de la razón que a su vez es reducto de la dialéctica, del espíritu que obedece.
Miedo, dolor, placer y felicidad
Ir contra la ley o ir en contra de ella y permitirlo, es ir contra la libertad. No es lo mismo libre albedrío que libertad de acción y pensamiento. Lo primero es causa. Lo segundo es consecuencia. Pienso libre y conscientemente luego hago la ley. Hecha la ley, hecha la paz. Quebrantar la ley es transgredir la base social de convivencia. Surge el caos y triunfa la tiranía, que no es otra cosa, que inmovilizarse, atarse, renunciar al derecho a rebelarse cuando la autoridad no es la constitución, sino la del emperador.
Apunta Berlín citando a Helvétius:
¿Cuáles son los fines propios del hombre? “Pues si los hombres son capaces de desear tan sólo el placer y evitar el dolor, absurdo resulta sugerir que debían desear algo distinto de lo que pueden desear. Si resulta ridículo pedirle a un árbol que se convierta en una mesa, o pedir a una roca que se vuelva un río, no menos ridículo es invitar a los hombres buscar algo que son psicológicamente incapaces de perseguir”.
¿Deseamos ser libres? ¿Privilegiamos nuestros miedos o nuestro dolor? ¿Si para ser libre debo sacrificarme o poner a riesgo mi vida, mis intereses, mi patrimonio, mis privilegios, no es mejor seguir siendo árbol o roca? La libertad sugiere ser útiles a la sociedad. No es sólo mi propia sombra, mi roca en mi pared. Es sembrar bosques y construir naciones, con identidad y acogida.
Muchos pensadores del siglo XVIII, afirma Isaiah, “creyeron que el progreso era deseable; que la libertad era mejor que la esclavitud; que la legislación es la razón en acción” . Es la denominada geometría de la libertad: libre albedrío, conciencia, dignidad y voluntad general expresada en la ley. Pero pareciera que prevalece la concepción de los antilibertarios quienes pensaban que el hombre no es capaz de gobernarse por sus propias reglas porque su esencia es desobedecer. Desobediencia que comienza cuando carecemos de conciencia generosa de la libertad.
¿Cuándo somos libres?
¿Por qué debería alguien obedecer a otro? Es la fe en Dios representado por un rey en la tierra, «un arquitecto encarnado» apunta Berlín, o el yo consciente. «Soy yo mismo, puesto que soy lo que soy, donde estoy y cuando estoy […] “Soy lo que soy” sigue siendo el dilema.
Es la búsqueda de la paz propia, siendo la paz perpetua la paz ajena. Ese gesto de desprendimiento es la luz. Mientras no llega [esa luz] se eterniza la libertad en modo de fricción, que es violencia, que es anomia, que es guerra. Y poco importa el miedo o el dolor, porque la felicidad también es el miedo y el dolor a no tenerla.
Libertad en el sentido de John Stuart Mill, “el derecho de forjar libremente la propia vida como se quiera”, llegará cuando obedecer la ley sea una ineludible responsabilidad. Como dijo Jean Paul Sartre: “El hombre nace libre, responsable y sin excusas” Y agregaría, el hombre vive y muere libre, si en vida estuvo dispuesto a morir por la ley, que es libertad, que es el árbol hecho naranjal, que es la roca hecha ciudad, hecha nación, hecha patria, hecha tesoro al decir de don Quijote. No más excusas. Feliz Año Nuevo en libertad.