Los humanos, como los animales, se protegen de las amenazas potenciales manteniéndolas a distancia. Algo quizá ya demasiado familiar para todos en esta época de pandemia, donde la recomendación, por no decir orden, es mantener la distancia para no seguir expandiendo los contagios de la COVID-19, o no contagiarse.
Heini Hediger, biólogo y director del zoológico suizo del siglo XX, fue quien decidió estudiar la respuesta del vuelo de forma sistemática. Un sistema para comprender cómo se comportaban los animales de acuerdo con la distancia que mantenían entre sí. Hediger descubrió que el círculo más externo es lo que se conoce como distancia de vuelo. Si un león está lo suficientemente lejos, una cebra continuará paciendo con cautela, pero más cerca que eso, la cebra intentará escapar. Luego más cerca todavía está la distancia de defensa: pasa esa línea y la cebra ataca en lugar de huir. La final es la distancia crítica: si el depredador está demasiado cerca, no hay nada más que hacer que hacerse el muerto y esperar lo mejor.
Es un sistema que ahora se puede ver representado en los humanos con la pandemia. Sobre todo cuando algunos salen a reunirse con amigos después de tanto tiempo cumpliendo con distanciamiento social y confinamiento. Es el deseo de riesgo, pero equilibrado con cierta sensación de riesgo.
La necesidad de mantener un espacio de reserva
Esa sensación es un subproducto de la historia evolutiva humana, que ha equipado el cerebro con una forma de reconocer y rastrear la importancia del entorno inmediato. Es un mecanismo que se conoce como espacio peripersonal, la región dentro y alrededor del cuerpo de una persona.
Existen en varias formas en todo el reino animal, desde peces y moscas de la fruta hasta caballos salvajes y chimpancés. De hecho, la neurociencia que está detrás de esto hace algunas aclaraciones sobre cómo los humanos y otros animales se conciben a sí mismos y sus límites.
Pero… ¿dónde está la línea que divide el espacio entre las personas y el mundo? La respuesta podría ser simple. La piel es el límite, con el yo de un lado y el resto del mundo del otro. Sin embargo, el espacio peripersonal muestra que la división es desordenada y maleable, y el límite es más borroso de lo que se cree.
En la zona peripersonal el espacio, tiempo y la supervivencia están estrechamente unidos. En el caso de los animales, mantener un espacio persipersonal es importante porque le da tiempo de reaccionar ante la amenaza antes de que sea muy tarde. Un depredador no está simplemente presente a una distancia objetiva, sino que se siente demasiado cerca para su comodidad, o lo suficientemente lejos.
El espacio peripersonal
Entonces este espacio tiene un significado, depende de lo que le importa a cada persona y su estado de ánimo. La historia de este espacio es, entonces, una historia sobre el entrelanzamiento del espacio y el significado.
También tiene que ver con el por qué «necesitar espacio» durante tiempos estresantes es mucho más que una simple metáfora o expresión. O cómo se puede estar con éxito en el Metro lleno de gente durante las horas pico, o cómo se puede clavar un clavo sin golpear el pulgar. Al final es la historia de todo un sistema neuronal que permite la autoprotección en un mundo que está en constante cambio.
Lo que captura Hediger es que cuanto más cerca está algo, menos opciones hay para actuar. Si una serpiente está al otro lado del campo, da tiempo de pensar qué hacer. Si está junto al pie, se requiere entonces una acción inmediata. «Con mucho, la principal preocupación de los animales salvajes en libertad es encontrar seguridad», apuntó Hediger.
Sin embargo, a pesar de lo que se sabe sobre límites y márgenes especiales, pasó mucho tiempo antes de que los científicos se dieran cuenta de que la distinción entre cerca y lejos en el espacio es algo que el cerebro también considera importante.
