Federico Mayor Zaragoza cree que no podemos permanecer impasibles, mudos, ante los desafíos tan graves que afronta la humanidad. Ahora tenemos voz, argumenta, y es preciso abandonar la actitud pasiva como meros espectadores y hacer llegar el clamor popular a gobiernos e instituciones. En Ucrania, por ejemplo, no se precisan más armas, sino más palabras, pero la interlocución no debe recaer sobre un organismo militar, sino sobre la Unión Europea. Solo con un multilateralismo democrático podrán resolverse cuestiones de ámbito mundial.
Federico Mayor Zaragoza es el presidente de la Fundación Cultura de Paz. Con la Fundación Cultura de Paz, constituida en Madrid en marzo de 2000, el profesor Mayor Zaragoza continúa la labor emprendida como director general de la UNESCO de impulsar la transición desde una cultura de violencia e imposición a una cultura de paz y tolerancia.
Actualmente es, además, director del Consejo Científico de la Fundación Ramón Areces, copresidente del Instituto Universitario de Derechos Humanos, Democracia y Cultura de Paz y No-violencia (DEMOSPAZ) y presidente de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia.
La Fundación Cultura de Paz está profundamente comprometida con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2015. Una Agenda para la Humanidad con 17 Objetivos y 169 metas que deben ser la guía para que todos los países trabajen de forma conjunta en poner fin a la pobreza en todas sus formas, reducir las desigualdades y trabajar contra el cambio climático. Una Agenda que no deje a nadie atrás.
Federico Mayor Zaragoza acaba de publicar Inventar el futuro (Editorial Ánfora Nueva, 2022), un libro en el que aborda y analiza exhaustivamente las problemáticas más acuciantes de nuestro tiempo (la deriva social y ecológica, derechos humanos y democracia, la refundación del multilateralismo, los retos de la educación, la cultura de paz y no violencia, la mujer y la juventud, nuevo concepto de seguridad, trabajo y estilo de vida, la Agenda 2030…), y aporta un amplio conjunto de propuestas que puedan contribuir a mejorar e “inventar” un futuro más esperanzador para el ser humano y las generaciones futuras.
El nuevo orden internacional que se avecina está muy lejos del objetivo de construir un mundo más humano, justo y regenerativo. ¿Cómo impulsar el multilateralismo, la solidaridad y la cooperación?
Es necesario y apremiante poner en práctica la Carta de las Naciones Unidas y el diseño de cooperación, solidaridad, justicia y libertad para la “igual dignidad de todos los seres humanos” tan bien establecidos en los “principios democráticos” de la Constitución de la UNESCO, especialmente cuando la humanidad hace frente, por primera vez en su historia, a procesos potencialmente irreversibles, lo que imprime un extraordinario vigor y rigor a las medidas que deben adoptarse para no alterar –lo que constituiría un histórico error– la calidad del legado intergeneracional.
Es preciso eliminar el veto de las más importantes instituciones (Naciones Unidas, Unión Europea) de tal modo que se pueda sustituir la actual gobernanza plutocrática supremacista (G6, G7, G8, G20) y evitar así un nuevo desorden mundial basado en el poder militar, en la razón de la fuerza y no la fuerza de la razón. Solo un gran clamor popular de “Nosotros, los pueblos…”, como tan lúcidamente se inicia la Carta de las Naciones Unidas, podría restablecer la cordura y la esperanza.
Hoy “los pueblos” ya tienen voz. A pesar del menosprecio de que han sido objeto, en especial por parte de las grandes potencias, las Naciones Unidas no han cesado de proponer soluciones y aportar puntos de referencia en relación con los grandes desafíos de nuestro tiempos. A título de ejemplo, Educación para todos, 1990; Medio Ambiente, 1992; Derechos Humanos y Democracia, 1993; Desarrollo Social, 1995; Mujer, 1995; Diálogo entre Civilizaciones, 1988; Cultura de Paz y no Violencia, 1989 y 1999; Carta de la Tierra, 2000; Objetivos del Milenio, 2000; Diversidad Cultural, 2001; Alianza de Civilizaciones, 2005…
“ES PRECISO ELIMINAR EL VETO EN LAS MÁS IMPORTANTES INSTITUCIONES (NACIONES UNIDAS, UNIÓN EUROPEA) DE TAL MODO QUE SE PUEDA SUSTITUIR LA ACTUAL GOBERNANZA PLUTOCRÁTICA SUPREMACISTA (G6, G7, G8, G20) Y EVITAR UN NUEVO DESORDEN MUNDIAL BASADO EN EL PODER MILITAR, EN LA RAZÓN DE LA FUERZA Y NO EN LA FUERZA DE LA RAZÓN”
Solo con un multilateralismo democrático podrán resolverse cuestiones de ámbito mundial a las que nos ha llevado la pretensión de la gobernación del mundo por unos pequeños grupos de países prósperos liderados por los Estados Unidos (Partido Republicano).
Frente al viejo orden unipolar liderado por Estados Unidos, ¿se puede hablar de un nuevo orden multipolar Este-Oeste? ¿Se puede dar por finiquitada la pax americana?
Durante siglos, con un poder absoluto masculino, ha prevalecido –no me canso de repetirlo– la razón de la fuerza sobre la fuerza de la razón, escudados los líderes en el perverso adagio “si quieres la paz, prepara la guerra”; jaleados, con las más oscuras alarmas y amenazas, por los productores de armamento, interesados siempre en que la paz aparezca como una pausa entre dos guerras.
Hasta hace bien poco, la inmensa mayoría de los ciudadanos eran espectadores impasibles en lugar de actores comprometidos, implicados. Son las mujeres y los jóvenes los que están demostrando, presencialmente y en el ciberespacio, que el tiempo del silencio y sumisión ha concluido.
