Por Iñigo Aduriz | Fotos Benito Guerrero
22/10/2017
Acaba de presentar Sangre, sudor y paz (Península, 2017), la historia de la lucha contra ETA tal y como la vivieron los guardias civiles y sus familias: el colectivo de la sociedad española más golpeado por la acción de la banda, con más de doscientos muertos y muchos centenares de heridos. Lorenzo Silva (Madrid, 1966) se ha adentrado en las vivencias reales de la Guardia Civil, después de llevar retratando al cuerpo a través de las peripecias de los personajes ficticios Bevilacqua y Chamorro en sus novelas. Premio Nadal (2000) y Premio Planeta (2012), el escritor, que ha vivido durante 7 años en Barcelona, asiste con preocupación a lo que está sucediendo en Cataluña.
Presenta un libro en el que cuenta cómo ha sido el trabajo de la Guardia Civil en la lucha contra el terrorismo de ETA. ¿Cuál es el momento que más le ha impresionado?
Es el momento en el que a un guardia civil lo asesinan en presencia de su hijo, que va en el mismo coche que conduce ese agente, pero en el asiento del copiloto. Llega un terrorista, Juan Carlos Iglesias Gadafi, pega dos tiros al aire y luego le mete cinco tiros a este hombre, que se queda agonizando. El niño ve cómo agoniza su padre y cómo muere. Se queda unos minutos en shock dentro del coche, luego sale, abre la puerta, sigue en shock, se sienta en un banco y nadie se acerca a ayudarle, hasta que llega otro guardia civil 25 minutos después.
¿Han contactado con él?
Sí, claro. Ese niño ya es un hombre y recuerda todo eso porque es el recuerdo central de su vida.
¿Cómo ha sido la vida de las familias de los guardias civiles destinados en el País Vasco?
Muy dura. Al principio, en los años 60, el País Vasco era un destino soñado para los guardias civiles. Iban muchos al final de su carrera, cuando ya tenían antigüedad y podían pedir las plazas que había allí. Lo hacían porque era una sociedad con un nivel de vida más alto que en el resto del país y bastante segura. La vida de los guardias civiles allí era apacible. Pero de repente se encontraron con un fenómeno terrorista. La primera víctima mortal de ETA fue un guardia civil, y así siguió hasta 215 asesinados. Se sintieron no solo en la diana sino además solos, rodeados de indiferencia, cuando no de hostilidad. Y, en ambos casos, sufriendo la crueldad del entorno que los circundaba. Por otra parte, viendo cómo esa hostilidad y esa crueldad se extendía sobre sus familias. De una manera además muy cruda y declarada. No es que de vez en cuando ETA se llevara por delante a algún familiar de la Guardia Civil. Es que formaba parte de su estrategia.
Se lanzaban pedradas contra los autobuses de escolares hijos de guardias civiles…
Y, aunque esto no ocurrió en el País Vasco, en el cuartel de Vic, cuando tiraron la furgoneta llena de explosivos, esperaron a que se abriera la puerta del cuartel. Cuando empujaron el vehículo, vieron que el patio estaba lleno de niños. No fue un accidente. Formaba parte de su estrategia golpear también a las familias para desmoralizar a los guardias civiles.
Se habla del final de ETA como una cuestión meramente política a la que se llegó también gracias a unos mediadores internacionales.
Cuando acaba un fenómeno y, además, ese fenómeno tiene una descendencia política, se apresuran las interpretaciones. Lo que he hecho en el trabajo con mis compañeros –lo único que he hecho ha sido tratar de darle forma a una historia recopilada fundamentalmente por guardias civiles con documentación interna– ha sido un resumen de hechos. Y los hechos son que, cuando se inició, ETA era una organización muy rudimentaria, con un punto naíf o amateur. A finales de los 60, tras el asesinato de Pardines, el primer guardia civil, se empezó a profesionalizar mucho. Alcanzó un pico de prestigio importante con el asesinato de Carrero Blanco y se convirtió en una banda bastante bien organizada y muy poderosa. A eso es a lo que hubo que enfrentarse: un asunto realmente muy complejo que, en muchos momentos, tenía completamente desbordado al Estado español. En ese contexto, la Guardia Civil reaccionó, aunque siempre iba por detrás. Los golpes eran aleatorios o se daban cuando un comando se equivocaba o alguien metía la pata. Así no se podía acabar con esta gente. Empezaron a trabajar en dos frentes: el de la información y el de la seguridad del territorio. Nacieron unidades especializadas de la Guardia Civil, y esa gente empezó a trabajar lentamente hasta que llega un momento, a finales de los 90 y sobre todo a principios de la década de este siglo, en el que prácticamente todo lo que iba hacer ETA la Guardia Civil lo sabía, porque iba por delante. No podía controlar a todo el mundo y evitar atentados, pero la información que tenía era muy buena. Y ETA declaró el cese definitivo de la violencia en octubre de 2011, después de que en dos años cayera cinco veces la cúpula de la banda. No es que se llegara a una conclusión ni que hubiera un mediador. Es que cuando alguien no puede hacer nada más no tiene más remedio que dejar de hacerlo so pena de hacer el ridículo. ETA desapareció porque quedó reducida a la inoperancia absoluta y a la intrascendencia.
