Por Paz Mata
31/12/2017
Su magnetismo y su carisma le han llevado a la cima de Hollywood. Pero son su versatilidad y su inteligencia las que han hecho posible que su carrera dure más de tres décadas. A lo largo de estos años, ha interpretado a oficiales de la marina o a abogados homófobos, a corruptos policías, respetables héroes o grandes personajes de la historia, como Malcom X. No hay personaje ni situación con la que Denzel Washington no se haya enfrentado.
El actor ha dado vida al bueno, al malo y al hombre con problemas o el de moral ambigua. Tipos vulnerables e imperfectos que ha sabido bordar como nadie. Lo hizo en Training Day, más tarde en El Vuelo y el año pasado en Fences, la adaptación cinematográfica de la obra de August Wilson, por la que obtuvo su octava nominación al Oscar. Ahora se le ha presentado la oportunidad de conseguir su tercera estatuilla, por su última interpretación en Roman J. Israel, Esq.
Su personaje es un abogado idealista, solitario, excéntrico y rígido en el cumplimiento de la ley, un hombre que se educó en el activismo político y que ahora se encuentra en una encrucijada personal y profesional a raíz de la trágica muerte de su socio. No es el tipo de papeles que estamos acostumbrados a verle interpretar. Aquí el actor simplemente desaparece en el personaje, cosa difícil de lograr para una estrella de su calibre, que ha ido puliendo durante décadas, desde su aparición en Historia de un soldado, y que hoy pasea, con un desgarbado swing, por el hall de un hotel de Londres.
Alto, robusto, y enérgico, Denzel no pasa desapercibido, es siempre interesante hablar con él porque es boyante y comprometido. Es de los que escucha y responde, pero también es un hombre con los pies en la tierra. Un hombre que trata, dentro de lo posible, de llevar una vida simple junto a su esposa y sus cuatro hijos, estar cerca de su comunidad y ayudar en todo lo que puede a organizaciones filantrópicas que tienen que ver con la infancia y la juventud.
¿Qué hizo para meterse en la piel de este personaje?
Después de leer el guion me intrigó mucho el personaje. Me pregunté por qué se metía en tantos problemas, por qué era tan solitario, por qué le costaba tanto comunicarse con los demás, o por qué su jefe lo tenía relegado en un rincón de la oficina. Todo eso me llevó a pensar que quizá padeciera el síndrome de Asperger. Así que investigué mucho sobre ello y eso me ayudó a entender al personaje.
¿Qué me dice de su aspecto físico, el look afro, por ejemplo?
Sí, eso era parte del look de los años setenta. Yo también llevaba ese corte de pelo en esos años. Roman se ha quedado colgado de esa época, tanto en el corte de pelo como en la ropa o la música que escucha. Algo común en las personas que padecen ese síndrome es que no tienen un gran sentido de la coordinación. Por eso usé ropa y zapatos de talla más grande que la mía para dar esa sensación de un ser desgarbado y falto de coordinación.
El de un hombre que lucha por los derechos civiles es un tema que, por desgracia, sigue siendo muy actual. ¿Necesitamos un Roman en nuestra sociedad?
Vivimos en un mundo muy distinto y la manera de luchar por los derechos civiles ha cambiado. Hoy en día es muy difícil que una sola voz se haga escuchar, con la rapidez con la que funciona todo y las redes sociales. Los que están en la línea del frente tienen que adaptarse a las nuevas herramientas y no pueden luchar de la forma que lo hace él. Roman es un hombre en busca de su espiritualidad, pero no lo sabe. Hasta ahora solo creía en dos cosas: la ley y su jefe. Pero la muerte de su jefe le produce una crisis de conciencia que le lleva a perder la fe en todo lo que era importante para él hasta entonces. Ayer hablaba con un grupo de jóvenes sobre esta película y todos se mostraban esperanzados sobre el futuro y sobre la lucha por las causas sociales, cosa que me alegró mucho. A medida que uno va envejeciendo se va haciendo más cínico, pero rezo para que la nueva generación siga en pie de lucha y no se dé por vencida.
Es, además, un hombre muy comedido a la hora de expresar sus emociones. ¿Cómo controla usted las suyas?
