Daniel Losada, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Desde que el mundo es mundo, la tecnología ha estado presente en nuestro día a día. En el paleolítico inferior el Homo habilis empezó a utilizar herramientas de piedra. A partir de ahí, la humanidad no ha parado de generar nuevos objetos con los elementos que iba encontrando en su entorno. No debemos olvidar que la tecnología es todo aquello creado por el hombre, que no se puede encontrar por sí mismo en la naturaleza.
Esos elementos han supuesto un cambio en la manera en que hacemos las cosas, mejorando notablemente nuestra calidad de vida. Pero no todo ha sido de color de rosa. Toda innovación tecnológica ha tenido detractores. La época actual no iba a ser diferente y existe una corriente, cada vez más generalizada, dispuesta a achacar a los avances tecnológicos todos los males de esta sociedad. En el terreno educativo, el foco del debate se ha puesto en la siguiente pregunta dicotómica, a mi juicio, tendenciosa: ¿debemos usar los ordenadores en el aula?
Toda tecnología tiene implícitas unas ventajas y unos inconvenientes. En Educación, se traducen en ayudas y en riesgos para enseñar, para aprender y para la salud. No existe estudio que niegue rotundamente esa cuestión, ni lo habrá. Por lo tanto, la pregunta inicial no debiera ser esa. El debate no gira en usar o no usar tecnología digital en las aulas.
Los avances tecnológicos vienen para quedarse
Los avances tecnológicos vienen para quedarse y posicionarnos a favor o en contra no aporta nada a la educación. Además, algunas personas lo plantean como un versus entre lo digital y lo analógico, una pelea en la que debe ganar una de las dos tecnologías. Olvidan que el libro de texto impreso también es una tecnología, sujeta a ventajas e inconvenientes, igual que esos ordenadores, pantallas, móviles y demás aparatos digitales que demonizan.
Vivimos tiempos convulsos, un periodo de grandes transformaciones sociales que influyen constantemente en las nuevas políticas educativas. Eso genera confusión, tanto en los docentes como en los estudiantes y las familias, respecto a la formación del ciudadano del siglo XXI que deseamos fomentar en nuestras escuelas. Sin embargo, la importancia de desarrollar la competencia digital en nuestro alumnado sigue siendo una constante inalterable.
En España, desde la promulgación de la Ley Orgánica de Educación en 2006 hasta la más reciente Ley Orgánica de Mejora de la Ley Orgánica de Educación en 2020, el foco de la formación en la etapa obligatoria ha sido promover un alumnado “multialfabetizado”.
Esa visión implica que, además de adquirir habilidades en lectoescritura, matemáticas y un conocimiento básico en áreas como idiomas, ciencias sociales, naturales, artísticas y culturales, los estudiantes deben ser capaces de enfrentarse a los retos de la sociedad de la información y la comunicación.
Cinco áreas clave
La iniciativa DigComp (Digital Competence Framework), impulsada por la Comisión Europea en 2013 y actualizada de forma continua desde entonces, ha obligado a los sistemas educativos a nivel nacional y autonómico a tomar diversas medidas para asegurar, entre su alumnado, múltiples competencias en cinco áreas clave.
Se busca que el ciudadano que salga de la escuela sea capaz de
- Buscar, evaluar y organizar información.
- Comunicarse, colaborar y participar en entornos digitales.
- Crear, editar y publicar contenido digital.
- Protegerse de los riesgos asociados al uso de la tecnología y garantizar su privacidad.
- Identificar, analizar y resolver problemas típicos relacionados con el uso de las herramientas tecnológicas.
Lamentablemente, la práctica común de algunos sistemas educativos ha sido tomar medidas para la consecución de la multialfabetización de su alumnado mediante una implementación irreflexiva e indiscriminada de tecnología en las escuelas. En ese modo de actuar subyace una idea errónea basada en las bondades per se de la tecnología digital en los procesos educativos, no respaldada por evidencia alguna.
La literatura científica no ha aceptado la hipótesis de que a más tecnología en el aula se produzcan mejores resultados académicos. Por lo tanto, no se puede afirmar que exista una relación directa, lineal y automática entre esas dos variables, más allá del efecto causal hacia la mejora de la competencia digital del alumnado.
En el campo de la tecnología educativa destinada a estudiar el uso de diferentes herramientas y recursos tecnológicos para mejorar los procesos de enseñanza-aprendizaje existe una máxima que todos los investigadores asumen: la cuestión no es tecnológica, sino pedagógica. Cualquier herramienta o recurso que integrar en educación debe ser analizado desde el prisma del objetivo a lograr. Por lo tanto, la pregunta que nos tenemos que hacer es qué queremos conseguir.
Hacia una planificación sosegada
Si hablamos de la educación obligatoria, debemos tener en cuenta la necesidad de responder a la diversidad del alumnado existente en nuestras aulas. Los últimos avances en neurociencias derivados por estudios científicos nos informan de esa variabilidad en la manera de aprender.
No obstante, se puede simplificar el aprendizaje a través de un modelo denominado Diseño Universal para el Aprendizaje basado en tres redes neuronales interdependientes:
- Una red afectiva que regula la implicación del alumnado en su aprendizaje.
- Una red de reconocimiento que permite procesar la información que se requiere.
- Una red estratégica que garantiza la acción y la expresión de lo aprendido.
Ese modelo propugna la utilización de diferentes opciones, estrategias y recursos. Y es en esa diversidad de soportes donde podemos encontrar la respuesta a nuestro dilema. Las pantallas, los ordenadores e internet tienen cabida junto a una gran diversidad de otras herramientas sobre la base de una reflexión previa y un diseño que acepte la variabilidad de nuestro alumnado y no intente buscar lo imposible, una planificación para un discente medio que no existe.
Lo importante en nuestras escuelas de educación obligatoria es programar actividades que utilicen una selección variada de herramientas, incluidas las digitales, que garantice a todo el alumnado, sin excepción e independientemente de sus características individuales, su motivación y compromiso, un procesamiento propio de la información y una puesta en práctica de lo aprendido.
Conclusión:
A modo de conclusión, es importante subrayar que las tecnologías digitales no están corrompiendo la educación, pero tampoco podemos decir que la estén mejorando por el simple hecho de que se hayan naturalizado en nuestras aulas. Solo con una planificación sosegada hacia una escuela para todos nos puede llevar a un desenlace positivo en su integración.
Daniel Losada, profesor titular de Universidad en el Departamento de Didáctica y Organización Escolar. Facultad de Educación, Filosofía y Antropología, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.