Por JESÚS OSSORIO | Fotos: BEGOÑA RIVAS | Vídeo: 93metros
Escritor, guionista, director de cine… y padre de Lev. Es su primer tema de conversación tras estrechar la mano y avisar de que no es «el mejor modelo» antes de someterse a la sesión de fotos. «He venido a España con mi mujer y mi hijo», comenta, con una sonrisa, entre disparo y disparo. Su último libro, Los siete años de abundancia, arranca con las contracciones de su mujer en un hospital de Israel que empieza a recibir a los heridos de un atentado. La vida de Etgar Keret (Tel Aviv, 1967) y el conflicto entre Israel y Palestina se funden en una suerte de diario personal plagado de humanidad y humor negro. «Tener un hijo te hace ser más reflexivo, empiezas a verte a ti mismo de otra manera», explica. «Antes de que naciera, nunca me había planteado hacer un libro que no fuera de ficción, pero es como si una cámara estuviera documentando mi vida y cuestionando mi existencia».
Su último libro parece marcado por la paternindad. ¿Ser padre ha cambiado su forma de escribir? ¿Dejará la ficción?
No, en absoluto. De hecho, para mí hacer ficción siempre ha sido muy liberador y lo más natural. Cualquier cosa puede pasar, entro en un mundo en el que los personajes pueden cambiar de forma, la ley de la gravedad puede dejar de existir… Yo busco esta libertad cuando hago ficción y la necesito de la misma manera que la gente necesita soñar. Este último libro ha sido fruto de un momento muy específico y muy concreto en mi vida. Ser padre y perder a mi padre… Me sentí en la necesidad de documentarlo, de escribir una especie de diario de lo que me estaba pasando.
Sus padres sobrevivieron al Holocausto. Tiene una hermana ultraortodoxa y un hermano pacifista que apoya la legalización de la marihuana… ¿En qué cree usted?
Yo juzgo a las personas por sus intenciones y por nada más. He visto a mucha gente defender la libertad, la igualdad, ideas religiosas… pero luego son sólo unos gilipollas egocéntricos. Y sí, tengo un hermano que está a favor de la legalización de la marihuana y mi padre, cuando tenía 84 años, se fumó un porro con él sólo porque confiaba en su hijo lo suficiente como para tratar de comprender por qué defiende esa causa.
Con esto quiero decir que tiene que haber ganas de romper la armadura de la ideología y tratar de ver a los demás como seres humanos. Es una necesidad en una región como Oriente Próximo. Encerrarse en las ideologías es excluirse y quedarse sin capacidad para dialogar. Yo me considero un liberal de izquierdas, pero algunos de mis amigos no lo son. Y cada vez que nos vemos intento convencerles de mis posiciones y ellos a mí.
En sus relatos cuenta cómo se convive con la amenaza continua de la violencia. ¿Se imagina viviendo en otro sitio que no sea Israel? ¿Por qué razón dejaría su país?
Sólo cuando fui padre empecé a pensar sobre este asunto. Vaya por delante que no soy muy patriótico ni estoy muy atado a los nacionalismos. Mi conexión con Israel es con la del pequeño país dentro de un país. Con mi círculo, la gente que quiero, la lengua que hablo, la realidad en la que vivo. Además, al ser hijo de supervivientes del Holocausto, me doy cuenta de que es un gran regalo poder vivir en un lugar –incluso considerándome de la oposición– en el que nadie puede expulsarte, nadie puede decirte «vuelve por donde has venido». Israel es mi país y tengo la legitimidad para luchar por cambiar su futuro.
Nunca dejaría Israel por el peligro físico. No me iré por la violencia o las bombas, sólo me iría si dejo de respetar a mi país o a su sociedad. Creo que mi gran batalla es precisamente por la sociedad israelí, no hablo necesariamente de política, hablo de la tolerancia a las minorías, de libertad de expresión. Ésta es la lucha que de verdad creo que podemos ganar, porque a pesar de tener un gobierno horrible, creo que el pueblo de Israel tiene compasión.
Usted siempre ha dicho que la Paz en Oriente Próximo no va a llegar a cambio de nada. ¿Qué tiene que pasar para que llegue? ¿Confía en que el último alto el fuego?