La actuación me ha dado ese entrenamiento para afrontar y controlar mis emociones en un momento dado. Cuando era joven tenía un temperamento volátil, me cabreaba por cualquier cosa y si tenía que interpretar a un tipo que tenía que vivir durante 20 días a la intemperie con temperaturas bajo cero, pues me exponía a eso yo también. Ahora sé lo que se siente cuando hace frío y, si tengo que interpretarlo, lo interpreto a cualquier temperatura que haga.
¿Qué mensaje le gustaría lanzar con esta película?
La intención al hacer esta película no ha sido la de lanzar ningún mensaje, sino simplemente la de contar esta historia. Sin embargo, el mensaje que me gustaría trasmitir es el de “no menosprecies a las personas como Roman, al contrario, tiéndeles una mano y ayúdales a navegar por esta compleja sociedad que hemos creado entre todos”. Es fácil juzgar a los demás, nos hemos convertido en expertos a la hora de destrozar al prójimo.
También se cuestiona el sistema judicial de este país. ¿Qué opinión le merece a usted?
Mi interés no estaba en centrarme en el sistema judicial de este país sino en entender a mi personaje y su experiencia. Yo me limito a interpretar el papel. Roman vio como se juzgaba a los adolescentes por haber cometido un crimen sin que se demostrara la verdad. Se llegaba a un acuerdo con ellos para evitar ir a la cárcel durante un largo periodo. Pero no debemos siempre culpar al sistema judicial. La base de todo está en la educación de los jóvenes. Los hogares rotos son responsables, en gran parte, de la población de reclusos. La educación empieza por los padres.
¿Qué educación recibió de los suyos?
En mi caso, la figura paterna no estaba en casa. Yo la encontré en la calle, como tantos otros. Viví todo tipo de experiencias y, si no hubiera sido por mi madre, que en un momento de lucidez decidió enviarme a un colegio interno fuera de mi entorno social, es probable que hubiera acabado como algunos de mis amigos más cercanos, que fueron sentenciados a entre doce y veinticinco años de cárcel. Es fácil juzgar al sistema, pero lo cierto es que mis amigos cometieron un robo a mano armada, y eso no es culpa del sistema, otra cosa es como el sistema trate tu caso. El sistema existía cuando yo tenía 8 años y cuando tenía 12 años pero a los 13 fue mi madre la que decidió sacarme de ese ambiente de las malas calles en el que me había metido y con ello me salvó la vida. Mis amigos, sin embargo, no tuvieron a nadie que lo hiciera y acabaron en la cárcel. Lo fácil es culpar a los demás.
No es la primera vez que interpreta a un abogado. Su actuación en Filadelfia es memorable. ¿Sería usted un buen abogado?
Cuando interpreté esa película recuerdo que acudí a un famoso abogado, Johnny Cochran, para aprender algo de ese oficio. Pero él estaba muy ocupado y me mandó a uno más joven, de nombre Carl Douglas. De él aprendí que para ser un buen abogado hay que saber actuar (ríe). Hay mucho drama y mucha interpretación en un juicio, desde el modo de presentar el caso, la defensa, la acusación, el modo en que hablan o se visten y cómo se dirigen al jurado. Está claro que dentro de un buen abogado se esconde un buen actor. Tienen que saber articular las palabras y ganarse la atención del público. Ambas cualidades le faltaban a Roman. Por eso su jefe no le enviaba a ningún juicio. Su trabajo era informar sobre el caso.
A pesar de su buen trabajo, Roman vivió con muchas estrecheces económicas. Soñaba con poder pasar un día en la playa y comerse un bocadillo frente al mar. ¿Cuál era su sueño antes de alcanzar el reconocimiento, la fama y la fortuna con que cuenta ahora?
Cuando tenía 14 años, en el colegio teníamos una asignatura que se llamaba Apreciación del Arte. Y me acuerdo que estudiábamos a los pintores realistas, los impresionistas, los surrealistas, desde Salvador Dalí a Modigliani o Van Gogh, que era uno de mis favoritos. Siempre soñé que si algún día llegaba a juntar veinte mil dólares me compraría un Van Gogh. Cuando los junté, un Van Gogh costaba cuarenta y así hasta ahora. Colecciono arte, pero estoy muy lejos de poder tener un Van Gogh. Ese era mi sueño.
¿Cuál fue el primer lujo que se pudo dar?
