Los problemas como caries y apiñamiento de los dientes son solo comunes en la especie humana. La mayoría de los vertebrados no padece de estos problemas dentales. De hecho, rara vez presentan dientes torcidos o cariados y en los fósiles de antepasados los expertos nunca encontraron muelas del juicio retenidas.
Actualmente la extracción de las muelas del juicio es casi un rito iniciático de la edad adulta, pero algunos especialistas consideran que es una tradición sin mucho sentido. Consideran que la dentadura del ser humano moderno se muestra como una contradicción. Es la parte más dura del cuerpo y a la vez es increíblemente frágil.
En el registro fósil, los dientes se conservan por millones de años, pero los dientes «de ahora» no son capaces de durar ni una vida. Con ellos los antepasados de los humanos dominaron el mundo viviente, pero ahora hay que cuidarlos a diario para mantenerlos en buen estado.
Los dientes «actuales«
Esta contradicción es nueva. Afecta a las poblaciones contemporáneas y se remonta, básicamente, a la época industrial. ¿La razón? La discordancia entre la alimentación que se ha impuesto y aquella para la que están preparadas la dentición y mandíbulas. Desde hace tiempo los paleontólogos manejan ampliamente que la dentadura está profundamente relacionada con la historia evolutiva de los humanos. Pero es ahora cuando los investigadores clínicos y los odontólogos también empiezan a ser conscientes de esta característica evolutiva. Los dientes trituran millones de veces a lo largo de la vida sin romperse y lo hacen a pesar de estar fabricados con los mismos componentes con que están hechos los alimentos.
De hecho, especialistas creen que los ingenieros tienen mucho que aprender de ellos. Pues esta resistencia especial deriva de su ingeniosa estructura, que los llena de dureza y fortaleza necesarias para impedir la aparición y extensión de grietas. Una combinación de una capa externa de esmalte, hecha casi por completo de fosfato cálcico, que recubre una capa interna de dentina. Además de fibras orgánicas que la dotan de flexibilidad.
Pero todo esta fortaleza ha sido afectada, con el paso del tiempo, por un factor: la alimentación. Las afecciones dentales se deben, ante todo, al cambio en el entorno bucal ocasionado por el consumo de alimentos más blandos y azucarados.
La alimentación y su impacto en el cambio de los dientes
La continua exposición al azúcar favorece la aparición de caries y debilita los dientes. Los caramelos y otras golosinas pueden provocar emergencias como dientes rotos o dañados, en el caso de ser duros; o dejar restos de azúcar en los dientes, si son pegajosos o blandos.
Masticar hielo también puede dañar el esmalte dental. Y no solo hielo, cualquier sustancia dura y fría. También pasa con los alimentos ácidos, que deterioran el esmalte y favorecen la aparición de caries. De hecho, el consumo de alimentos ácidos como el vinagre o los encurtidos, en exceso pueden dañar el esmalte de forma permanente.
Los alimentos crujientes, como patatas fritas o frutos secos, contienen almidón que también puede quedar atrapado en los dientes acumulando placa. Refrescos, alcohol o bebidas carbonatadas también atacan el esmalte produciendo caries. Pero no solo eso, también hay problemas como la periodontitis que empeoran con la falta de higiene de los dientes. La lista de riesgos es larga.
Pero además de estudiar el cambio de los dientes por factores como la alimentación, los dientes también son un gran punto de estudio humano. A través del análisis de la dintición, por ejemplo, se puede estimar la edad de la muerte de un individuo.
Los dientes, una gran fuente de información
Los dientes se forman y despuntan en las encías a edades determinadas. Esta se puede determinar en niños, jóvenes y adolescentes, cuando los dientes están en pleno desarrollo. La falta de espacio y la malnutrición también condicionan la correcta formación de los dientes y su erupción.
Es importante saber que el tiempo de formación de las coronas y de las raíces, así como el proceso de erupción de los dientes, ha cambiado con la evolución humana. El desgaste de los dientes es muy variable y depende del tipo de dieta.
Es por ello que resulta más complejo averiguar la edad de la muerte de los adultos simplemente examinando el desgaste de las coronas de sus dientes; cada población tiene su propia velocidad de desgaste, en función de la dureza y consistencia de los alimentos.
Además, puesto que el esmalte y la dentina crecen de manera discontinua y circadiana, se puede conocer el tiempo que ha tardado en formarse un diente. Los ameloblastos y los odontoblastos realizan su función secretora solo durante una parte de la jornada, al que sigue un tiempo de descanso. Este tipo de eventos generan una serie de estrías microscópicas en el diente que se pueden contar. Y así se puede averiguar con precisión el número de días que la corona y la raíz de un diente han necesitado para completar su formación. De esta manera, los estudios forenses puede determinar la edad de la muerte con un pequeño margen de error.
El paso del tiempo deja huella en los dientes y a través de ellos también se puede entender cómo han ido cambiando durante ese período. Pero no solo los dientes han evolucionado, todo el cuerpo humano se ha ido transformando con el paso del tiempo, adaptándose a los cambios y adecuándose a nuevas situaciones.
Cambios del cuerpo con la evolución
Los cuerpos humanos actuales son muy distintos al de los primeros homo sapiens que emergieron hace más de 300.000 años. En los últimos 100.000 años los seres humanos se han hecho más pequeños. En promedio, hace 40.000 años los hombres europeos medía, en promedio, 1,83 metros. Eran cazadores y recolectores que funcionaban en un ambiente hostil. Necesitaban mucha más fuerza de la que hoy se utiliza para sobrevivir.
Pero eso no es todo. Hace 10.000 años los mismos hombres eran más pequeños. Medían alrededor de 1,62. ¿La razón? La agricultura había comenzado a desarrollarse y esos primeros ensayos fallidos, con cosechas que no siempre eran abundantes, produjeron hambrunas. El ganado doméstico también traspasó enfermedades y el cuerpo se adaptó, haciéndose más pequeño.
Los cerebros también disminuyeron, pues debían adaptarse a los cuerpos más pequeños de los antepasados, como también el tamaño de mandíbulas y dientes.
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