Por Cambio16
11/05/2017
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De un lado, una treintena de jóvenes con sus caras cubiertas con camisetas o máscaras antigás, escudos improvisados y alguna que otra piedra. “¿Quiénes somos, Venezuela; ¿Qué queremos? Libertad?” es el grito de guerra arrojado como otra arma a una densa franja verde del lado contrario: son los militares de los cuerpos represivos de Nicolás Maduro, quienes con unidades blindadas antimotines, bombas lacrimógenas y otras armas se aprestan para la represión.
Hombres y mujeres, de 19 años, de 20, algunos treintañeros, altos y bajos, otros con menudos cuerpos que hacen denotar su corta edad. Convertidos hoy por hoy, a más de 40 días de las protestas en el país caribeño, en la primera línea de resistencia, son movidos por un intenso deseo, simple pero poderoso, de tener un mejor país. Son muy jóvenes, la mayoría sólo han vivido bajo el gobierno chavista.
“No somos de ningún partido político. Nosotros defendemos nuestro derecho a la protesta. Queremos salir de este gobierno, queremos un mejor país. Por eso estamos en esta lucha” expresan casi como una voz al unísono en medio del hervidero. Protestan por una economía boyante que pocos conocieron, por una seguridad que no han vivido, por unos hijos que no han tenido.
En la ruta, personas los aúpan con aplausos. Les entregan mascarillas médicas e industriales, cascos, guantes que les permitan recoger las bombas lacrimógenas que les lanzan los militares y aventarlas de regreso. Les dan golosinas, agua. La dinámica se repite cada vez que se encuentran una multitud en el camino. Son tratados como héroes –o tal vez son las víctimas más plausibles- del accionar violento y el amedrentamiento de los cuerpos represivos. “Vénganse para acá, los estamos esperando. Vamos con todo, no va a quedar nadie en pie” vociferan los militares en los altavoces. Pero eso no hace retroceder a estos gladiadores de facto.
Este miércoles, en el que Cambio16 tuvo la oportunidad de presenciar este escenario, un joven de 27 años, Miguel Castillo, caía muerto en el asfalto, en la misma zona donde estábamos. La gallardía se mezcla con el dolor. Y así ha sido día a día, por más de un mes. Las manifestaciones no han logrado llegar a su destino.*
David contra Goliath
Si ahonda en la historia democrática de Venezuela, podrá encontrar numerosos capítulos de la lucha estudiantil frente a las dictaduras, desde Marcos Pérez Jiménez a finales de los años 50, hasta las batallas de hoy en día. Pero a las contiendas actuales hay que agregarles el peligroso factor de la incorporación de gases letales que podrían provocar males, e incluso la muerte, a los afectados. Los opositores en los actuales encuentros son en su mayoría jóvenes que lanzan piedras y devuelven las bombas lacrimógenas antes de estallar, a los militares. Hoy son piedras, contra balas y gases lacrimógenos. Hablando en términos militares, es una infantería contra un pelotón plena y completamente armado. Una postura muy cobarde, además.
Recordada en este momento en el país caribeño es la postura del fallecido Hugo Chávez en 2009 cuando, en medio de un escenario de protestas, ordenaba a los cuerpos represivos lanzar “gas del bueno” a los manifestantes. “Doy la orden de una vez. A partir de este momento el que salga a guarimbear, me le echan gas del bueno y me lo meten preso. Si no lo hicieran me raspo a los jefes responsables, me los raspo a toditos. Yo lo dije y lo vuelvo a repetir, el Chávez pendejo se quedó en 2002, no voy a permitir, por debilidad de ningún tipo, que cuatro escuálidos embochinchen el país que tanto nos ha costado echar adelante. Sépanlo pues, los que ya empezaron a trancar calles y a amenazarnos, no van a poder con nosotros, con este pueblo, con este Gobierno, con esta Revolución”.
Así, Nicolás Maduro sigue el ejemplo de Hugo Chávez. Pero quizá mucho peor. Organizaciones como Human Right Watch y Amnistía Internacional –por sólo mencionar a dos de las varias que han tratado el tema venezolano- han determinado que muchas de estas bombas lacrimógenas utilizadas en las marchas actuales están vencidas. El orto-clorobenzilideno malononitrilo –el componente utilizado en estas bombas- es hacer lagrimear de una manera incontrolable, de ahí proviene su nombre. Pero también puede producir otros efectos como náuseas, ganas de toser, mareos y en el peor de los casos convulsiones y hasta la muerte. Y se ha determinado que estas bombas, «pasadas de la fecha de vencimiento», despiden cianuro, que es mortal para el ser humano.
Así, las acciones “de contención” –como ha resuelto llamar el gobierno venezolano a la represión que ha venido ejerciendo día a día sobre los manifestantes- tienen el ribete de violentas acciones de guerra contra unos jóvenes que lo único que quieren es protestar –y que están dispuestos, por convicción, a morir luchando-.
Unión, la clave
Los miles de manifestantes que se vierten diariamente en las calles en las últimas semanas en su mayoría, pertenecientes a los estratos medios de la población, indignados por el colapso económico y de un gobierno cada vez más corrupto y autoritario. Con las mayores reservas de petróleo del mundo, Venezuela solía ser uno de los países más prósperos de América Latina. Ahora es uno de los más miserables, atormentado por el crimen rampante, la corrupción y un gobierno asombrosamente disfuncional. Una escasez de alimentos y medicinas ha dejado cada vez a más venezolanos sufriendo por los estómagos vacíos o languideciendo en hospitales escuálidos.
