Por Paz Mata
26/11/2017
En una industria donde las mujeres que han traspasado la barrera de los cincuenta son despojadas de oportunidades para demostrar su talento y relegadas a un segundo plano, Julianne Moore (Carolina del Norte, 1960) parece estar inmunizada contra ese mal que en Hollywood llaman “edad madura”. Su caso es incluso más insólito, teniendo en cuenta que el hilo conductor de su carrera ha sido su amor por el riesgo, su tendencia a desafiar cualquier convencionalismo y su osadía a la hora de traspasar la raya del falso moralismo que reina en la Meca del cine.
Es cierto que a su trayectoria no le ha faltado una dosis de comercialismo: buscando dinosaurios (Parque Jurásico: El mundo perdido), flirteando con caníbales (Hannibal) y con Hugh Grant (Nueve meses) o liderando una rebelión en un mundo distópico (Los juegos del hambre 3 y 4). Su carisma y su fuerza interpretativa hacen imposible que el público y la critica le quiten la vista de encima. A lo largo de su fértil y ecléctica carrera, la actriz ha demostrado que se atreve con todo, pornografía (Boogie Nights), incesto (Saving Grace), adulterio (The end of the Affair) erotismo (Chloe) y tendencias suicidas (Las Horas).
En la última década, además, han abundado las historias sobre personajes homosexuales (Lejos del cielo, Savage Grace, Las vidas privadas de Peppa Lee, Un hombre solo o Los chicos están bien). “Es pura coincidencia”, dice cuando se le menciona que la correlación de todas estas cintas es su presencia en ellas. “No me gusta cuando se cataloga un género de cine o un artista por su condición política, sexual o racial, me parece que eso causa disensión,” explica Moore que, a sus 57 años sigue reluciendo como un sol. Tiene la piel blanca como la porcelana salpicada de pecas y el pelo de color cobre, de esos que no se encuentran en los catálogos de tintes.
Casada (con el director de cine Bart Freundlich) y con dos hijos adolescentes, la actriz no tiene tiempo para planear sus movimientos. Bien anclada en su estatus de estrella de cine y actriz favorita de la industria independiente, Moore tiene bastante con programar el día a día de su familia y combinarlo lo mejor posible con su apretada agenda de trabajo. “Las películas que tiendo a elegir cuentan historias con las que cualquiera se puede sentir identificado. No se trata de gente que se sacrifica para salvar a la humanidad o cuya misión es explorar el espacio. La mayoría no estamos en posición de hacerlo,” afirma esta actriz de largo recorrido, que marca a fuego todo papel que interpreta.
Este año, la pelirroja incendiaria, musa de firmas de alta costura y cosméticos, escritora de libros infantiles y activista social, ha protagonizado tres películas, cada cual más distinta. En la primera, Kingsmen, El círculo dorado, la vimos dando vida a la encantadora, inteligente y letal dueña de un restaurante tras el cual se esconde un imperio dedicado al tráfico de droga. Ahora, en Suburbicon se marca un doble tour de forcé interpretando dos papeles: Rose, una esposa y ama de casa de la clase media americana de los años cincuenta, condicionada a vivir en silla de ruedas tras un accidente, del que culpa al marido; y Margaret, su hermana gemela, que no se separa de ella, de su hijo y de su marido hasta que un desafortunado incidente destapa un complot entre el marido y la hermana. La venganza y la traición entran en la familia. Para culminar, la veremos encarnar a una estrella del cine mudo en Wonderstruck, un homenaje a la ciudad de Nueva York en dos periodos históricos de la ciudad: 1927 y 1977.
Últimamente no para de trabajar. Es como si se fuera a acabar el mundo, y le quedasen todavía muchas cosas por hacer.
Si, eso parece (ríe). Aunque cuando miro hacía atrás y veo todo lo que he hecho, como tener una familia y criar a dos hijos, tengo la sensación de que ya me puedo tomar la vida con más calma. Mis hijos ya no me van a necesitar tanto y yo he llegado a una edad en la que uno ya sabe lo que le gusta hacer y lo que no. Mi objetivo es vivir el presente y hacer solo lo que me gusta (ríe). Estos dos últimos años he sido muy afortunada en mi trabajo porque me han llegado proyectos que no podía rechazar.
Hablemos de Suburbicon. ¿Cree que tratar temas como el racismo, la xenofobia y la exclusión en forma de sátira política es más efectivo a la hora de transmitir un mensaje a la sociedad?
Por desgracia esos son temas universales. Me gustaría tener la respuesta a cómo resolver esos problemas, pero no la tengo. Es impresionante lo tribales y lo nacionalistas que podemos llegar a ser. Cómo miramos con recelo a aquello que es distinto a nosotros. Pienso que el modo de combatirlo es hablando de ello, educándonos y educando a los demás. Y el cine es un medio muy poderoso para hacerlo, porque refleja cómo somos y en qué mundo vivimos. Encima si usas la sátira creo que puedes llegar aún más lejos.
