El campo y la ganadería española han dado un vuelco en las últimas décadas. Desde los espacios donde operan, la alimentación de los animales hasta los procesos de industrialización. Estos cambios han traído un aumento de la productividad, pero con altos costos propios y externos. En parte, a expensas de los bosques de Suramérica, de la Amazonía, que son deforestados para contribuir con la productividad agropecuaria de España y otras naciones europeas.
La economía de escalas ha reforzado el modelo de estabular la agricultura y la ganadería. Hay un boom de invernaderos o granjas con poca superficie y muchos animales. Entre 2005 y 2013 se han perdido 108.000 granjas y la única categoría que muestra un crecimiento del 25% son las poseen poca a ninguna superficie de pastoreo.
La eficiencia productiva se observa en las cifras. Los rendimientos por hectárea o por animal no dejan dudas. El regadío produce de media, seis veces más que el secano.
Durante casi cuatro décadas (1960-2019) las vacas lecheras aumentaron 352 % su producción. Las gallinas ponen 130 % más huevos y los pollos «broiler» (los más utilizados para producir carne) incrementaron su peso un 99 %. Lo duplicaron en ese tiempo, anotan Miguel García Dory, Fernando Orozco Piñán y Silvio Martínez, investigador del CSIC.
En su libro Guía de Campo de las razas autóctonas de España, indican sin embargo algunos reveses. Una de las primeras víctimas del modelo ganadero vigente fueron las razas autóctonas. Animales que con el paso de los siglos fueron encajando en el paisaje para aprovechar lo mejor posible las condiciones bioclimáticas. Ahora se apuesta por unas pocas razas, las de mejor aptitud cárnica y láctea. Por tanto variedad y ese valioso acervo que eran las endógenas se perdieron sin remedio.
Productividad de España reposa en Suramérica
Los investigadores reiteran que la actividad agropecuaria en España ha aumentado en productividad. “Pero hay unas cuantas cosas que hemos olvidado en aras del dinero y la rentabilidad”, alertan.
La desaparición de la ganadería implica una pérdida evidente de la calidad de los alimentos ganaderos. “No es lo mismo alimentar a un animal con pasto, que a base de harina de pescado, restos cárnicos o soja. El control de los incendios forestales provisto por el ramoneo y el pastoreo desaparece, también la trashumancia y los pastores. Además de ser una evidente merma cultural, ayuda a desvertebrar un poco más la vida rural”.
Alimentar a toda la cabaña ganadera estabulada requiere una cantidad enorme de recursos. El 36 % de la producción de cereales y el 75 % de la soja se utiliza para alimentación animal. En total 350 millones de hectáreas son exclusivamente cultivadas con el propósito de cubrir en buena parte las necesidades del ganado.
Aquí entra en duda que este modelo sea tan eficiente. Pues, 1 kg de carne de vacuno requiere 15,415 m3 de agua, mientras que 1 kg de legumbres solo 4.055 m3. Asimismo, por cada 100 calorías de cereal que se utilizan en alimentar al ganado, sólo obtenemos unas 40 calorías de leche. 22 calorías de huevos, 12 de pollo, 10 de cerdo o solo 3 de ternera. No parece un negocio muy redondo. En lugar de comernos directamente cereales y legumbres, las utilizamos para dar de comer al ganado que luego nos comemos. Un rodeo un tanto absurdo que habría que corregir en la medida de lo posible.
Amazonía, el Chaco, el Cerrado
Los investigadores revelan en su trabajo otras variables de la actividad agropecuaria y productiva de España y su vínculo directo con Suramérica.
“Al reverdecimiento del paisaje local, gracias a la desaparición del ganado, parecía interesante buscarle la cara B, es decir, la deforestación en otros lugares. Asociada a la producción de pienso para alimentar a una cabaña ganadera que, aunque ha desaparecido del campo, sigue existiendo”, indican.
Apoyándose en cifras propias, y en informes de WWF y Greenpeace, García, Martínez y Orozco destacan las consecuencias de este modelo agroindustrial tan dependiente de materias primas producidas sin miramientos a miles de kilómetros.
“Nuestras aspiraciones conservacionistas no deben olvidar que la carne, huevos y leche salen de algún lado. Nuestro consumo desmesurado de proteína animal supone la destrucción de ecosistemas como la Amazonía, el Chaco o el Cerrado, que está un poco más abierto”, argumentan.
Destrucción de ecosistemas de Brasil, Paraguay y Argentina
Otro estudio del CSIC ha calculado que 7.078 kha (kilohectáreas) de potenciales zonas de pastoreo han mejorado su condición y han acumulado biomasa. “Con los datos de importación de soja procedente de Sudamérica, estimamos que 1.188 kha de ecosistemas primarios de gran valor ecológico han sido sustituidos por monocultivo de soja”, refieren.
De la misma manera denuncian que el bosque Atlántico brasileño, la Amazonía, el Cerrado, el Chaco paraguayo y argentino son las principales víctimas”. Se trata de los algunos de los principales reservorios de biodiversidad de la Tierra. “Terrenos impenetrables donde la motosierra y los bulldozer han acabado con lugares prístinos para poner enormes extensiones de soja”, lamentan.
Mientras tanto, el área de bosque secundario en España que se ha regenerado como resultado del establo de ganado ha sido de 7.000 kha durante 2000-2010. En el mismo período, se han deforestado 1.220 kha de ecosistemas sudamericanos de alto valor.
Estas cifras pueden ofrecer una interpretación favorable de la productividad ganadera actual en España, pero soportado en parte en los bosques de Suramérica. “No se puede hablar de compensación al comparar la destrucción de ecosistemas bien estructurados, como los bosques primarios sudamericanos, con la creación de paisajes forestales secundarios en España, una versión de jardines rurales. ”.
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