El año concluye con más de 60 conflictos armados en todo el mundo. Gran parte del planeta está envuelto en algún tipo de enfrentamiento bélico. Las guerras no solo implican pérdidas humanas y materiales significativas. También tienen un impacto medioambiental considerable. Pese a lo cual la huella de carbono de la guerra está fuera de casi todos los radares ambientales. La huella de carbono de la guerra es un factor omitido en la reciente reunión de la COP28, por ejemplo.
Desde tiempos inmemoriales, la guerra ha sido el conflicto sociopolítico más severo y trágico para la humanidad. Cobrando un alto precio en vidas humanas y pérdidas materiales. Sin embargo, se habla poco del impacto medioambiental. Si en tiempos de paz no se cuida el ambiente, menos aún en guerra. Los daños ecológicos causados por un conflicto bélico pueden resultar en una escasez de servicios ecosistémicos a medio y largo plazo para las comunidades. Además de su relevancia para los ecosistemas y la biodiversidad, a menudo se traduce en serias dificultades para obtener productos agrícolas y ganaderos, e incluso agua potable.
Impacto sin medir
Las guerras pueden tener diversos efectos en el medio ambiente, dependiendo de su naturaleza, duración y escala. En el caso de las guerras convencionales, por ejemplo, pueden causar una destrucción y contaminación más amplias. Las guerras irregulares o de guerrillas pueden tener un impacto más limitado, pero aún significativo en el medio ambiente.
Factores como la destrucción de infraestructuras, el uso de vehículos y armas, y las actividades de reconstrucción postconflicto contribuyen a la huella de carbono de una guerra. En el caso del reciente conflicto entre Hamas e Israel, ha habido un impacto ambiental debido a la destrucción de edificios y el desplazamiento de personas. Cuantificar la huella de carbono específica de este conflicto requerirá un estudio detallado y exhaustivo en el futuro inmediato.
Impacto evidente
La guerra daña paisajes, hábitats y afecta la biodiversidad. . La guerra altera drásticamente la estructura y función del paisaje. Ya sea a través del uso de armas destructivas, enfrentamientos directos, movimiento de vehículos y tropas o entrenamiento militar. Uno de los efectos más inmediatos es la erosión y degradación del suelo. Causada por maniobras de combate, construcción de bases o fortificaciones, explosiones o sabotaje ambiental. Esto lleva a la pérdida de suelo y su microbiota. Lo que a su vez resulta en la pérdida de cobertura vegetal.
La alteración de los hábitats afecta negativamente a las comunidades vegetales presentes. Dificultando la regeneración de los ecosistemas a medio y largo plazo. Un ejemplo notable es la guerra de Vietnam. El ejército estadounidense roció grandes extensiones con agente naranja, destruyendo ecosistemas enteros.
Biodiversidad, otra víctima
Estos impactos también afectan directamente a la biodiversidad. La contaminación y los daños causados por los conflictos pueden exterminar especies enteras de plantas y animales, especialmente si son endémicas. Pueden ser reemplazadas por especies invasoras.
La presencia de altas concentraciones de contaminantes en un entorno tiene consecuencias directas sobre el agua. Las fuentes de agua superficiales y subterráneas sufren el impacto de la guerra. Principalmente por el uso de armas de combustión, químicas, biológicas o nucleares. En segundo lugar, por los efectos del combustible y el aceite de los vehículos militares. La contaminación de los ríos y otros cursos de agua traslada los efectos perjudiciales de la guerra a lugares lejanos. Alterando los ecosistemas de ribera o la desembocadura. Con un grave efecto en la agricultura, la ganadería y otras formas de explotación.
Cuando esta contaminación llega a los mares y océanos o es liberada directamente en ellos, también afecta negativamente a los ecosistemas litorales y marinos. Cuando el conflicto está relacionado con el petróleo, algunos beligerantes optan por derramarlo al mar deliberadamente antes de que caiga en manos de su oponente. El aire no se libra de los efectos de la guerra. El movimiento de convoyes militares y maquinaria pesada y las explosiones levantan grandes cantidades de polvo. Los cuales liberan contaminantes atmosféricos y afectan a la flora, la fauna y a la salud humana.
Catástrofe ambiental
La guerra es un desastre medioambiental. Cada conflicto humano es, en esencia, una guerra civil en la biosfera. El Observatorio de Conflictos y Medioambiente (CEOBS) clasifica los impactos de la guerra en tres categorías: previos, durante y posteriores al conflicto armado.
Impactos previos: se refieren a la construcción, mantenimiento y transporte de fuerzas y recursos militares. Generan enormes cantidades de emisiones y vertidos. Consumen grandes cantidades de recursos. El uso constante del suelo para entrenamientos militares es extenso, ocupa el 1% de la superficie terrestre. El uso militar a menudo impide la designación de un territorio como área ecológica protegida.
El entrenamiento militar genera emisiones, perturba los paisajes y los hábitats terrestres y marinos. Los vehículos y explosivos generan contaminación química y acústica. Los mares se convierten en vertederos de municiones. Los vertidos arrastran grandes cantidades de compuestos químicos altamente contaminantes. Las enormes cantidades de combustibles fósiles consumidos por los ejércitos para su desplazamiento hacen que el Pentágono sea el mayor consumidor institucional del mundo.