No es la primera vez que interpreta a la perfecta ama de casa americana de los años cincuenta. ¿Qué opina de esta mitología?
Si no me equivoco es la tercera vez que lo hago. Es muy interesante porque detrás de esa imagen idílica que se tiene se esconde, como ya hemos visto, un mundo muy oscuro y nada idílico para las mujeres. En esa época ellas no tenían acceso a la educación ni al mundo laboral, no podían abrir una cuenta corriente en el banco de forma independiente y menos tener una tarjeta de crédito a su nombre. Los anticonceptivos eran ilegales. Y el matrimonio era la única forma de poder subsistir. En el caso de Margaret, la hermana de Rose, está soltera y no tiene hogar propio. Su única salida para conseguir algo de seguridad en la vida es apropiarse de la vida de su hermana, cosa que me parece fascinante y al mismo tiempo horrendo, porque se ve la repercusión que tienen este tipo de acciones.
En su opinión, ¿ha avanzado mucho la sociedad desde entonces?
A veces se piensa que se ha avanzado mucho, pero como hemos visto en los últimos años, tanto el racismo como la desigualdad de derechos entre hombres y mujeres sigue produciendo muchas lacras. Parece que damos un paso adelante y dos atrás. Me da la sensación de que la mayoría de las veces estamos atascados en ese lugar de complacencia y aceptación y no hacemos nada por cambiar. Yo tengo esperanzas de que haya cambios en la sociedad, pero esos cambios no llegan por só solos. Y no podemos dejarlo en manos de las nuevas generaciones para que lo arreglen ellos. Es nuestra responsabilidad y no la de nuestros hijos.
¿Cree que el mal es intrínseco en el ser humano o procede de elementos externos que alimentan nuestra psique?
Es difícil responder a algo tan filosófico. El sociópata está generalmente asociado a una enfermedad mental, pero hay personas que sufren enfermedades mentales que no son sociópatas. Creo que la mayor parte de los casos están relacionados con una falta de ética y de moral que lleva a actuar de forma equivocada con graves consecuencias. En el caso de Margaret está claro que son las circunstancias y la falta de coraje para negarse a hacer algo que sabe perfectamente que es un crimen.
Parece que ha entrado en su fase malvada. ¿Se divierte interpretando a la mala de la película?
Me divierto haciendo cualquier papel que que esté bien escrito. Ha sido una coincidencia que en mis dos últimas películas lo haga. Aunque tienen tonos muy distintos los dos personajes son personas ordinarias que hacen cosas reprobables.
Julianne Moore nació en Carolina del Norte, pero su infancia transcurrió en 23 lugares alrededor del mundo. Su padre, juez militar y coronel de la armada estadounidense, llevaba consigo a su familia cada vez que le transferían de base. A los 23 años decidió instalarse en Nueva York y dedicarse a la actuación. Cuando la descubrió Robert Altman para su célebre film ‘Vidas cruzadas’, Moore ya había hecho telenovelas y teatro experimental fuera de Broadway.
¿Por qué decidió ser actriz?
Porque no se me ocurrió otra cosa que hacer con mi vida (ríe). No se me daban bien los deportes, era la típica “empollona” con lentes como culos de vaso que se pasaba el día leyendo libros. Y desde luego no era la más popular del colegio. Pero cuando me subía a un escenario, en alguna función del colegio, me transformaba. Una profesora me dijo un día que por qué no me dedicaba a actuar. Yo me puse como loca, pero a mis padres no les hizo ninguna gracia y me impusieron ir a la universidad y terminar mis estudios antes de intentar llevar esa vida bohemia que llevan los artistas (ríe). Pero yo era una bohemia. Tener un padre militar que traslada a su familia de un país a otro cada poco tiempo hace que no te apegues a nada y menos a la idea de tener una vida estable y sedentaria. Siempre he dicho que moverte de un lado para otro te hace ser más universal, curiosa, adaptable, flexible y un poco neurótica y esas, a fin de cuentas, son extraordinarias cualidades para una actriz.
Su carrera no puede ser más ecléctica. ¿Qué criterios sigue a la hora de aceptar un trabajo como actriz?
Me guío por el instinto. Me gusta vivir toda clase de historias e interpretar distintos personajes. Necesito que mi trabajo me satisfaga, que me haga aprender cosas nuevas desde diferentes perspectivas.
Una vez que acepta un papel que le proponen, ¿cómo se mete en él?
Cuando está bien escrito enseguida sabes como interpretarlo, eres capaz de dar el salto al vacío, si hace falta. También es importante que el director te acompañe en ese salto, para echarte el paracaídas antes de que te estrelles (risas). Yo encuentro fascinante explorar el comportamiento humano y las emociones extremas.
