Hace muchos años, cuando leí Otro poema de los dones de Jorge Luis Borges, extraje de él una sola línea que puse a la mano de mi corazón. Para mí, la que mejor expresa las ansiosas y palpitantes notas de la música: una misteriosa forma del tiempo. Si escuchamos alguna pieza musical que nos toca el alma, no podemos evitar emocionarnos y volver a vivir pasajes de la vida con suma intensidad y nitidez, contagiados de una mezcla de nostalgia e ilusión que nos hace sentir que aún podemos recobrar el tiempo perdido.
Cada momento estelar, para consagrarnos o decepcionarnos, ha tenido una partitura que nos sirve de bálsamo sagrado para deleitarnos o consolarnos. De un amor intenso o uno olvidado guardamos como en la ópera, su allegro, su andante y su lírico.
La coronación de una banda
Cuando hoy veo a Robert Plant, solista de Led Zeppelin, interpretando Escaleras al cielo, no puedo dejar de comparar lo que acontecía en aquel contexto donde nacía esa versión musical, emblemática de un tiempo histórico, y toda la sensación de libertad que empezaba a germinar en el mundo durante y después de la rebelión de los sesenta en Estados Unidos y lo que ocurría por el contrario en el resto del continente americano.
Plant expresaba con la gestualidad erótica femenina de sus manos, su largo cabello de oro y su voz andrógina, una noción distinta a la del macho y hembra que convencionalmente se manejaba hasta ese momento. De un sonido lento y acústico, la pieza, que luego infructuosamente sería objeto de una acusación de plagio por otra banda, transita a sonidos más eléctricos que derivan en un final de rock duro, inspirador de bandas como ACDC, Guns N’ Roses, Aerosmith y Metálica.
Stairway to heaven, después de más de 50 años de su estreno, el 8 de noviembre de 1971, en el disco de la banda lacónicamente titulado IV, llegaría a convertirse, en la canción más emblemática de ese tiempo y la que con mayor influencia ha persistido en el gusto entre oyentes de distintas generaciones como una verdadera joya musical o un clásico moderno que marcará un hito, al igual que “Bohemian Rhapsody” del grupo Queen, en la historia del rock and roll.
Fue compuesta en conjunto por los dos líderes de la banda, Robert Plant, el solista, y Jimmy Page, el guitarrista. A pesar de todas las especulaciones que han corrido sobre los orígenes de la letra, la versión de los dos autores es la que mejor descifra las metáforas diversas y a veces dispersas que marcaron la composición de esta pieza y de muchas otras que tuvieron gran aceptación por la juventud de la época y de otras posteriores.
Hay quienes opinan que Plant cuando la metaforizó la complicó, pero en realidad tiene un significado simple: sentimiento perdido y reencuentro de la vida. La letra trata —dirá Plant—del comienzo de la primavera, cuando los pájaros hacen sus nidos, cuando empieza la esperanza y el año nuevo.
Page dirá: Si me preguntan, creo que esta maravillosa melodía es una metáfora sobre la Tierra y quienes estamos en ella, sobre la necesidad de aferrarnos a algo que nos diga que hay una esperanza.
El mejor solo de guitarra de la historia
Escaleras al cielo del álbum IV de Led Zeppelin, se convertirá en uno de los más vendidos de la historia. La canción más radiada de todos los tiempos, la partitura más vendida y, según dos de las mejores revistas especializadas en rock del mundo, Guitar World y Rolling Stone, el solo de guitarra en La menor creado por Jimmy Page, considerado como el mejor de la historia del rock.
Puede parecer temerario hacer esta consideración sobre este grupo musical y esta canción en una etapa de la vida británica y norteamericana tan prolífica en bandas, en solistas de calidad y en composiciones musicales de excelencia, pues se trata de una percepción más, como tantos otros puntos de vista.
Toda la insurgencia contra la decadencia del pasado de una parte de la juventud de clase media estadounidense en la década de los sesenta, cansada de toda manifestación de autoritarismo, de tecnocracia, de consumismo, de discriminación racial y sexual, de puritanismo, de convencionalismo y de prejuicios, de alguna manera está expresada en la indumentaria, la representación, y la musicalización de Escaleras al cielo por esta inolvidable banda de rock.
Ahí, en el momento en que una generación cierra el ciclo de su existencia y saca el pañuelo blanco que anuncia el fin de su batalla por una vida mejor, otra encuentra el aliento y el acicate para continuarla. Porque al final, para un ciudadano, la vida debe ser una carrera de postas y lo poco o mucho que otros lograron estamos obligados no solo a cuidarlo sino a hacerlo mejor. Eso hizo una pequeña porción de la clase media que removió los cimientos de la democracia norteamericana para oxigenarla y hacerla más tolerante, más compartida, más libre y más feliz.
La literatura inicio de una rebelión
La sociedad civil y la vanguardia de un movimiento literario le darían sentido a una aspiración, sin mucha retórica ni muchos aparatajes partidarios. Los cambios los promovieron ciudadanos y los líderes eran ciudadanos. No necesitaban ni rangos de dirigentes ni presillas pavosas de militares.