En combate
Impactos durante los conflictos: Incluyen destrucción, daños, vertidos, emisiones y residuos. El impacto medioambiental de un conflicto varía en función de quién lucha, dónde lo hace y cómo lo hace. Los conflictos de alta intensidad utilizan enormes volúmenes de combustible, provocando emisiones de CO2 y otros impactos. Los desplazamientos de vehículos a gran escala provocan grandes impactos en el paisaje y el territorio, que se multiplican por el uso de explosivos.
Los conflictos con bombardeos sistemáticos en poblaciones civiles generan enormes cantidades de escombros y cascotes. Así como la necesidad de restaurar grandes cantidades de material. Fomenta la caza furtiva como mecanismo de adaptación a la destrucción de los tejidos económicos. La deforestación aumenta como resultado de la dependencia de las comunidades de la madera y el carbón como forma de calefacción. Lo que a su vez aumenta las emisiones de gases de efecto invernadero.
Después del conflicto
Impactos posteriores: Pueden tener efectos medioambientales duraderos y devastadores. La presencia de minas antipersonales en ciertos territorios, por ejemplo, convierte actividades cotidianas como jugar al fútbol en un riesgo mortal. Las sustancias químicas liberadas durante la guerra pueden filtrarse en el suelo y contaminar el agua. Lo que, además de causar la pérdida de vidas y cultivos, puede exacerbar las hambrunas que suelen seguir a las guerras.
La crisis demográfica, la contaminación del agua y los efectos de la radiación pueden tener impactos medioambientales décadas después del conflicto. Esto se ve agravado por las migraciones masivas y abruptas que suelen generar los conflictos. Los campamentos de refugiados, que son por definición asentamientos imprevistos, pueden sobrepasar la capacidad de carga de los ecosistemas. Lo que repercute en el medio ambiente.
Guerras actuales
Los conflictos armados más relevantes en este momento son:
- Ucrania: La invasión rusa de Ucrania ha sacudido al mundo, desencadenando un conflicto armado convencional y a gran escala en el corazón de Europa.
- Israel – Hamas: Enmarcado en el conflicto entre israelíes y palestinos, que persiste desde al menos 1948. El ataque del grupo palestino Hamas en octubre agravó la situación.
- Nagorno-Karabaj: El ejército de Azerbaiyán lanzó una ofensiva en Nagorno-Karabaj, derrotando a los combatientes de la etnia armenia en este territorio en disputa.
- Siria: La guerra civil en Siria comenzó en 2011. Casi 600.000 personas han muerto.
- Yemen: La guerra civil en Yemen comenzó en septiembre de 2014. Ha causado más de 60.000 muertes.
- Afganistán: A pesar de la retirada de las tropas estadounidenses, el conflicto en Afganistán continúa, con los talibanes ahora en control del país.
- Myanmar: Desde el golpe militar en febrero de 2021, Myanmar ha estado sumido en un estado de conflicto y crisis.
- Sudán del Sur: La guerra civil de Sudán del Sur comenzó el 14 de diciembre de 2013 cuando una parte del Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán trató de dar un golpe de estado. Ha causado hasta el momento cerca de 400.000 muertes.
- Colombia: A pesar del acuerdo de paz firmado en 2016, el conflicto en Colombia persiste, con grupos armados ilegales todavía activos en varias partes del país.
- República Democrática del Congo: El conflicto en el este de la República Democrática del Congo, impulsado por grupos armados y tensiones étnicas, continúa causando desplazamientos y sufrimiento humanitario.
Para muestra Ucrania
Las emisiones masivas de los ejércitos a nivel mundial a menudo no se denuncian. Axel Michaelowa, socio fundador de la consultora climática alemana Perspectives Climate Group, destaca la necesidad de informar mejor y contabilizar las emisiones militares y relacionadas con los conflictos.
Las emisiones directas son solo una parte del amplio impacto climático de la guerra en Ucrania. La actual invasión rusa ha alimentado la miseria, la muerte y la destrucción generalizadas. Pero se sabe poco de las repercusiones de largo alcance sobre el clima. Los miles de millones de dólares en armamento, aviones, tanques y camiones que impulsan el conflicto contribuyen a las emisiones directas. En medio de la niebla de la batalla, siguen siendo difíciles de cuantificar. Y no se tienen en cuenta en el objetivo de París de limitar el calentamiento a 1,5 grados.
Al desencadenar una crisis energética mundial, la guerra de Ucrania supuso una amenaza indirecta para los objetivos climáticos globales. El conflicto puso de manifiesto la dependencia mundial del petróleo y el gas. Que también financia la maquinaria bélica rusa. Mientras las naciones occidentales luchaban por encontrar alternativas, muchas se inclinaron por fuentes de energía aún más contaminantes.
