Cuando una expedición británica se propuso en 1921 subir los 8.848 metros de altura del Everest, la montaña más alta del planeta, el mundo no entendía muy bien por qué. Cuenta la leyenda que el escalador George Mallory, fastidiado por la insistencia de la prensa en saber sus motivaciones para realizar semejante empresa, declaró “porque está ahí”. Es probable que la frase nunca fuera pronunciada por Mallory, pero demuestra muy bien, la lógica (y la terquedad) del ser humano al momento de marcarse desafíos.
Mallory intentó llegar a la cima de la montaña en 1924 junto a otro escalador, Andrew Irvine, pero nunca regresaron. Nunca se supo si lograron pisar la cumbre. Finalmente, fueron el neozelandés Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay, quienes 29 años después, el 29 de mayo de 1953, alcanzaron el techo del mundo de manera oficial. A partir de entonces, la gesta que antes desconcertaba a muchos, empezó a ser factible para otros. El monte Everest comenzó a recibir a alpinistas del mundo entero, todos dispuestos a coronar la montaña.
Sin embargo, desde hace unos años, la cima del mundo no solo atrae a montañistas experimentados, dispuestos a superarse a sí mismos, sino que, gracias a la proliferación de agencias y compañías de turismo, así como a la falta de regulación por el gobierno nepalí, también atrae a adinerados aficionados y personas temerarias dispuestas a pagar miles de dólares para hacerse un selfie a más de ocho mil metros de altura. Es por ello que imágenes como las que se vieron recientemente, de una fila de gente haciendo cola para alcanzar la cima del Everest, se están haciendo cada vez más comunes.
Solo este año, 600 personas hicieron cumbre, entre alpinistas y guías, mientras que el gobierno de Nepal rompió un récord de 381 permisos otorgados. Pero también hay otras marcas que no suenan tan positivas. Esta temporada de escalada ha sido una de las más mortíferas en los últimos cuatro años, con 11 personas fallecidas en total. Cinco de ellas ocurrieron el 22 de mayo, cuando más de 200 montañistas intentaron hacer cumbre el mismo día y se hizo una fila en la que esperaron hasta dos horas para alcanzar el pico.
Los congestionamientos
Los congestionamientos en el Everest se pueden explicar desde varias aristas. Primero, la temporada de escalada se da a mitad del mes de mayo porque es cuando hay una ventana de buen tiempo en la que las temperaturas son un poco más cálidas y hay poco viento, dos factores que facilitan la ascensión.
Por otro lado, aunque hay 18 rutas para subir al Everest, las más conocidas y practicadas son la ruta norte, que va por el Tíbet, y la ruta sur, por Nepal. La primera es mucho más cara y el gobierno chino también es más estricto a la hora de conceder permisos para los escaladores. Desde el año pasado, solo ha autorizado 300. Por ello, la mayoría de las agencias se encuentran en Nepal, un país pequeño, poco más grande que el estado de Nueva York, con una situación económica precaria que tiene, al menos, a un cuarto de su población viviendo en la pobreza.
Aunque el país vive sobre todo de la agricultura, el turismo, cuya gallina de oro es el Everest, también es un medio que tienen miles de lugareños para ganarse la vida y un sector que el gobierno se ha esforzado por explotar: los permisos cuestan 11.000 dólares para los extranjeros. El principal problema reside también en la falta de regulación para otorgarlos.
Turismo mortal
El gobierno nepalí solo exige un certificado médico en el que se asegure que la salud del acreedor esté en un estado óptimo para subir, pero no se exige ninguna prueba de resistencia en alturas extremas. Lo que ocasiona que cada vez más turistas temerarios piensen que pueden hacer cima con solo pagar la travesía, cuyo costo puede variar desde los 35.000 a los 100.000 dólares. Los gastos incluyen el equipo, el oxígeno embotellado, las carpas y, lo más importante, el apoyo de uno o más sherpas, los imprescindibles guías para los menos experimentados.
Es, precisamente, la falta de experiencia de muchos de los que suben lo que puede ocasionar más riesgo para todos en la montaña. Ben Jones, guía estadounidense de Alpine Ascents International, aseguró que “ninguna de las muertes de las que me enteré fue por haber hecho cola… Se trata principalmente de problemas en la toma de decisiones”, según cita National Geographic. Por su parte, la escaladora india Ameesha Chauhan, que también intentó hacer cumbre esta temporada y sufrió síntomas de congelamiento por esperar en las filas, también se quejó de la inexperiencia de las multitudes: “vi a escaladores que no sabían cómo sobrevivir y dependían completamente de sus guías”.
Malos guías
Gran parte de lo que sucede camino a la cima del mundo recae también sobre los hombros de los guías. Facundo Arana, músico y actor argentino, escalador aficionado, también estuvo en la última temporada de escalada. Aseguró a la televisión de su país que “a cada grupo de clientes lo acompaña un guía, y no todos están tan preparados como debieran (…). Hay compañías que tienen mucha gente extraordinaria, y otras que con tal de ganar la plata ponen a la gente allá arriba”.