Pero en las marchas, son pocos los líderes de los partidos de oposición que están en esa primera línea de choque –siendo ellos los convocantes diarios a estas manifestaciones-. Algunos sólo duran “para la foto”, como dirían los propios venezolanos y luego, en el hervidero, estos jóvenes quedan solos. Y así día tras día. Estando en la misma lucha y siendo la esfera política representativa, su accionar no debe quedarse sólo en la convocatoria, sino en el seguimiento y ejercicio urgente de las labores jurídicas que acompañen a la protesta en la calle. De no ser así, la lucha de los jóvenes quedará en vano. El accionar de la oposición debe trascender la declaratoria en las redes sociales y sumarse al pie de lucha. Un dirigente de la oposición entendió esto hace años y por ello hoy es la víctima más representativa del confinamiento político.
También es importante la presión internacional que, aunque se ha ejercido de forma constante, aún falta la concreción de mecanismos o resoluciones efectivas en contra del conflicto.
Y finalmente, hace falta que su mensaje llegue a un sector clave, quizá el más afectado por la crisis venezolana: a los barrios pobres de Caracas. En las montañas que bordean los cordones de miseria de la capital venezolana, que se consideraron durante mucho tiempo “bastiones” chavistas, hoy hay gente cada vez más indignada por la falta de alimentos, pero el amedrentamiento y la intimidación de las milicias civiles afectas al Gobierno de Maduro –los denominados “colectivos”, actuando con la anuencia de los cuerpos de seguridad- han mantenido a estos sectores en bajo perfil, por no decir casi represados en sus sectores.
Cabe recordar los recientes acontecimientos en populares sectores pobres de Caracas como El Valle o El Guarataro, donde improvisadas protestas nocturnas se vieron acompañadas de saqueos de alimentos. En esos barrios, la precariedad se vive día a día, los servicios básicos se suspenden con frecuencia y no son pocos los que, sonando ollas y sartenes, han hecho sentir su frustración. Lo que por muchos años fue considerado la base del movimiento chavista hoy se ha erosionado, y la situación es cada vez más explosiva. No hay pan, pero el gobierno sigue insistiendo en que tiene la mayoría de los venezolanos en su lado, cada vez más disociados de la realidad de la vida de sus gobernados. La tarea de la oposición es clara, capitalizar ese descontento pero de forma efectiva, escuchándolos, apoyándolos de forma cercana e incorporarlos en la corriente que busca un futuro mejor. Los caraqueños tienen una gran expresión para ello, “subir cerro”. El sector empresarial también podría ayudar mucho en ello.
La violencia política ha dejado hasta el momento 39 muertos. Maduro todavía tiene el poderío militar de Venezuela, sus ingresos –cada vez más mermados- por el petróleo y sus medios de comunicación estatales. El mayor obstáculo de los sectores democráticos venezolanos es descuidar que, en medio de esta lucha, todos –sociedad civil, partidos políticos, y comunidad internacional- deben caminar unidas. De no ser así, el esfuerzo de esos jóvenes que están dejando el pellejo en el asfalto –y que se supone, son el futuro del país por el que hoy están luchando- no harán una diferencia.
Conciencia para la democracia
No queremos dejar un elemento por fuera. Recoja usted cualquier protesta en la historia que haya llevado a una revolución democrática – Ucrania en 2014, por ejemplo, o en Túnez en 2011 o las Filipinas en 1986 – y encontrará muchos de los héroes anónimos eran soldados o policías. Cuando se les dio la orden de disparar contra manifestantes pacíficos, se negaron. Y un dictador se vio obligado a huir. Tal momento de conciencia por las fuerzas de seguridad debe llegar a Venezuela, y todos los sectores democráticos en Venezuela y el mundo no deben desmayar en insistir en los llamados a ello.
El último alto funcionario en criticar abiertamente al gobierno de Maduro fue la fiscal general, Luisa Ortega Díaz. En marzo denunció la violación del orden constitucional en el país y el uso de Maduro por parte del Gobierno de matones armados contra los disidentes. Su crítica fue acompañada por la voz del presidente del Parlamento venezolano, Julio Borges, para hacer esta petición de los militares: “Ahora es el momento de obedecer las órdenes de su conciencia”.
Cualquier oficial de policía o soldado que se niegue a disparar a los manifestantes no violentos se encuentra en terreno moral y legal sólido. En virtud de un acuerdo de 1990 de las Naciones Unidas denominado Principios Básicos sobre el Empleo de la Fuerza y de Armas de Fuego por Agentes de Policía, el personal de seguridad tienen derecho a ignorar las órdenes de disparar si hay una posibilidad de matar a inocentes.
En Venezuela, los soldados y la sociedad conocen la frase del famoso prócer de América Latina, Simón Bolívar: “Maldito el soldado que vuelve las armas de la nación contra su pueblo”. Y ellos pueden sentirse animados por las demandas recientes del mundo en la Organización de los Estados Americanos para unas elecciones libres y justas y la liberación de los presos políticos.
A ellos también debe llegar el llamado. Las nuevas democracias a menudo han sido creadas o recuperadas después de una revolución mental por soldados que, en lugar de disparar, abrazaron sus conciudadanos y su causa por la libertad.
*Durante la cobertura de la manifestación venezolana de este miércoles 10 de mayo, los corresponsales de Cambio16 resultaron heridos por impactos directos de bombas lagrimógenas