Allen Ginsberg, líder de la generación beat y creador del poema Howl (Alarido), y Jack Kerouac, autor de On the road (En el camino) escribirán la esencia y la inspiración de esa rebelión que influyó a tantos escritores, poetas y artistas de esa generación y de muchas otras: Bob Dylan, Jim Morrison, Joan Báez, Ken Kesey, Andy Warhol, John Lennon, Paul Simon, Jimmy Hendrix, trabajarán con Ginsberg y serán influenciados por su activismo político.
El mismo Ginsberg explica la filosofía del movimiento en el prólogo de su Beat Book:
Una curiosidad por la naturaleza de la conciencia, orientada en la comprensión del pensamiento oriental, a prácticas de meditación, al arte como manifestación de las texturas de la conciencia y la liberación espiritual.
Estas percepciones derivarán hacia la liberación sexual, particularmente homosexual, que históricamente actuó como catalizador de los movimientos de liberación de la mujer y de los negros, la explicación de la textura de la conciencia hacia una visión tolerante y politeísta y por lo tanto a un antifascismo cósmico, a un acercamiento pacifico a la política, al multiculturalismo y a la absorción y el respeto de la cultura negra.
La otra cara del continente
De este lado del continente suramericano nuestro querido Octavio Paz, muy influenciado por el marxismo y la República española, se percatará muy tarde de la relevancia de la rebelión de los sesenta, en su libro de ensayos políticos Tiempos nublados, ya sin tiempo para dedicarle uno de sus brillantes ensayos. Otros como Mario Vargas Llosa se transformarán en conversos atolondrados al liberalismo, y García Márquez persistirá en su amor provenzal a la figura de Fidel Castro.
Sin lugar a dudas, universalizaron con una gran literatura a sus países y exaltaron las letras latinoamericanas. Le hicieron un cumplido al pensamiento de Alfonso Reyes, quien decía que para que la literatura mexicana fuera de calidad tenía que ser primero reconocida universalmente y después nacionalmente; pero su aporte a la consolidación democrática sería de muy poco peso en sus respectivos países.
Al decir de Octavio Paz:
La rebelión de un segmento de la clase media fue una verdadera revolución cultural en el sentido que no lo fue la de China …sobre todo en materia erótica.
Otro aporte ha sido el progresivo desgaste de la noción de autoridad, sea la gubernamental o la paternal. Las generaciones anteriores habían conocido el culto al padre terrible, adorado y temido: Stalin, Hitler, Churchill, De Gaulle
En la década de los sesenta una figura ambigua, alternativamente colérica y orgiástica, los Hijos, desplazó a la del Padre saturnino. Pasamos de la glorificación del viejo solitario a la exaltación de la tribu juvenil… la rebelión, tanto como una explosión contra la sociedad de consumo capitalista, fue un movimiento libertario y una crítica pasional y total al Estado y a la autoridad.
Las conclusiones de una primavera
¿Por qué una rebelión que aportó tanto social y culturalmente tuvo una influencia tan efímera? Es una discusión para los especialistas, más allá de simplificaciones cargadas de prejuicios y etiquetas propias del pensamiento convencional y excesivamente lógico y racional de la mayoría de académicos y beatos.
América Latina se debatía entre cruentas dictaduras militares apoyadas por el gobierno de Estados Unidos –donde una parte de la juventud estadounidenses luchaba por humanizar el capitalismo y contra la guerra– y unas vanguardias políticas que –enfrentadas a los marxistas de distintas tendencias, enamorados de la revolución cubana–, inspirados en la realidad nacional, se esforzaban con ideas y sacrificios por establecer la democracia.
En el caso venezolano, nuestra generación, inocente en medio de esa disputa, arrastrada por la moda ideológica corría a las calles bajo cualquier pretexto político maniqueísta para enfrentarse a la policía y protestar una educación de calidad que nunca antes habíamos tenido y unas ventajas socioeconómicas y de oportunidades que hicieron que la clase media hubiera alcanzado en democracia los niveles asombrosos del 45% de la población para 1978.
Hoy la vida política en Hispanoamérica se ha vuelto otra vez tragedia, entre una democracia liberal debilitada y el encumbramiento de caricaturas de democracia, más bien gobiernos populistas de izquierda presididos por autócratas y aspirantes a serlo, sin hojas de ruta y cuyos principales rasgos son la improvisación, la arbitrariedad, la ignorancia económica, el irrespeto a la propiedad y a la ley, la reiterada violación a la libertad de expresión, la represión y la descarada violación de los derechos humanos.
La historia política de América Latina nos hace evocar casi con patetismo, en la mitología griega, la terrible tragedia de Tántalo, quien, castigado por la traición a los dioses, cada vez que estaba próximo a tomar agua o a comer de las frutas, estas desaparecían como por arte de magia. Solo Dios sabe cuándo llegará el tiempo de nuestra escalera al cielo, para ascender orgullosos y retornar, curadas las deficiencias fundacionales, a la cadena de países democráticos y civilizados de sólidas instituciones, de gobernantes decentes e íntegros y de buenos ciudadanos.