¿Es muy analítica a la hora de preparar y ensayar sus papeles?
Leo y releo el guion, trato de entender el personaje y de aprenderme todas las líneas de mi papel. Cuando llego al rodaje voy muy preparada, pero, una vez ahí, lo que me gusta es hablar mucho con todo el mundo (ríe). Es mi manera de participar en el proceso y mantener mi energía arriba. Trato de ser yo misma porque, de esa manera, me resulta más fácil acceder a mi personaje.
Empezó haciendo telenovelas y se ha convertido en una de las más prolíficas y respetadas actrices de Hollywood. ¿Soñó con tener una carrera como la que tiene?
No, ni mucho menos. Pero yo nunca pensé hasta dónde llegaría. Me centraba en lo que estaba haciendo, en la calidad de mi trabajo. Aunque fuera en una telenovela era mi trabajo y quería hacerlo bien. Lo mismo que cuando trabajé de camarera en un restaurante, me enfocaba en hacerlo bien. Me considero una persona responsable y mi ética profesional es hacer las cosas lo mejor que sé y, de paso, divertirme con lo que hago. Dicho esto, sigo sorprendida de haber podido trabajar, casi sin parar, todos estos años y de haber alcanzado este nivel de éxito. Creo que he tenido mucha suerte.
¿Cuándo encontró ese poder que tiene de magnetizar a la cámara?
Ese poder hay que otorgárselo al profesional que se sitúa detrás de la cámara, a los maquilladores, los estilistas, o a los diseñadores de la ropa que llevo en una foto o e una imagen. Es fácil salir guapa y atractiva cuando se tiene tanta ayuda. Eso forma parte de mi trabajo. Es divertido trabajar con gente de tanto talento y es estupendo verme así de guapa alguna que otra vez. Te halaga que la gente te diga que estás estupenda. Pero la realidad no es esa. Eso es solo una imagen que está manipulada.
¿Cuál es su definición del éxito?
Hacer lo que te gusta e interesa y tener una vida personal gratificante y satisfactoria.
La vida personal de Julianne no puede ser más perfecta. Vive con su marido y sus hijos en el corazón del West Village de Manhattan, donde Moore, Freundlich y sus dos hijos, Caleb (19) y Liv (15), tratan de llevar una vida muy normal comparada con la que mantienen otros actores en Hollywood. Allí se sienten rodeados de familias que no tienen nada que ver con la industria del cine. “Nuestros amigos y nuestros vecinos forman parte de una pequeña comunidad en la que todos nos conocemos, nos respetamos y nos protegemos. Eso nos proporciona mucha estabilidad”, apunta.
Sus hijos están en plena adolescencia. ¿Cómo lo llevan su marido y usted a la hora de educarles?
Como decía mi padre, que era juez, no todos los jueces son iguales. Unos detestan a los ladrones y otros odian los crímenes violentos. En los padres pasa lo mismo. Unos odiamos la falta de modales, como es mi caso. Mi marido, sin embargo, no le da mucha importancia a eso. Para él es peor que no sean capaces de hacer algo por sí solos. Pero ambos estamos muy pendientes de ellos. No me imagino la familia de otra forma. Bart es una pareja excepcional en todos los sentidos. Me hace sentirme bien conmigo misma y con mi trabajo, y es un gran padre. Pero eso no quiere decir que sea fácil. Nunca es fácil.
¿Lo complica el hecho de que ambos padres trabajen en una profesión poco estable?
Por un lado sí, pero, por otro, trabajar en el cine nos permite mucha flexibilidad, cosa que otros trabajos no ofrecen. Si trabajáramos en un hospital, lo tendríamos muy complicado. Además, tenemos la suerte de vivir en una ciudad donde hay oportunidades de trabajo para una actriz y un director, porque se ruedan bastantes películas. Siempre quise tener hijos, formar una familia, vivir en Nueva York y trabajar como actriz y todo eso lo he conseguido.
Su hija se estrenó como modelo en la pasada New York Fashion Week. ¿Qué le parece ese paso que ha dado ?
Me parece bien, porque es algo que ha querido hacer ella. Mi hija es muy inteligente, tiene la cabeza en su sitio y es muy buena en sus estudios. Es consciente de que la moda es una ilusión, lo mismo que el cine. Le apetecía probar y eso es lo que ha hecho.
Usted es y ha sido musa de varios diseñadores de moda. ¿Cuál es su postura respecto a la cultura de la apariencia?
Es muy halagador ser musa de un artista, y yo lo he sido para firmas que representan la belleza en todas las edades y en distintos países. Dicho esto, es cierto que nuestra cultura está demasiado obsesionada con la apariencia. Es absurdo imponer estereotipos de belleza artificiales. Pero puedo constatar que la edad, en cualquier caso, será la gran vencedora. No ofrece solo desventajas, sino también un abanico de nuevos papeles.