Mientras más avanza el coronavirus por el mundo, mayor es la preocupación por sus efectos y la expectativa por la llegada de una vacuna. Pero contradictoriamente, en Estados Unidos, el país más golpeado por la pandemia, aumenta el número de personas que se niegan a aplicarse la cura y que sencillamente no creen que el virus sea real. El escepticismo y la desconfianza de la población han creado frustración en el personal sanitario y preocupación entre la comunidad científica.
Resulta contradictorio que tras casi 7 millones de infecciones y 200.000 muertes, muchos estadounidenses aún se se niegan a usar máscarillas porque no sienten que el coronavirus sea real. Incluso algunos de los que creen que existe el virus no les preocupa enfermarse, una patología que puede ser mortal.
Cuál es la razón
Una de las causas de este comportamiento pudiera estar en los mensajes contradictorios desde el inicio de la pandemia. Las recomendaciones de organizaciones creíbles oscilaron como un péndulo. Un día se dijo que el coronavirus no era una amenaza para Estados Unidos. Luego los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) comenzaron a requerir cuarentena para cualquier viajero internacional. Se dijo que no tocaran las superficies. Que no hacían falta la mascarilla. Luego los CDC no requerían cuarentena para los viajeros. Ya no es necesario usar una máscara. Las superficies no son tan peligrosas. Un ir y venir, de marchas y contramarchas, de cierto hoy y falso mañana.
Pero más allá de las razones, lo que más preocupa a los médicos y la comunidad científica es cómo lidiar con una población dividida, que no cree en el virus, o no le preocupa, o desconfía de los tratamientos existentes y de la vacuna que aún no existe.
Una vacuna no muy popular
Dado lo contradictorio de las informaciones, no es de extrañar entonces que el público esté dividido. Sin embargo, incluso entre quienes consideran la COVID-19 una preocupación real, existe inquietud en torno a la solución más prometedora para la pandemia: una vacuna.
En una encuesta de AP-NORC a mediados de mayo, menos del 50% de los estadounidenses encuestados dijeron que se comprometerían a recibir una vacuna contra el coronavirus cuando esté disponible. Otras encuestas han revelado sentimientos similares desde entonces.
Quienes no creen en el virus, cuya actitud se puede explicar por ser creyentes en teorías conspirativas, personas mal informadas, anticientíficos o simplemente «escépticos vocacionales». Pero desconfiar del proceso de la vacuna contra el coronavirus, desde el desarrollo hasta los ensayos y la distribución, no puede explicarse tan simplemente. No es solo el resultado de la polarización política y de la peligrosa desinformación proveniente de los más altos niveles de liderazgo. Hay algo más.
Escepticismo y desconfianza entre las minorías
Históricamente, las vacunas han eliminado virtualmente el riesgo de muchas enfermedades prevenibles. Sin embargo, ha habido un aumento en el rechazo y la desconfianza en las últimas dos décadas. Por lo general, el rechazo a la vacuna es más frecuente en las áreas blancas ricas. Pero las encuestas recientes indican altos niveles de vacilación y rechazo entre las comunidades marginadas. Los afroamericanos y los indígenas estadounidenses no son los únicos que desconfían de los ensayos científicos de las vacunas. Pero sí son los más propensos a rehusarse.
El director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, Anthony Fauci, pidió recientemente una representación más diversa de la población en los ensayos clínicos de las vacunas. Señaló los efectos desproporcionados de la pandemia en las comunidades no blancas.
La inscripción en el ensayo clínico de Moderna se ha ralentizado por la falta de participantes afroamericanos, latinos y nativos americanos. Pfizer está ampliando su ensayo para reclutar participantes más diversos.
Existen barreras prácticas para que los estadounidenses no blancos se inscriban en los ensayos de vacunas. Entre ellas están la falta de acceso a recursos informativos sobre los ensayos y el transporte a los sitios clínicos.
Incluso después de las pruebas, los afroamericanos eran los menos propensos a decir que definitivamente o probablemente recibirían una vacuna contra la COVID-19 si estuviera disponible, según una encuesta del Pew Research Center el mes pasado. Los hispanoamericanos eran solo un poco más propensos que los blancos a decir que se vacunarían, mientras que los asiáticos eran los más propensos.
«Nos sentimos cautelosamente optimistas de que podremos tener una vacuna segura y eficaz, aunque nunca hay garantía de eso», dijo a un comité del Senado el Dr. Anthony Fauci, jefe de enfermedades infecciosas de los Institutos Nacionales de Salud.
Los escépticos
Los escépticos y los negacionistas se dan en todos los ámbitos sociales. Al principio incluso entre científicos experimentales, sobre todo respecto a las dimensiones y consecuencias de la pandemia. Pero su actitud puede pone en peligro su propia salud y la de otros; incluso puede echar al traste el trabajo del personal sanitario.
Un reciente análisis de la agencia de noticias Associated Press destaca que para médicos y enfermeras resulta particularmente problemático tratar la enfermedad, cuando los pacientes y sus familiares no creen que el virus sea real. Muchos se niegan a usar máscaras. Otros exigen tratamientos como la hidroxicloroquina. Mientras tanto, suman más de 210.000 las muertes en Estados Unidos
Hay preocupación de cuál puede ser la reacción de la gente, luego de que el presidente Donald Trump contrajo la enfermedad. Por un lado, algunos comienzan a tomárselo más en serio. Dado que el «hombre más poderoso de la nación» se contagió, algo de verdad debe haber en el virus. Sin embargo, otros podrían pensar que si un hombre de 74 años superó tan rápido, la enfermedad, no debe ser tan grave.
Una doble lucha
En el análisis hecho por la agencia AP, el Dr. Gary LeRoy, presidente de la Academia Estadounidense de Médicos de Familia, explica que no le sorprende que haya sido tan difícil persuadir al público. Señaló que también hubo mucha negación cuando la gripe española se estaba extendiendo por todo el mundo, hace un siglo y mataba a decenas de millones de personas.
«Cuando miras la historia humana, en la guerra, en el hambre, en la enfermedad, habrá parte de la población a la que le caen las bombas a su alrededor y no creen que existan».
Contra el escepticismo y la desconfianza
La mezcla de escepticismo y desconfianza supone una barrera justo cuando los altos funcionarios de salud de Estados Unidos intentan asegurarle al Congreso y al público que pueden confiar en cualquier vacuna que el Gobierno finalmente apruebe. Hay muchas esperanzas de que las respuestas de uno de los varios candidatos que se están evaluando en Estados Unidos puedan llegar para fin de año, tal vez antes.
«Nos sentimos cautelosamente optimistas de que podremos tener una vacuna segura y eficaz, aunque nunca hay garantía de eso», dijo el Dr. Anthony Fauci, ante un comité del Senado hace tres semanas. Sin embargo, es difícil vencer a una enfermedad que la gente no cree que existe, o desarrollar una vacuna efectiva si la gente no confía en ella. Escepticismo y desconfianza son enemigos duros de vencer.
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