Por Gorka Landaburu
09/05/2016
e ha cumplido el trigésimo aniversario de nuestra adhesión e incorporación a la entonces Comunidad Económica Europea (CEE), hoy Unión Europea (UE). Este lunes se celebra el Día de Europa. En estas tres décadas España ha vivido el periodo más estable, dinámico y próspero de su historia contemporánea.
Los primeros pasos los dio Adolfo Suárez, que en julio de 1977 dirigió una carta a Henri Simonet, entonces presidente del Consejo de Ministros de la CEE, solicitándole la apertura de negociaciones para la adhesión de España al club de los privilegiados. Cierto es también que en 1962, en plena dictadura, Franco intento buscar alguna vinculación europea que tuvo la callada por respuesta. Sin embargo, hubo que esperar a la llegada de los socialistas al poder y a la consolidación de la democracia para que fructificaran las negociaciones y se firmara, el 12 de junio de 1985, el tratado de adhesión, que entró en vigor el 1 de enero de 1986.
La integración como miembro de pleno derecho, a pesar de algunas reticencias francesas, marcó el fin del ostracismo y del aislamiento político y económico que había sufrido España durante casi todo el siglo XX.
Lo apuntaba Ortega y Gasset en 1910: “España es el problema y Europa la solución”. Pero el filósofo y ensayista madrileño no podía imaginar los beneficios y la modernización que iban a llegar con la transformación de España en una nación moderna y próspera. En estos últimos 30 años nuestro país ha recibido 160.000 millones de euros en ayudas y subvenciones de los Fondos Estructurales y de Cohesión, mientras que nuestro PIB se ha cuadruplicado. Esta financiación europea ha ayudado a modernizar la estructura productiva, estabilizar la economía y avanzar en la cohesión social interna y la vertebración de nuestros territorios. La España de hoy no puede explicarse sin Europa. La integración ha supuesto una nueva forma de entender la política, la economía y el día a día de sus ciudadanos. Gran parte de este éxito lo debemos a líderes políticos de los años 80 que, como François Mitterrand, Helmut Kohl, Felipe González y Jacques Delors, considerado padre de la Unión Europea, antepusieron sus convicciones unionistas y la necesidad de avanzar en la construcción de un espacio común a sus propios intere- ses soberanistas.
Hoy estamos huérfanos de dirigentes y de gobernanza. La Europa de la Unión atraviesa, seguramente, la crisis más dura de su historia. La recesión económica, el terrorismo y la vergonzante catástrofe humanitaria de los refugiados han hecho tambalear no solamente nuestras instituciones, sino también los valores y los cimientos del Viejo Continente. Las turbulencias por falta de decisiones políticas adecuadas favorecen el populismo y la xenofobia, que han recobrado fuerza. Los desafíos que hemos de abordar no son menores. Necesitamos creer de nuevo en el proyecto y en la idea que nos inculcaron sus fundadores. Los problemas son múltiples y difíciles de resolver. El impasse en el que nos encontramos nos lleva directamente al de- clive y la depresión. Banalizar los peligros que nos acechan sería cavar nuestra propia tumba. Hoy más que nunca se requiere tomar conciencia y recuperar el espíritu europeo que nos ha permitido llegar donde estamos. A los que reclaman “menos Europa”, les debemos contestar con un rotundo “más Europa” que, además, debe convertirse en un leit motiv que nos permita relanzar y reconstruir el vacilante proyecto europeo. No hay otra salida que una Europa supranacional porque es el camino a seguir del cual dependen nuestro futuro y nuestra convivencia. Ya lo decía Ortega y Gasset: “Europa es la solución”.
31 AÑOS DEL ACUERDO
“¿A qué teléfono hay que llamar para hablar con Europa?”… La ocurrencia se le atribuye a Henry Kissinger, secretario de Estado norteamericano durante los mandatos de Richard Nixon y Gerald Ford en la década de los 70. Parece un chiste de los que popularizó el histórico ministro de Asuntos Exteriores español Fernando Morán, protagonista de la portada del número 697 de Cambio16, de fecha 8-15 de abril de 1985, en la que brinda con champán bajo el título: “Ya somos Europa. Guía para dejar la boina”. España empezó a ser tenida en cuenta internacionalmente a partir de la integración comunitaria. Sin embargo 31 años después de este hito, Europa vive una de las crisis de identidad más grave de su historia, condenada a una economía de recesión, sin un horizonte político común y azotada por oleadas de refugiados que hacen zozobrar sus principios más elementales.