Igualmente, Simon Lowe, director general de Jagged Globe, una empresa de excursiones de montaña, indicó que “la cola simplemente amplifica el problema de tener gente inexperta, acompañada por sherpas inexpertos, escalando bajo una dirección y organización de la expedición incompetentes”.
En algunos casos, la incompetencia de los guías no es lo único que hay que temer. El año pasado salió a la luz una gran trama de corrupción en la que se destapó que varios guías, agencias de viaje, servicios de helicópteros así como de compañías de té y hospitales, presionaban a los alpinistas para pagar por evacuaciones apenas tuvieran un mínimo síntoma de mal de altura con tal de sacar unos miles de dólares más.
Menos hielo, más cadáveres
Según datos de The Himalayan Data Base, que se actualiza bianualmente, hasta el año 2017, 4.833 personas habían hecho cumbre, más de 3.000 incluso en varias ocasiones. Pero, por supuesto, no todos los ascensos han sido exitosos. Además, de los que deciden descender por distintas circunstancias, hay más de 300 vidas que se ha cobrado la montaña.
Aquellos que han muerto en su intento por conquistar el Everest, están muy presentes para los escaladores que también viajan a la montaña. No solo de forma simbólica, sino literal pues es posible encontrarse cuerpos congelados o huesos en las rutas habituales de ascenso, así como las parkas, instrumentos o incluso las botas de los cadáveres. Hallazgos macabros que cada vez son más frecuentes.
El Rainbow Valley
La mayoría de estos cuerpos se hallan a 1.000 metros de alcanzar la cumbre, en lo que se conoce como la “zona de la muerte” y en inglés como “rainbow valley” (“valle arcoíris”), por el color de la ropa que visten. En algún momento, incluso, alguno de los cuerpos, como el famoso “Green Boots”, sirvió de marca en la ruta.
Pero ahora han aparecido más cuerpos que se encontraban enterrados debido al derretimiento de la nieve a causa del calentamiento global. Según un reportaje de The New York Times, los científicos pronostican que al menos un tercio del hielo en los Himalayas y la vecina cordillera del Hindu Kush se descongelarán para finales de este siglo si se mantiene el ritmo actual.
El alpinista alemán David Goettler, que este año intentó alcanzar la cima sin oxígeno, relató su experiencia al encontrarse dos cadáveres mientras descendía. “Es un sentimiento extraño. Intentas hacer una de las cosas más bellas de tu vida, y te cruzas con muertos”, relató al diario El País. “Uno entiende lo mortíferas que son las montañas, la importancia de hacer bien las cosas. Viendo esos cuerpos uno recuerda lo completamente perdidos que están aquí arriba la mayoría a poco que falle la mínima cosa”, concluyó.
Un vertedero en altura
Otro problema que han ocasionado las aglomeraciones es el aumento de basura en los campamentos y a lo largo de la ruta a la cima del Everest. Desde el año 2011, el gobierno nepalí y el chino han organizado jornadas regulares de limpieza. Y han intentado establecer normas para reducir los desechos. En la última jornada de limpieza, que se inició a finales de abril y terminó a principios de junio, se recogieron 11.000 toneladas de basura, según fuentes del gobierno nepalí.
La operación se concentró en South Coll (7.900 m) y la de Camp II (6.500 m), y se recogieron, sobre todo, latas vacías, botellas de plástico y parte de equipo escalada inservible. La basura fue bajada con la ayuda de un helicóptero del ejército nepalí. Fue trasladada a Katmandú, donde fue recibida por un grupo de recicladores.
Aunque las autoridades calificaron la operación como exitosa, admiten que todavía quedan desechos por limpiar. De nuevo, la falta de responsabilidad se vuelve uno de los obstáculos para preservar el ecosistema de la montaña. La mayoría de los escaladores no cumple con las reglas impuestas. Desde el año 2014, el gobierno nepalí exige a los montañistas que bajen, al menos, ocho kilogramos de basura sin incluir sus botellas de oxígeno vacías y sus heces. Si no lo hacen, reciben una multa, pero el monto resulta una nimiedad comparado con todo lo que ya tienen que gastar por lo que no les importa.
Un cambio de reglas en el Everest
Con este panorama, el gobierno nepalí se está planteando un cambio de normativas para las expediciones al Everest. “Es hora de revisar todas las leyes viejas”, dijo el miembro del parlamento Yagya Raj Sunuwar a The New York Times. Las reformas podrían centrarse en regular ciertas áreas, como hizo China, así como ser más severos a la hora de conceder permisos. Sin embargo, la pregunta está en si el gobierno de Nepal y las autoridades realmente sienten preocupación por el Everest, por la preservación de su ecosistema y por la situación de los pueblos locales, devotos de la montaña o si, por el contrario, seguirán recolectando ganancias a costa del medio ambiente y la vida de los montañistas, convirtiendo el mítico y emblemático Everest en un parque temático para el turismo.
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