La crisis energética, agudizada durante la guerra de Ucrania, pero que ya venía manifestándose como consecuencia del parón económico durante la pandemia, evidencia que el nuevo orden internacional que surja del conflicto bélico que estremece al mundo no va a constituir la gran oportunidad para acelerar la transición energética y la descarbonización si no es capaz de mirarse en el espejo de Europa, cuya unidad de acción impulsa la sostenibilidad.
Lamentablemente, las ocasiones se agotan y, de no producirse reducciones inmediatas, la posibilidad de limitar el calentamiento global a 1,5 °C estará fuera de nuestro alcance. La enorme dependencia global de los combustibles fósiles, junto a la inflación galopante y el alza del coste de las materias primas, cuyas graves consecuencias estamos apenas empezando a sentir en nuestros bolsillos, amenazan con la peor recesión desde 2008, sobre todo porque los problemas estructurales que la provocaron persisten hoy sin que las recetas económicas para combatirlos hayan variado un ápice.
Seguimos creyendo que basta con accionar el botón de la máquina de hacer dinero y, de esta manera, endeudarnos sin límite. Es cierto que las renovables, unidas a la nuclear y el gas natural, que la taxonomía que pretende establecer la Unión Europea califica como energías verdes, impulsarán las fuentes de generación menos dañinas para el medio ambiente, poniendo cerco al carbón, pero también lo es que los objetivos previstos en la Agenda 2030 de Naciones Unidas y los compromisos adquiridos por la comunidad internacional de cara a 2050 para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero nos conducen a una encrucijada que encierra un ultimátum: es ahora o nunca.
Las decisiones que se adopten pueden asegurar un futuro habitable. Si el objetivo es limitar el calentamiento global, esto requerirá una reducción sustancial en el uso de combustibles fósiles, mejoras en eficiencia energética y el desarrollo de combustibles alternativos como, por ejemplo, el hidrógeno. Así lo estima el Panel Intergubernamental de expertos sobre Cambio Climático (IPCC) de la ONU, cuyos responsables aseguran que hoy se cuenta con las políticas, la infraestructura y la tecnología adecuadas para permitir cambios en nuestro estilo de vida que puedan suponer una reducción del 40-70% en las emisiones de gases de efecto invernadero para 2050.
Si se aplican de forma equitativa y a escala global, pueden apoyar una profunda reducción de las emisiones y estimular la innovación.