Hoy, gracias en buena medida a la tecnología digital, son muchos los seres humanos que pueden expresarse libremente, que saben lo que acontece y, sobre todo, la mujer, marginada durante siglos, se halla en camino de desempeñar, en muy pocos años, el importante papel que, en plano de completa igualdad, le corresponde.
Según el panel de expertos medioambientales del IPCC, nos dirigimos hacia una catástrofe climática sin precedentes que no se puede ignorar y que tendrá como víctimas a todas las especies del planeta, incluida la especie humana. Sabemos cómo evitar este cataclismo. ¿Por qué no se actúa en consecuencia?
Es importante hacer un breve repaso a la historia reciente. En los años sesenta y setenta, la UNESCO (Reservas de la Biosfera, Comisión Oceanográfica…) y el Club de Roma (“los límites del crecimiento”) llamaron con insistencia al mejor cuidado del planeta Tierra. Luego, en 1992, la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro dio lugar a una excelente Agenda 21, ratificada en Johannesburgo a los diez años… En el año 2000, se redacta la Carta de la Tierra, que debería ser un referente imprescindible para el comportamiento cotidiano a todos los niveles…
Luego, después del fracaso de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, porque el sistema neoliberal fue incapaz de proporcionar los medios requeridos, en el año 2015 la humanidad recibió con alivio los Acuerdos de París sobre Cambio Climático y el Acuerdo de las Naciones Unidas sobre la Agenda 2030, con los Objetivos de Desarrollo Sostenible “para transformar el mundo”, que suscribió el presidente Barack Obama, y que suprimió el mismo día de su nombramiento su sucesor, el presidente Donald Trump, sin provocar reacción alguna –delito de silencio– en los 192 países restantes.
Después de la “pausa de esperanza”, que representó el unánime respaldo a la Agenda 2030 a finales del año 2015, la presidencia de Donald Trump primero, y la COVID-19 después, ensombrecieron todavía más el panorama.
Frente a los bloques, ¿cuál debe ser el papel de las instituciones internacionales como la ONU, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional?
Atravesamos una crisis sistémica que requiere cambiar el sistema, es decir, conferir el poder y la iniciativa a la sociedad y volver a orientar la acción política por los principios democráticos —tan bien expresados, repito, en el preámbulo de la Constitución de la UNESCO— y no por los mercados, tanto a escala local y regional como global.
La palabra compartir —que era clave del Sistema de las Naciones Unidas en los años cincuenta y sesenta— se ha ido acallando progresivamente y, en lugar de fortalecer a los países más necesitados con un desarrollo integral, endógeno, sostenible y humano, las ayudas al desarrollo se han reducido hasta límites insolentes y el Banco Mundial “para la Reconstrucción y el Desarrollo” perdió su apellido y se ha convertido en una herramienta al servicio de las grandes entidades financieras. Y se ha debilitado al Estado-nación transfiriendo progresivamente recursos y poder a gigantescas estructuras multinacionales.
Ha abogado siempre por dar voz a la sociedad civil en Naciones Unidas y que se cumpla así el comienzo de la Carta: “Nosotros, los pueblos…” ¿Cómo lograr un reparto equilibrado, ponderado y representativo que acabe con la plutocracia?
La solución –insisto en ello porque el mundo no puede seguir gobernado por los grupos plutocráticos impuestos por el neoliberalismo– está en una rápida refundación del Sistema de las Naciones Unidas, con una Asamblea General compuesta al 50% por Estados y otro 50% por instituciones y representantes de “Nosotros, los pueblos…”.
Y, además del presente Consejo de Seguridad, otros dos consejos: uno socioeconómico y otro medioambiental… Nunca debió aceptarse sustituir los “principios democráticos” por las leyes del mercado y el sistema de las Naciones Unidas por grupos oligárquicos.
A la vista de la muy peligrosa encrucijada actual, las grandes potencias deberían hacer prueba de madurez… y los ciudadanos del mundo, ya nunca más súbditos atemorizados, deberían hacer patente un gran clamor mundial, con millones de voces “digitales”.
NUNCA DEBIÓ ACEPTARSE SUSTITUIR LOS “PRINCIPIOS DEMOCRÁTICOS” POR LAS LEYES DEL MERCADO Y EL SISTEMA DE LAS NACIONES UNIDAS POR GRUPOS OLIGÁRQUICOS
El ciberespacio puede estar a la altura de los requerimientos de la expresión ciudadana a escala mundial. La actual situación hace más necesaria que nunca la adopción de una Declaración Universal de la Democracia (ética, social, política, económica, cultural e internacional), único marco en el que podrían ejercerse plenamente los derechos y deberes humanos.
Democracia a escala personal, local, nacional, regional y planetaria: esta es la solución para todos y para todo. La fuerza de la razón en lugar de la razón de la fuerza, y comprobar la inmensa y distintiva capacidad creadora de la especie humana, que no puede reducirse a pequeños espacios y miopes objetivos.
El progresivo empoderamiento de la mujer, pieza esencial de los cambios radicales que son inaplazables, contribuirá, con las facultades que le son inherentes, a la convivencia pacífica, a la transición histórica de la fuerza a la palabra. Una vez más creo que vale la pena recordar el inicio de la Carta de la Tierra, uno de los referentes más luminosos en momentos tan sombríos y turbulentos: “Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro…”.
Usted ha afirmado que en Ucrania no hacen falta más armas, sino más palabras. ¿Quiénes deben ser los interlocutores?
La Unión Europea y Rusia en un marco multilateral que evite que, como ha sucedido, el interlocutor sea una organización militar.