Hay al menos una mancha en toda esa historia de la Guardia Civil en el País Vasco, que es el caso Lasa y Zabala. ¿Cómo lo abordan en el libro?
Lo que hay son varias manchas. El libro no es neutral. Parte de la documentación de la Guardia Civil. Y a eso le hemos dado forma un coronel del cuerpo, un periodista a cuyo abuelo lo asesinó ETA y un escritor que ha vivido en una colonia militar donde ponían bombas. Yo no soy neutral, ni muchísimo menos. No está hecho con ese afán de ser aséptico. Pero no queremos ni deformar la realidad ni ser deshonestos. Y es que además no lo necesitamos. No se necesita magnificar los logros para mostrar hasta qué punto esto ha sido una labor policial de primer orden. Y tampoco se necesita tapar los errores o las infamias y las acciones oscuras, porque no son tantas en el balance. En medio siglo, con tantísimos muertos y tantísima presión sobre los guardias civiles, las cosas son las que son. Hay una sentencia firme en el caso de Lasa y Zabala por homicidios, torturas y guerra sucia. Fue un error y una acción de todo punto reprobable que contamos con toda claridad. Y hay miles de denuncias de torturas. Pero hasta donde yo sé hay apenas una veintena de condenas. Hay quien piensa que España no es un Estado de derecho y que estas cosas enmascaran. Pero yo conozco a muchos guardias civiles que han sido procesados por torturas. La Audiencia de Gipuzkoa y de Bizkaia procesaban automáticamente a guardias civiles. Y también ha aparecido, y está en el libro, documentación interna de ETA con protocolos para la denuncia de torturas falsas. Eso está ahí y el que no lo quiera ver no lo verá. Intentamos dar la información completa al lector y luego que cada uno seleccione la información y la pondere en función de sus planteamientos.
¿Le parece que la sociedad vasca ha sido desagradecida con los guardias civiles?
No soy quién para decirles a los vascos a quién le tienen que agradecer o no. Yo soy un observador.
Le pregunto su opinión.
Pero no quiero arrogarme esa autoridad de la que carezco. Soy un observador. Tengo muchos amigos en el País Vasco y muchos amigos vascos en Madrid, que si están en Madrid es porque se tuvieron que ir de allí, que me cuentan hasta qué punto ETA fue una amenaza, una restricción y hasta una asfixia para la convivencia y la libertad en el País Vasco. Es un hecho que solo lo puede negar quien esté muy alineado con las ideas que defendía ETA. El otro hecho es que esa amenaza ya no está ahí. Y si no lo está es porque unos cuantos miles de hombres y mujeres vestidos de verde trabajaron muchas horas y dejaron 215 vidas y bastantes heridos y familias destrozadas para que eso dejara de existir. Aportamos hechos y que alguien valore si eso merece gratitud o no. Y si la merece, que se examine si la han recibido los guardias civiles mientras estaban trabajando allí y a posteriori.
Se habla de la derrota literaria del terror. ¿No se ha sido suficientemente contundente hasta ahora?
Esa frase se le debe a Fernando Aramburu, autor de Patria. Creo que al terror se le derrotó policialmente. Y además me parece que es la gran hazaña del Estado de Derecho español. Y la gran hazaña de la Guardia Civil es haber acabado policialmente con el fenómeno terrorista después de estrategias equivocadas, que fueron desde los estados de excepción sistemáticos en épocas de Franco –que eran respuestas indiscriminadas contra el conjunto de la población– a la guerra sucia, que fue el gran error que se cometió. Fue totalmente inútil y solo le dio un balón de oxígeno a ETA porque en cierto modo la legitimó. Pero al final lo que se ha hecho ha sido vencer policialmente a ese fenómeno.
Pero los escritores, ¿no han sido suficientemente contundentes?
Con ETA acabó una labor policial respaldada por el Estado de derecho y por una legislación que, en definitiva, terminó de desmontar el entramado muy inteligente. Al final se desmanteló el entramado político con la ilegalización de Batasuna etc. Salieron muchas voces diciendo que era un atropello a los derechos humanos, que todo esto en Europa se iba a revertir etc. Cuando esto llegó a Europa no se revirtió y se dijo que la legislación española no solo era válida, sino que era incomprensible que con el grado de dolor y de sufrimiento que había causado ETA a la sociedad vasca y a la española, no se hubiera aprobado antes. Esa fue la derrota de ETA. Los que escribimos no la vamos a derrotar porque ya está derrotada. Lo que ha sucedido es que ha habido un tiempo en el que no se ha podido contar la historia con libertad y menos en el País Vasco, porque uno estaba sometido a esa amenaza. Ahora sí tenemos esa libertad y creo que desde la sociedad española y también desde la vasca está surgiendo la necesidad de contar y relatar todo eso que en su momento no se pudo contar, por muchas razones, algunas de autocensura y otras de pura intimidación física. Supongo que a eso se le llama la derrota literaria de ETA. Yo prefiero pensar o hablar de que la historia no se quede sin contar ni se quede a medias. Y sobre todo que la historia no se cuente solo por algunos. Porque hay una parte de esta historia que ha sido muy beligerante, muy militante y muy activa en contar su visión de la jugada. Tiene que haber otras visiones que son las que están surgiendo con libros como el de Aramburu o los de Edurne Portela o este en particular. Tienen que conformar un puzzle del que al final partamos para tener un relato más completo.
