Marcelo Bielsa, en una de sus tantas exposiciones, y ante el cuestionamiento sobre su filosofía de juego, ofreció una reflexión que no pasó desapercibida: “Yo soy un obsesivo del ataque. Yo miro videos para atacar, no para defender. ¿Saben cuál es mi trabajo defensivo? Corremos todos”.
El adiós de Cristiano Ronaldo dejó en evidencia algo que solamente una bestia competitiva como el portugués podía disimular: el Real Madrid no tiene una estructura ofensiva clara. No la tuvo tampoco en tiempos de Zinedine Zidane, pero durante aquellas noches europeas, Cristiano fue el antídoto a todos los males merengues. El Madrid actual, el de Julen Lopetegui primero y el de Santiago Solari ahora, no ha desarrollado conductas que le permita dominar los partidos, y por ello, aunque parezca una herejía, este equipo sigue siendo muy vulnerable.
¿Por qué le cuesta tanto al conjunto merengue someter a sus adversarios? Una razón, quizá la más evidente, es que depende mucho de sus individualidades. Pero no nos engañemos, esta versión del Madrid es prácticamente idéntica a la que ganó tres Champions League bajo la conducción del francés, y con los goles del portugués. La gran diferencia es que el atacante no está y tampoco llegó un recambio de garantías.
Este es un equipo plano, sumamente dependiente de lo casual, lo circunstancial y hasta lo divino, tal como se vio en el gol de Gareth Bale. Y cuando se está tan sometido a los avatares del azar y a lo celestial, se camina por un precipicio del que hay pocas formas de escapar. Una de ellas es corriendo, hacia adelante o hacia atrás, algo que hoy le fue suficiente al conjunto blanco para seguir bailando a su ritmo en la escena continental, pero que lo aleja de ser un equipo fiable, por más que la clasificación europea diga lo contrario.
El de hoy fue el Madrid que corre. Corre para defender y corre para atacar. Podría decirse que corre para esconder sus penas y para olvidar a Cristiano. Pero al fútbol, aunque a muchos les pese, se juega con algo más que la testiculina y la voluntad de correr. Y eso, que algunos llaman juego, no le sobra al campeón europeo.