Lo que se ha medido
Según Stuart Parkinson, investigador de Scientists for Global Responsibility y experto en emisiones militares, cualquier gasto militar está intrínsecamente vinculado a los combustibles fósiles. La dependencia de las fuerzas armadas de los combustibles fósiles hace que el gasto militar sea intensivo en carbono. Parkinson sostiene que el aumento del gasto militar contribuirá a la huella de carbono militar total. Además de las enormes emisiones derivadas directamente de la guerra.
La invasión rusa ha complicado la lucha contra el cambio climático. Ya en 2018, las Naciones Unidas advertían que Ucrania era un país altamente contaminado. La invasión agravó la situación en un contexto medioambiental crítico. El Observatorio de Conflictos y Medioambiente destaca la contaminación causada por el impacto de los ataques rusos en las instalaciones militares. Así como la destrucción de vehículos, los incendios y la acumulación de residuos en las ciudades y zonas rurales.
Doug Weir, director de CEOBS, dice que los programas de reconstrucción de Ucrania después de la guerra, si se llevan a cabo, también generarán importantes emisiones de gases nocivos para la atmósfera. Aunque es pronto para calcular las consecuencias de la invasión, Weir reconoce que “el cambio climático será más profundo y complejo alrededor del conflicto”. A esto se suma el riesgo de un posible asalto a las plantas de energía nuclear.
La huella de carbono
Parkinson resalta el incremento de las emisiones de CO2 por parte de los ejércitos de Rusia y Ucrania. Toma en cuenta que Rusia se encuentra entre los cinco países del mundo con mayor gasto en industria militar. Enfatiza el potencial contaminante de las principales tecnologías utilizadas en la guerra por ambos bandos.
Un avión de combate MiG-29 emiten al menos 8.000 gramos de CO2 por kilómetro. Cifra que podría aumentar en combate. Mientras que los tanques T-72 emiten al menos 7.000 g CO2/km. Cifra que podría superarse si se desplazan a campo traviesa. Parkinson lo pone en perspectiva.
“La media de emisiones de un coche nuevo en Europa es de 108 g CO2/km, lo que significa que un tanque y un avión de combate son, respectivamente, 65 y 75 veces más contaminantes que un vehículo”.
Las emisiones indirectas podrían ser aún más significativas. Según un informe de 2021 del Observatorio de Conflictos y Medioambiente (CEOBS), el consumo de energía en las bases militares y el combustible para el funcionamiento de vehículos, como aviones, buques de guerra y tanques, suelen ser los principales contribuyentes a las emisiones de gases de efecto invernadero. Su investigación sugiere que la adquisición de estos equipos, entre otras cadenas de suministro, representa la mayor parte de las emisiones del sector. Excluyendo las relacionadas con el impacto de las operaciones en un conflicto.
La industria militar europea
Hay un informe de 2021 elaborado por CEOBS y SGR sobre la huella de carbono de los sectores militares europeos. Examina los últimos datos disponibles de fuentes gubernamentales e industriales de dichas naciones para estimar su huella de carbono y la de la Unión en su conjunto.
El informe denuncia que la industria militar contribuye “de manera considerable” a la emergencia climática. Destaca que solo en la UE, la huella de este sector ascendería a 24,8 millones de toneladas de CO2 equivalente en 2019. Lo que equivale a 14 millones de coches al año. La cifra, aclara, es una “estimación conservadora”. Debido a la falta de transparencia en el sector en este sentido.
Francia encabeza la lista de países con mayores emisiones de gases de efecto invernadero. Con 8,37 millones de kilotoneladas de CO2 equivalente (kt CO2e). Aproximadamente un tercio del total de la huella de carbono de todos los ejércitos de la UE. Le siguen Alemania, con 4,53 millones de kt CO2e, y España, con 2,7 millones de kt CO2e. Tras calcular, entre otras cosas, las emisiones de empresas armamentísticas españolas como Navantia e Indra.
Contabilizar la huella de la guerra
En las últimas seis décadas más de dos tercios de los principales puntos de biodiversidad del mundo han experimentado conflictos armados, poniendo en riesgo su conservación. Stuart Parkinson, de SGR, advierte que los efectos de los conflictos armados hacen que sean prácticamente nulas las posibilidades de limitar el calentamiento global a 1,5 °C. En particular por las emisiones generadas por la invasión a Ucrania, a las que se suman las generadas por la guerra en Israel.
Axel Michaelowa ve una solución posible. Subraya la importancia de una mejor contabilización e información sobre las emisiones militares y las relacionadas con conflictos. Propone la creación de un “inventario global” de gases de efecto invernadero, incluyendo todas las emisiones militares. Sugiere que la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático debería examinar la “destrucción de los depósitos de carbono” durante la guerra. Como los depósitos de combustible, las ciudades y los incendios forestales.
Michaelowa cree que este mecanismo puede abrir un camino para la paz del mundo. Argumenta que, si las emisiones militares se contabilizan obligatoriamente, esto podría disuadir la agresión. Porque podría amenazar la capacidad de un país para cumplir sus objetivos climáticos. Además, cree que en un mundo basado en energías renovables y descentralizadas habrá menos fondos que puedan reinvertirse en conflictos y maquinaria de guerra obtenidos de las exportaciones de combustibles fósiles.