¿Qué trabajo le queda por hacer a la sociedad vasca?
Tampoco sé si tengo yo la capacidad de decírselo.
Hablaba del relato, por lo menos.
Hago una analogía con el conjunto de la sociedad española. En la gestión de su recobrada democracia, la sociedad española se ha encontrado con unas disfunciones que tienen que ver con una cierta desmemoria histórica, una cierta manipulación de lo que hubo en el siglo XX en España, y con importantes lagunas en lo que ocurrió. Tanto lo que se dio en la Segunda República, como antes de eso, etc. Para entender todo el siglo XX español hay que retroceder mucho atrás, al siglo XIX. Pero esas lagunas y esa manipulación llevan a que tengamos cuestiones no resueltas en la sociedad española. Haciendo la analogía, o el País Vasco afronta un relato sin lagunas y sin manipulaciones, o al cabo de 50 años esto seguirá rebrotando.
Usted que ha vivido en Cataluña, ¿lo sucedido en las últimas semanas le recuerda en algo a lo ocurrido en el País Vasco, como se ha llegado a sugerir?
Hay ecos, pero en Cataluña todo tiene un cierto grado de abstracción. Incluso en algún momento hay un cierto grado de sobreactuación. En el País Vasco no, allí pegaban tiros en la nuca a la gente. Esa es una diferencia muy importante. Allí había gente que se montaba en un coche con sus hijos y volaba en pedazos. Estamos hablando de una diferencia cualitativa muy importante. En el fondo de ambos fenómenos hay fuerzas que comparten una misma oscuridad. Pero la intensidad con la que eso se manifestó en el País Vasco está lejos de manifestarse en Cataluña. Y ojalá que no se manifieste nunca.
¿Cómo ha llegado Cataluña a esta situación?
Es una historia larga y compleja. Y tendemos a renunciar a la complejidad. Y creo que cuando renunciamos a ella erramos en el diagnóstico. Hay una enorme concurrencia de culpas. Porque hay gente que no ha sido diligente, gente que ha sido negligente, gente que ha sido maliciosa, gente que ha sido imprudente o gente que ha actuado dolosamente. Hay muchos rincones. El Gobierno español ha sido poco diligente y negligente en abordar un problema que claramente se estaba saliendo del cauce, por no haber actuado antes para tratar de encauzarlo. Se podía haber hecho hace cuatro, cinco, seis o incluso siete años y no se hizo absolutamente nada. Se dejó que el asunto siguiera progresando absolutamente desbocado. Pero quienes están impulsando el procés independentista de Cataluña ya han renunciado prácticamente a todo. El procés es un movimiento con un caudillo y unas masas. No es ni un Estado de derecho ni nada que se le parezca remotamente. Firmaron un papel diciendo que la República catalana es un Estado social y derecho. No sé qué tendrán pensado, pero yo he vivido en Cataluña y es una sociedad con enormes recortes de los servicios públicos en los últimos años. Yo los he visto degradarse ante mis los en los siete años que viví en Cataluña. Así que ese Estado social lo pongo en cuestión. Paralelamente, por cierto, los cargos públicos catalanes son los mejor pagados de toda España con muchísima diferencia. Por lo que tengo dudas de que eso sea un Estado social, donde la gente hace cola en el ambulatorio y el presidente gana 300.000 euros. Democrático, cuando las deliberaciones son secretas, no se votan, se hacen fuera del Parlamento en despachos y clandestinamente, tengo también mis dudas. Y pensar que sea de derecho un lugar o un espacio político donde la ley se cambia cada mañana y sale el señor Turull, a decir cuál es la ley del día… Los que hemos estudiado derecho sabemos que uno de los valores que tiene el Estado de derecho es la seguridad jurídica.
¿Le llaman equidistante por pensar eso respecto al Gobierno y la Generalitat?
No sé qué me llaman y francamente me importa un pimiento. Tengo muy claras mis ideas y creo que parto de datos objetivos y, sobre todo, me expreso en conciencia. No quiero ganar nada por hacerlo. Me han llegado a decir que estoy perdiendo lectores en Cataluña y que hay profesores que ya no ponen mis libros allí. Pues lo siento, mala suerte, qué le voy a hacer.
Se lo preguntaba por el clima de polarización que existe.
A mí me pasa eso, que recibo ataques desde el independentismo y cuando digo que el Gobierno español ha cometido errores y que habría que plantear una negociación en la que se pueda encauzar esto me llaman débil, que les estoy haciendo el caldo gordo a los sediciosos o insurrectos. Yo intento analizar con sentido común y ponderación las cosas, pero llamando a las cosas por su nombre. Lo que ha emprendido el Gobierno de Cataluña es un esperpento desde hace tiempo. Un esperpento absolutamente intragable para quien no esté de acuerdo con las ideas que ellos defienden.