Por Juan Emilio Ballesteros / Fotografía Óscar Romero
Un ingeniero español instalará en Namibia un generador de agua potable que abastecerá a una población asolada por la sequía extrema.
La tradición africana reza que la lluvia es una señal de bendición, máxime cuando se espera un gran acontecimiento. Llovía copiosamente sobre el Estadio de la Independencia en Windhoek, la capital de Namibia, durante la toma de posesión del nuevo presidente, Hage Geingob, quien se comprometió ante miles de sus seguidores a afrontar los retos pendientes, entre ellos el grave problema de la escasez de agua en un país atenazado por la sequía y los desiertos del Namib y el Kalahari. Desde entonces, espera con los brazos abiertos la llegada del generador Aquaer, la primera máquina para fabricar agua en condiciones extremas, con porcentajes de humedad que no llegan al 10% y temperaturas superiores a 40oC.
Una patente del ingeniero español Enrique Veiga, a quien el jefe del Estado recibirá con todos los honores. Sin embargo, esa pompa estará de más para quien la única foto que lleva esperando toda su vida es la de la sonrisa de un niño sosteniendo un vaso que se llena de agua potable en medio de un mar de arena. “Esa imagen –afirma– compensará todos los esfuerzos. Entonces sabré que habrá valido la pena”.
Especialista en los procesos del frío, amplió estudios en La Sorbona de París y viajó a Noruega y Canadá para conocer las técnicas más avanzadas. En 1965, con 25 años, llega a Sevilla como director del denominado frigorífico de Barreras del puerto fluvial. En poco tiempo, convierte esta instalación en la segunda en importancia de España en cuanto a la descarga de pescado congelado. En 1996 dejó su trabajo, reunió el dinero que había podido ahorrar y se centró en desarrollar su proyecto, espoleado por la pertinaz sequía que había padecido el país y que provocó, en 1995, severas restricciones y cortes en el suministro. Si ser un soñador es llevar la felicidad al ser humano, Enrique Veiga se siente el más quijotesco de los soñadores.
Después de alcanzar el éxito como ingeniero frigorista, con una brillante perspectiva profesional, renuncia a un carrera prometedora y se embarca en una tarea descomunal convencido de que es posible obtener agua del aire allí donde no se puede conseguir de otra manera. En este empeño, desarrolla un prototipo de generador de agua potable por condensación del vapor en el aire. Se trata del mismo principio que se observa en el proceso de condensación que se visualiza en los aparatos de aire acondicionado.
Aunque en apariencia esté seco, el contenido en agua del aire, en forma de vapor, es considerable. Si se baja la temperatura hasta rebasar el punto de rocío, que es cuando se empieza a condensar, se obtiene agua semejante a la de lluvia que reúne todas las características para resultar potable sin tratamiento previo.
A partir de esa primera patente, comienzan a aparecer expertos del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial y de la Agencia de Cooperación Internacional para certificar el invento. “Cuando les explicaba de qué se trataba me miraban de forma extraña, pero la cosa funcionaba y ellos no acababan de creérselo. Yo nunca tuve dudas. Las dificultades eran otras”.
La investigación se paralizó por dificultades de financiación. Se produce entonces el primer salto industrial, con la creación de la empresa Aquaer Generators, gracias al conocimiento adquirido por la firma familiar Asesoramiento Frigorífico y la entrada de una compañía de frío industrial en cuyo taller, con 25 operarios, se montan en serie los prototipos. Manuel García y Luis Fernández, gerentes de Altecfrío, se unen al sueño. Según Juan Veiga, hijo del fundador, el desarrollo se basó en tres pilares: técnica, recursos y confianza. El generador puede producir hasta 3.000 litros de agua al día en las condiciones más adversas.
Todavía hay gente que dice: “Este tío está loco”. En realidad, es un milagro y, como cualquier acontecimiento que escapa a la razón, es posible porque se tiene fe y determinación. Enrique Veiga ha pasado momentos malos, en los que todo parecía desmoronarse, cuando el trabajo de investigación de toda una vida zozobraba ante problemas cuya solución se resistía. Incomprensión y pesar ante quienes le dejaban hablar, cuando era evidente que no estaban entendiendo nada. Está convencido de que lo importante es lo básico, lo elemental.
No hace falta tener la mente de Einstein, pero sí el sentido de la oportunidad de Leonardo da Vinci. Los inventos que han significado grandes avances se basan en principios sencillos, mecanismos simples que tenemos delante de los ojos y que no alcanzamos a ver hasta que caemos en la cuenta. Hay innovaciones que cambian el mundo.
Eso ya lo ha hecho un alemán
Es difícil que Enrique Veiga pierda la paciencia. Como investigador que ha hecho de la innovación su seña de identidad, está acostumbrado a esperar. No obstante, si hay algo que le saca de sus casillas es cuando el enterado de turno exclama ante su obra: “Eso ya lo ha hecho un alemán”. Esos recalcitrantes, enemigos del talento, no entenderán jamás que el Gobierno de Namibia haya encargado tres mil generadores y que otros países latinoamericanos, como Chile, se hayan interesado por el ingenio. El invento genera empleo y riqueza y, además, salva vidas.