Andreu Escrivá (Valencia, 1983) es un conocedor y apasionado del medio ambiente. Investigador y divulgador del cambio climático en forma amena, abierta y sin tapujos. También es autor reincidente con el libro Y ahora yo qué hago, editado por Capitán Swing. Una suerte de “guía para superar la ecoansiedad y pasar a la acción”.
Luego de recibir una crítica favorable a su anterior obra Aún no es tarde: claves para entender y frenar el cambio climático, ahora se adentra en otro texto. El propósito de este es aterrizar al lector sobre las razones que han conducido a Gobiernos, industrias, sociedades, individuos a tener el planeta contaminado de hoy. Y, por supuesto, dar unos lineamientos de cómo enfrentar ese problema sin «culpa climática».
A su vez, es el responsable del Observatorio del Cambio Climático de la fundación València Clima i Energia. Y, por si le queda tiempo, colabora con distintos medios de comunicación y participa tanto en cursos como en seminarios sobre ciencia, comunicación y medio ambiente.
Escrivá reconoce que al principio de la pandemia, muchos llegaron a pensar que el confinamiento humano había dado una tregua a la naturaleza. En esos días difíciles de desolación y muerte iniciales, se observaron patos paseando por bulevares de París. Aves revoloteando por parajes antes hacinados. Osos transitando por zonas peatonales. También una disminución en los niveles de contaminación en las grandes ciudades.
Pero, dice el ambientalista, que ese respiro a la naturaleza no fue tal. “Confinarnos no es la forma de luchar contra el cambio climático”.
Escrivá y los vericuetos del cambio climático
Escrivá se sumerge en temas medulares sobre el cambio climático. Ahí entran en juego el capitalismo, los Gobiernos poderosos, la industrialización exacerbada. Las empresas de hidrocarburos, del plástico, de consumo masivo. El daño, mayor o menor, de las comunidades y de las personas.
“Cuando uno lee previsiones, informes, escenarios de futuro, noticias de presente muy catastróficas… se erosiona mucho. Llega un momento en el que se cae en una sensación de inexorabilidad, como de que no puede cambiar nada. Eso genera un estado de ánimo muy negativo”, comenta.
En realidad, “cuando uno siente ansiedad por el cambio climático, tiende a cerrarse mucho, a no ver posibilidades, a verlo todo negro. Tiende a pensar que todo va a ir a peor. Ese agobio ha provocado que la gente diga: ‘Mira, yo no estoy para eso, no quiero pensar en el cambio climático porque me agobio y me siento mal’. La ecoansiedad es uno de los motivos que hacen que no actuemos como deberíamos”, puntualiza.
El ambientalista continuó: «Estamos empapados de un derrotismo que ha conseguido carcomer todas las instituciones del mundo y que todo se vea desde el prisma del ‘yo’ y en términos de rentabilidad. Todo esto nos impide poder imaginar un horizonte a futuro».
“El catastrofismo”, insiste en su apreciación, “a menudo, divulgados en grandes titulares, simplemente se ajustan a la realidad de los informes científicos. Esto genera una sensación de un futuro negro, lo que puede ensalzar esa suerte de carpe diem contaminante: para qué voy a cambiar mi forma de vida si el planeta terminará siendo inhóspito».
¿Qué hacer, cómo abordar estos desajustes?
Escrivá advierte en sus muchas entrevistas, ofrecidas a propósito de la comercialización de su libro, sobre la “lucha social contra el cambio climático. Esta puede servir para resucitar aquellos valores perdidos en la segunda mitad del siglo XX, lo común”. Así como para popularizar estilos de vida sostenibles.
Crear grupos de análisis, empoderar, debatir son iniciativas acertadas. Convencer a tus vecinos de un cambio en el edificio para mejorar la eficiencia energética es otra buena alternativa, afirma Escrivá para «escapar de la culpa climática». Después, toca exigir. Unirse, para transformar, también depende de la movilización por «no confiar en que el modelo de producción cambiará de manera espontánea».
En su análisis, reclama una dosis de imaginación: eso que los ecologistas resumieron con el eslogan «pasar de la distopía a la utopía». El panorama presentado por la ciencia y los medios es negro. Ese abismo futuro es contraproducente en el momento de tejer acciones.
«No hay que confundirlo, la crisis climática contada sin analgésicos es muy grave, pero no podemos caer en catastrofismos porque es contraproducente. No podemos pregonar el fin del mundo y esperar que la gente actúe», puntualiza.
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