El Quai D’Orsay, el palacio que sirve de sede al Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, obra arquitectónica modernista del Segundo Imperio, luce en el primer descanso de su escalera un óleo espléndido. Es el retrato de Armand Jean du Plessis de Richelieu, que estableció la influyente monarquía de la Casa Borbón durante el reinado de Luis XIII. Las influencias desplegadas por la dinastía sobre la geografía europea fueron determinantes de Estocolmo a San Petersburgo, de Drottningholm a la barroca Mansión de Catalina la Grande.
Los sucesores de su eminencia gris, del temible cardenal, fueron Julien Mazarino y Charles Maurice de Talleyrand, ambos mantuvieron el estandarte de grandeza de la diplomacia francesa.
La Escuela Diplomática de París, de Faubourg Saint-Honoré, ilumina su Salón de Grados con un retrato del príncipe de Benevento o el diable boiteux, Charles Maurice de Talleyrand-Périgord. La obra pictórica de Pierre Proudhon consagra al excelente ministro de Asuntos Exteriores. El ejercicio fascinante de su responsabilidad comienza con Luis XVI, atraviesa los campos de la revolución, el imperio, y la época de retorno de la corona a la cabeza de Luis XVIII y Luis Felipe, último rey de los franceses.
De su personalidad de estadista resaltan dos rasgos: realismo y profundo amor a la patria. Solía declarar que jamás había traicionado el interés general, pues el interés propio marchaba a su lado para triunfar. Un hecho histórico es haber sido protagonista principal, con su homólogo austriaco Clemente de Metternich, en el Congreso de Viena de 1815, donde se trazaron las nuevas fronteras de Europa, tras la caída del corso Napoleone di Buonaparte o Napoleón I.
Talleyrand, con el destino Galo en sus manos, defendió con éxito la integridad territorial, aunque en desventaja. El encuentro vienés se perfilaba como el reparto del botín ante el derrumbe del imperio y el legado tardío del ancien régime.
La yunta Talleyrand-Meternich define el nuevo mapa político con las siguientes consecuencias: Francia repone la monarquía y conserva sus límites intactos; Reino Unido consolida el señorío de su Armada; Rusia se anexa Polonia y la sufrida Finlandia; y Austria retorna a su hegemonía europea, recupera los Balcanes, el Tirol y arrebata Lombardía y Véneto.
El pragmatismo del príncipe de Talleyrand apreciaba que la Ética y el Derecho son disciplinas filosóficas de naturaleza evolutiva y progresiva.
Una demostración palpable es la venta de Luisiana a Estados Unidos –por 23 millones de dólares– firmada por él y auspiciada por el más afrancesado de los presidentes norteamericanos, Thomas Jefferson.
A la sazón, no existía prohibición ni moral ni jurídica. Hoy, las cosas son absolutamente diferentes. Un acto semejante constituye un esperpento inexplicable, no importa el tipo de silogismo jurídico.
Albert Camus, el colosal novelista francés, propuso introducir la ética en la política mediante los 47 editoriales de Combat, el periódico de la resistencia, cuya dirección asumió enfrentado a los ataques inclementes de los comunistas desde el poderoso L’Humanité. Todos ellos –recopilados en «La Noche de la Verdad»– claman ardientemente por un liderazgo político y, al mismo tiempo, moral e intelectual. Así, marca, el célebre pied noir, la línea roja entre el socialismo marxista y el socialismo democrático liberal.
En verdad, los conceptos del Estado de derecho, el sufragio y el vigor de los derechos humanos definen la virtud y esencia del Derecho Internacional Público contemporáneo. La vanguardia cubierta por el Derecho Internacional de los Derechos Humanos arropa el espíritu democrático del legislador al dedicar dos instituciones a reforzar la defensa y protección de los derechos del hombre y el ciudadano.
Primero, la intervención humanitaria o derecho de injerencia, según la doctrina francesa, asegurando la preeminencia de los derechos humanos sobre los antiguos principios de la soberanía y la no intervención, lo que compromete la acción de la Comunidad Internacional.
Segundo, el surgimiento de la Responsabilidad de Proteger o R2P, de inagotable recorrido doctrinal –24 años– que desprende obligaciones ineludibles semejantes a las organizaciones internacionales y a los Estados.
He aquí el motivo que me anima a proponer la intervención multilateral como la providencia jurídica adecuada para afrontar la agresión del comunismo, con mascarilla, que oculta el rostro del populismo vil, enriquecido por el latrocinio, el narcotráfico, y el expolio de recursos naturales.
No puede pasar desapercibido por la sociedad internacional la protesta clamorosa y valiente del pueblo cubano el 11 de julio, tras 62 años interminables de oprobio, represión y tortura. Los cubanos en su protesta desenmascararon a un Estado fallido, destruido hasta sus huesos, sin alimento, ni medicina, ni vivienda, ni internet y la ausencia absoluta de libertad.
La intervención multilateral sería la aplicación del brutal realismo. Una propuesta permanente de Henry Kissinger que desdeña, olvida, la fraternidad o solidaridad recíproca entre los Estados. Abstenerse de colaborar en una respuesta eficaz al infierno dantesco que viven Cuba, Venezuela o Nicaragua equivale a decir que Cuba, Venezuela o Nicaragua son libres de ser o no una dictadura. Estimo que podríamos ponernos de acuerdo los opositores a la nefasta dictadura para unirnos en perspectivas y tareas en la actualidad y de cara al futuro.
Es más, considero una obviedad la realización de los comicios electorales del sufragio universal, limpio y secreto. Y que prohibió Lenin al fundar las bases ideológicas del comunismo en el año de 1917.
La democracia representativa, que adhiero con pasión, tiene su legitimidad en el ejercicio sacrosanto del voto. El busilis reside en que en las dictaduras no hay interlocutor válido. Las tiranías no dialogan, no negocian. Ni dejan margen a la discusión.
Para colmo quienes se ponen del lado opresor nos dejan un problema matemático de difícil resolución, en el sentido, de que Cuba, Venezuela y Nicaragua son la misma tiranía en represión, sangre y hambre.
Orden, orden orden, la interjección característica del antiguo speaker de los Comunes, John Bercow, viene a cuento. Sin embargo, prefiero Ética, Ética y más Ética. Sín ética la política es una guadaña.