Dimas Ibarra, periodista hijo de periodista, excelente redactor y mejor persona, falleció el viernes 29 de enero a las 22.5 horas. Sufrió un aneurisma y la cruel travesura de la naturaleza resultó irreversible. Dimas fue un pilar de Cambio16, de Energía16 y Cambio Financiero, pero sobre todo un redactor apasionado y comprometido con la excelencia.
Se despidió de este plano existencial siendo coordinador de Cambio16.com y con una serie de reportajes que dejan huella en el periodismo, por su profundidad, el brillo de su prosa y la fuerza periodística.
Todo el equipo de Cambio16 le rinde homenaje y comparte el dolor con su esposa Maritza Rodríguez, sus hijos y demás familiares. Descansa en paz, amigo. Gracias por tanto.
Para Dimas y Cambio16
“Vámonos, Dimas José”, fue siempre la frase común al final de la jornada de explorar el mundo y reescribirlo, en la sede de Cambio16. Fue casi un año de aprendizaje de trucos tecnológicos para dominar WordPress, en el cual Dimas Ibarra estuvo siempre presente.
Periodista y fotógrafo, pero por encima de esas condiciones fue un profesional siempre dispuesto, cortés e incansable en eso de forjarse sueños cuando iba a redactar, no importa si eran datos duros, como los del Index de España, los de la política o encontronazos con la realidad que trajo la pandemia de COVID-19.
“Más allá de las iniciativas hechas para sobrevivir está lo que nos hace vivir”, escribió el estadounidense H. P. Lovecraft. Así vivía Dimas, siempre reflexivo, discreto, pero con la rabia en el pecho de haber sido despedido injustamente, como muchos, de PDVSA, en su Anzoátegui natal. Pocas veces lo conversaba. Menos, al menos, de las que habló de su papá, uno de los mejores fotógrafos del diario El Nacional.
No hubo pasante, joven redactor o experimentado periodista que Dimas no auxiliara cuando se atascaba en la bajada de una foto que había que publicar. Es cierre es a cada minuto, cada vez que la página web tiene una visita. Siempre tuvo la vocación de enseñar, la paciencia y el tiempo para compartir su conocimiento y experiencia sin egoísmos.
Era el segundo en llegar a la oficina, después de la traductora Anita, y lo hacía risueño, como si nada, para sumergirse enseguida en las bolsas europeas que eran su especialidad, o en sabrosas conversas sobre deporte, a pesar de haber llegado en un latoso autobús o caminando.
No hubo trajín ni faena que le borrara las ganas. Siempre hablando de Maritza, su esposa también periodista, y de sus hijos que lo llamaban en ocasiones para que los acompañara a hacer diligencias, en alguna hora del mediodía. Después almorzaba.
“Ya estoy listo, Olga bella”, respondía para no perder la cola diaria que le dábamos al final de la jornada, hasta un puente cercano a su casa, siempre con una bolsa que llevar.
Pocas veces se tropieza uno en la vida con personas que valen la pena. En grupos, en medios, se pueden contar con los dedos. Por eso, quienes tuvimos esa fortuna nos duele aceptar una partida como la suya, repentina, insolente, indebida, a la que no quería estar listo, en medio de una pandemia que nos obliga al desencuentro con amigos de verdad.
Olgalinda Pimentel