Giacomo Rizzolatti, neurocientífico, y sus colaboradores, fueron los primeros en encontrar evidencia de que el espacio peripersonal estaba especialmente codificado por el cerebro. A través de una serie de experimentos con macacos, encontraron neuronas que se activaban no solo cuando se tocaba la piel de un mono, sino también cuando venía un destello de luz cerca de su cuerpo. Una corriente eléctrica que haría que el macaco se sintiera como si estuviese amenazado: retrocediendo, girando o levantando la mano para protegerse de peligros invisibles.
Por el contrario, enfriar las mismas neuronas para evitar que se dispararan impedía que el mono respondiera a amenazas aparentes. Entonces el espacio peripersonal no es solo una zona que se usa para protección, sino también una desde la que se puede explorar el mundo.
Una «segunda piel»
Es un mecanismo que se ha descrito de la misma manera en humanos y parece estar presente desde una edad temprana. Lo que está cerca de nuestro cuerpo puede pronto estar en contacto con él y eso afecta las sensaciones táctiles. Por eso algunos expertos han calificado al espacio peripersonal como una «segunda piel».
Por eso es que si una persona tose, aunque esté relativamente lejos, se percibirá como si estuviese cerca porque se siente que puede tener un impacto. Pioneros en el campo de la neuropsicología del espacio peripersonal como Alessandro Farnè y Elisabetta Làdavas, han dado con un principio organizador profundo del sistema nervioso.
La percepción reacciona no solo a lo que está presente, sino que también lo hace a lo que se predice que estará allí pronto. Entonces la predicción es un compromiso necesario para le velocidad lenta de las neuronas; la anticipación permite tiempos de reacción mucho más rápidos y un mejor procesamiento sensorial.
Pero no todo es protección, aunque así lo parezca ahora en medio de la pandemia. El mundo no es solo un espacio lleno de peligros, también es un mundo de chocolates, libros, amigos, mascotas y todas esas cosas que no se quieren evitar porque dan alegría. Este espacio peripersonal, entonces, también es donde ocurren las cosas buenas de la vida.
El espacio en pandemia
En una época de distanciamiento social como la actual, puede ser fácil pensar en los seres humanos como pequeños átomos sociales, con límites bien definidos y adecuados a la circunstancia. Sin embargo, la investigación sobre el espacio peripersonal sugiere lo opuesto.
El espacio peripersonal crece y se encoge depende de cómo se sienta cada persona o con quien esté. Se puede pensar en él como un globo, expandiéndose o desinflado según el estado de ánimo o temperamento. Algo que se observó muy bien en este 2020, un año de experimento social mundial para mantener la distancia.
Incluso entre los grupos que intentan seguir las reglas al pie de la letra, no se podía dejar de notar que las personas no se espaciaban ordenadamente en una cuadrícula de dos metros. Tampoco todos sentían lo mismo acerca de cómo mantenían la distancia de los demás.
Por un lado están las personas ansiosas, que tienden a encontrar más importancia y peligro a su alrededor. Y los estudios muestran que la ansiedad se puede medir a través de la expansión del espacio peripersonal. Pero por el otro están los que se amontonan en filas como si nada hubiera cambiado.
Lo que demuestra que el sentido de la distancia apropiada de las personas tampoco está distribuido de manera uniforme en todas las direcciones; pues los primeros días de distanciamiento social la gente hacía cola de manera que debaja una distancia cuidadosa de adelante hacia atrás y prácticamente nada de lado a lado. Es posible que un enfoque de contagio transmitido por el aire haya hecho que las personas se concentren especialmente en la distancia de su cara.
Si se cuenta la historia del espacio peripersonal, parece razonable separar el efecto de personas y objetos, atracción y repulsión, peligro físico y amenaza social. Sin embargo, en la historia completa estas evaluaciones están unidas, al igual que las personas, los lugares y las cosas se agrupan en las vidas emocionales. Entonces el espacio peripersonal podría revelar que es menos como un globo o burbuja y más como las borlas o flecos de una bufanda. Sueltos, a merced de la brisa cambiante y adaptándose a un mundo de amenazas y también de oportunidades.
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