Por Gorka Landaburu
Con la detención de David Pla, Iratxe Sorzabal (en la imagen, abajo) y Ramón Zagarzazu, el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, considera que supone el «descabezamiento absoluto de ETA» afirmando, además, «que ETA desde hace tiempo es un cadáver al que le falta el certificado de defunción». La euforia del ministro contrarresta con las declaraciones de Josu Erkoreka, portavoz del Gobierno Vasco, que ha declarado que el fin policial de la banda armada “no garantiza su defunción”.
No hay ninguna contradicción porque ambos desean la disolución de la organización armada, que hace prácticamente cuatro años, en un comunicado, anunció el fin de su actividad armada. Fernández Díaz quiere que ETA se disuelva de forma incondicional sin ninguna contraprestación mientras que Erkoreka desea que este final sea ordenado para no dejar ningún cabo suelto.
El golpe a la cúpula de ETA es un contratiempo en la estrategia de sus dirigentes, que estaban a la espera del final de la legislatura de Rajoy, para ver si se producían cambios y poder así escenificar su disolución. Pero el tiempo corre en contra de los intereses del grupo armado. La colaboración franco-española y la presión policial ha descabezado, una vez más, a una organización que ya no sabe cómo entregar sus armas, ni cómo disolverse.
Según expertos en la lucha antiterrorista quedarían en Francia una veintena de etarras, la mayor parte jóvenes provenientes de la kale borroka, aislados de la dirección, como también Josu Ternera que se situaría al margen de las estructuras de la organización.
El final patético de ETA puede terminar como el rosario del Aurora. De ellos depende que sigan cayendo, poco a poco, en manos de la policía o decidan adoptar la decisión más importante de su macabra historia que es anunciar su disolución.
La detención anunciada de Pla y Sorzabal, puede retrasar la única opción que les queda. Por eso sería deseable que desde la Moncloa, además de la euforia por este golpe y de las medidas policiales pendientes, se tuviera una visión política para poner punto final, a una agonía que se va prolongado y puede prolongarse todavía en el tiempo. No se trata de poner ninguna pista de aterrizaje. Es simplemente facilitar su disolución.