Cuando empecé a trabajar en cine, mi primera paga era de 1.200 dólares a la semana y ya me consideraba rico. Pero eso no era todo. Además de la paga, recibía un cheque en concepto de dietas. Yo no sabía qué era eso de las dietas. Pensaba que se habían equivocado los de administración, pero no decía nada, me guardaba el cheque esperando que algún día se darían cuenta del error y me pedirían que lo devolviera. Hasta que mis compañeros me explicaron qué era eso de las dietas. Yo vivía de las dietas y el sueldo me lo guardaba, pensando que menudo chollo era esto del cine. Pero enseguida llegó el Tio Sam y pronto supe que la cuarta parte del sueldo iba para el estado.
¿Qué papel ha tenido la fe en Dios o la espiritualidad a la hora de tomar decisiones en su vida?
Yo conozco muy bien la diferencia entre el bien y el mal, y aunque fuera educado de esa manera y creyera en Dios, no significa que siempre haya tomado la decisión correcta en mi vida. La vida es la que te enseña, solo se aprende de la experiencia. Antes de juzgar a los demás tenemos que mirarnos a nosotros mismos y ver dónde podemos mejorar. Mi madre me enseñó muchas cosas pero yo no seguí todas sus recomendaciones y consejos, porque eso es lo que hace la gente joven, no escuchar y aprender la lección después de darse muchos batacazos en la vida, después de pasar por muchas adversidades.
¿Se ha sentido alguna vez intimidado por alguien?
Por Dios, nadie más. No lo digo en tono arrogante, es más, cualquiera me puede dar una paliza, eso es diferente. Otra cosa es trabajar con un actor o un director que realmente me impresione… Creo que Meryl Streep conseguiría intimidarme. Si me dijeran que iba a trabajar con ella, seguramente no dormiría la noche antes del rodaje. Los nervios podrían conmigo, perdería peso (risas). Daniel Day Lewis es otro ejemplo que me viene a la cabeza.
¿Cómo reacciona cuando se ve en la pantalla de cine?
Eso sí que es intimidante y doloroso (risas), pero cuando dirigí Fences tuve que aprender a observarme actuando y acostumbrarme a ello.
Dice que su púlpito es el cine. Sin embargo, también dedica mucho tiempo a ayudar a los demás por otras vías. ¿Puede hablarnos de su activismo social?
Más que hablar de lo que hago me gusta ponerme en acción. Llevo años ayudando a distintas organizaciones, iglesias, escuelas, organizaciones juveniles de chicos y chicas. He donado millones de dólares, pero lo principal es ayudar a los demás. No siempre más es mejor. Todos tenemos algún talento que podemos usar. Usted puede ayudar con el poder de la pluma y yo con mi actuación en cine y teatro. Cada uno usa las herramientas que tiene a mano y hace lo mejor que sabe con ellas. Lo importante es ayudar y no necesariamente ser visto ayudando a los demás. Ese era el caso de Roman. Nadie percibía el buen trabajo que hacía y, finalmente, cuando se hizo ver, acabó mal.
Hablando de talentos. ¿Cuál le ve al presidente Trump?
Es nuestro presidente nos guste o no. Lo que tenemos que hacer como ciudadanos es encontrar la forma de permanecer unidos y hacer que el país funcione. Si esto no se consigue desde la cima debemos conseguirlo desde la base. La pregunta es: ¿cómo llegamos a este punto? ¿Qué hemos hecho para ganarnos a un presidente como Donald Trump? ¿Qué hicimos para llegar a este punto de división en el que nos encontramos? Todo esto no empezó en noviembre del 2016, ya venía de atrás. Tenemos que mirarnos al espejo y pensar en cómo debemos cambiar para ser parte de la solución. Como decía antes, es fácil culpar a los demás, al gobierno o al presidente. Ha llegado el momento de trabajar juntos y de vivir con las consecuencias, cualquiera que sea el partido o el presidente que gobierne.
Hablando de cambios, ¿cree que las recientes denuncias de abusos y acosos sexuales en Hollywood van a cambiar el sistema de trabajo en de la industria del cine y, por extensión, la de otros ámbitos laborales?
Obviamente no solo afecta a Hollywood, pero desde que empecé a trabajar en esta industria, siempre oí hablar del casting couch. Aunque yo no he pasado por eso, creo que es hora de que esos comportamientos se denuncien y toda la oscuridad salga a la luz. Es bueno que los sindicatos tomen cartas en el asunto y empiecen a trabajar en una ley que proteja a los empleados de los depredadores, ya sean hombres o mujeres. Solo espero que dentro de veinte años la nueva generación no tenga que pasar por estas experiencias.