Por Miguel Ángel Artola
21/02/2016
Europa comenzó a forjarse como un gran ente económico y político en torno precisamente al carbón y al acero creando la CECA – Comunidad Europea del Carbón y del Acero en 1950. Han pasado muchos años desde entonces en los que el proyecto de la Unión ha tenido que sortear no pocas dificultades para llegar a lo que hoy conocemos.
No deja de ser paradójico que en 2016 la Unión Europea con su gran cantidad de tratados y reglamentos sea incapaz de proteger a tiempo a su industria de la competencia claramente desleal que llega de diferentes partes del planeta.
El acero no es el único sector amenazado pero es uno de los que más sufre por la ineficacia de las medidas comunitarias para frenar el dumping (vender por debajo de los costes de producción) chino.
A diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, donde sólo necesitan un par de meses para detectar el problema y activar sus mecanismos de defensa de la competencia, la vieja Europa tarda de media nueve meses en determinar si las denuncias de dumping sobre un tipo de producción determinada son ciertas antes de grabar con tasas la adquisición de esos productos por parte de las empresas europeas.
El cierre de las siderurgias
Mientras Europa estudia con detenimiento los casos las plantas siderúrgicas cierran, arrastrando consigo un ecosistema de local que deja a la economía de muchos pueblos y ciudades al borde de la quiebra.
El último cierre de una planta de acero en Europa nos ha tocado muy de cerca. La Acería Compacta de Bizkaia, la ACB de Sestao, para su actividad hace unas semanas tras anunciar su dueña, ArcelorMittal una “parada temporal indefinida” que deja en el paro a sus 335 trabajadores.
Si no se toman medidas otras plantas pueden correr la misma suerte. Sólo en el País Vasco ArcelorMittal tiene plantas de productos planos en Etxebarri, Sestao y Lesaka y de productos largos en Bergara, Zumarraga y Olaberría. Son parte de las 12 plantas industriales que la multinacional cuenta en España, que dan trabajo a más de 9000 empleados. Representan algo menos del 50% de toda la producción nacional.
Miembros del comité de empresa de la ACB se manifestaban el pasado 15 de febrero por las calles de Bruselas con compañeros de otros diecisiete Estados miembros al entender que China viola con sus prácticas de dumping los principios “de un comercio libre y justo”.
85.000 puestos menos
Los representantes de los trabajadores desfilaban junto a representantes gubernamentales y su propia patronal ya que la marcha estaba organizada por Eurofer, que agrupa a las empresas siderúrgicas de la Unión Europea. Su presidente, Geert Van Poelvoorde, alto cargo de ArcelorMittal, desgranaba los datos de la tragedia. 85.000 puestos de trabajo perdidos desde 2008, cerca del 20% de toda la fuerza laboral despedida por el cierre de plantas que no lograron competir con el gigante asiático.
Ahora, los 330.000 trabajadores restantes, que siguen trabajando en más de 500 plantas repartidas por toda Europa se preguntan si correrán la misma suerte que sus compañeros.
Mientras la manifestación recorría las calles del centro de Bruselas, altos cargos de la UE, ministros de industria de diferentes países y representantes de las empresas celebraban en uno de los grandes salones de reuniones de la Comisión Europea una conferencia de alto nivel sobre industrias consumidoras de energía.
En una maratoniana jornada los ponentes pusieron sobre la mesa la evidencia de la falta de resortes comunitarios para defender a su industria. La única zona económica del mundo, como reconocía el ministro de Industria galo, Emmanuel Macron, incapaz de proteger a tiempo sus intereses.
El perfil bajo de España
Francia es junto con Alemania, Italia, Reino Unido, Bélgica, Luxemburgo y Polonia uno de los estados que ha pedido a la Comisión medidas urgentes para proteger a las empresas productoras de acero. España optaba por sumarse al texto con posterioridad pero manteniendo un perfil bajo si lo comparamos con otros socios comunitarios de peso.
A la Conferencia en Bruselas no asistía el ministro de Industria José Manuel Soria, pero sí su Secretaria de Estado de Industria Begoña Cristeto. También tomaba la palabra la Consejera vasca de Industria, Arantxa Tapia, que reconocía la necesidad de las empresas europeas en ser cada vez más tecnológicas y competitivas pero sin abandonar a su suerte a las más tradicionales como las siderúrgicas.
Nadie duda de que China hace trampas, que mantiene su siderúrgica, incapaz de competir frente a las modernas factorías comunitarias como la recién cerrada ACB de Sestao, a base de créditos sin fin y ayudas de estado. Todo para lograr que su Producto Interior Bruto siga creciendo y no aumenten en casa las dudas sobre su participar modelo comunista de mercado.
Oficialmente la economía china creció en 2015 un 6,9%, sólo una décima menos que las previsiones de su gobierno. Y se espera que para el año en curso no alcance el 6,3%. Unas cifras que serían enormemente positivas en cualquier país de la Unión Europea, pero claramente insuficientes para un país que necesita crecer a dos dígitos.
Cifras cuestionadas
Y además las cifras, aunque son dadas por buenas por los grandes organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, son cuestionadas abiertamente por economistas de prestigio y medios especializados que no tienen tampoco dudas al afirmar que China infla sus datos de crecimiento para evitar que estalle su particular burbuja financiera.
Con semejante escenario pensar que China va a tomar en consideración los llamamientos internacionales para que frene la sobreproducción de acero y deje a sus siderúrgicas que compitan en igualdad con el resto de plantas del mundo es una utopia.
En octubre del pasado año el presidente chino Xi Jinping y el premier británico David Cameron sellaban en Londres un acuerdo comercial sin precedentes. Los dos mandatarios ataban diferentes paquetes de inversiones cruzadas que superaban los 40.000 millones de euros. Buena parte de ese dinero permitirá construir en Hinkley Point, al este de Inglaterra, la primera central nuclear construida en Gran Bretaña en los últimos 10 años, también la primera con tecnología china, que estará operativa en 2025.
Y después pueden venir muchas más inversiones en otras plantas e infraestructuras de comunicaciones. A cambio de las inversiones Reino Unido se comprometía a dar tratamiento preferencial a los inmigrantes chinos y facilitarles su acceso a los grandes centros educativos.
El aprieto de Cameron
¿Cómo se sentiría usted si fuera un trabajador del acero, que perdió su trabajo y ve al presidente chino ser paseado en una carroza dorada?, preguntó la periodista de la BCC a Cameron en la rueda de prensa posterior al encuentro. La respuesta del líder británico se limitó a reconocer que el tema del acero estuvo encima de la mesa, pero poco más y Xi Jinping anunciaba por su parte con la boca pequeña recortes en la producción del acero en su país para paliar un problema global.
China ingresó en 2001 en la Organización Mundial de Comercio para iniciar un proceso de transición que tiene que terminar en 2016 con su pleno reconocimiento como economía de mercado. Con la ayuda de suculentas inversiones China va logrando que cada vez más países acepten reconocerla.
Europa se encuentra dividida. Estudios como el publicado por el Economic Policy Institute auguran caídas del PIB europeo del 2% y hasta más de tres millones de puestos de trabajo perdidos si la UE reconoce a China como un igual a la hora de relacionarse económicamente. A finales de 2016 deberá adoptar una decisión. Para entonces Pekín tendrá que haber demostrado que sabe jugar con las reglas del mercado.
Una vez más la vieja y a veces cínica Europa, casi con seguridad con el Reino Unido del Brexit en su seno, demostrará cuál es su grado de independencia y sus prioridades.