Creo que todo el mundo que conozca el conflicto en Oriente Próximo sabe por dónde pasaría la solución: Israel retirándose hasta las fronteras de 1967, Palestina renunciando al derecho al retorno de los refugiados, Jerusalén capital de los dos países… El problema es que vivimos en una narrativa de angustia y desconfianza. Ninguna de las partes confía en que el otro lado cumpla con su parte del trato. Ahora mismo tenemos un gobierno en Israel al que le falta el coraje y el espíritu para hacer cualquier cosa parecida a un cambio, un paso hacia adelante. La historia de Oriente Próximo está plagada de conflictos sin final… La única esperanza que tenemos es que en las próximas elecciones haya un nuevo liderazgo para Israel. No sé cuál es la probabilidad, pero yo haré todo lo que esté en mi mano para que haya un cambio.
¿Nota presión mediática del sector más conservador en Israel al ser considerado de izquierdas? ¿En algún momento ha sentido que haya una caza de brujas en su país?
Desde luego, ahora mismo en Israel hay un clima de tensión, a pesar de que la mayoría es liberal en su espíritu. Creo que la gente quiere una solución de verdad para que los palestinos tengan su propio estado y sean libres. Pero hay algo en el actual gobierno que hace que las ideas liberales sean más censuradas que los comportamientos racistas, violentos o antidemocráticos. Si eres liberal y lo muestras, te señalan. No por parte de la mayoría de la sociedad, sino por sectores marginales que operan casi como si fueran grupos terroristas, ellos piensan que si decimos algo que no les gusta, tienen derecho a castigarte. Por ejemplo, a raíz de mis artículos sobre la última Intifada, estos grupos empezaron a llamar a los periódicos para contar mentiras sobre mí. La historia es que si tomas la decisión de expresar lo que piensas ya sabes que te tienes que atener a las consecuencias.
Si nuestro gobierno fuera más responsable, habría comprendido que no hacer frente a estos grupos marginales puede provocar una ruptura, podrían ser amenazas que se quedaran en nada, pero también podría acabar en un asesinato o acciones violentas. Mi mujer, cineasta, me contó que hace unas semanas nuestro hijo le dijo que quería que dejáramos de pedir la paz. Ella preguntó «¿por qué?», y el niño le replicó que si no nos habían enseñado Historia: «Mira lo que ha pasado con la gente que pedía la paz: Isaac Rabin, John Lennon… A todos los mataron, yo también quiero la paz, pero, sobre todo, quiero seguir teniendo padres». Me quedé perplejo cuando mi mujer me lo comentó. Creo que el fundamentalismo se ha instalado en la sociedad cuando un niño pequeño e inteligente piensa que es mejor no tener esperanzas en un futuro mejor, que es peligroso desear la paz en un sitio donde hay derramamiento de sangre. Esto, en realidad, ni siquiera es una pelea entre derechas e izquierdas, es la confrontación entre esperanza y desesperación.
¿Cree que la élite cultural israelí debería implicarse más y movilizarse para que llegue la paz a la región?
La realidad es que el 99% de los escritores, cineastas y artistas son de izquierdas y muy claros en su postura a favor del diálogo y la paz. Lo que pasa es que, tristemente, el peso de esta élite cultural en el juego democrático es muy limitado. Parece que en la ecuación miedo-esperanza, el miedo siempre gana. La única manera de salir del hoyo en el que estamos es que Palestina tenga un estado propio y reconocido. Pero cada vez que explota una bomba o estalla una mina, este argumento se olvida y vuelve a reinar el miedo. Como se suele decir, es mucho más difícil construir algo que destruirlo.
Tenemos que encontrar la solución al conflicto, no hay otra opción. Para que el pueblo palestino viva en libertad y para que la región se deshaga de esta pesadilla interminable, de este derramamiento de sangre constante. Es un objetivo al que no podemos renunciar, incluso cuando en ocasiones parezca imposible. Si no tenemos la esperanza en el cambio, nada tiene sentido.
¿Qué le gustaría que pasara en su país en los próximos siete años?
Podría ponerme a fantasear, pero ahora mismo no veo ninguna razón por la que Oriente Próximo vaya a ser un lugar pacífico de aquí a los próximos siete años. Lo importante es llegar a alcanzar una situación en la que una nación que parece haberse hundido vuelva a tener la esperanza de que las cosas pueden cambiar. Creo que Israel es lo suficientemente fuerte como para apostar por la paz y perder. De la misma manera que han apostado por la guerra y han perdido. Dentro de siete años me encantaría ver un gobierno que persiguiera de forma persistente una salida diplomática al conflicto, un gobierno que luche por la tolerancia, por la libertad de expresión. Me gustaría poder mirar a mi primer ministro, a mis representantes, y no ver un grupo de gente miedosa y pasiva. Me gustaría ver un liderazgo fuerte, lleno de esperanza y preparado para llevar al país a un lugar mejor.
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