Continuando con nuestro análisis y estudio sobre la libertad, inspirado en las series de seis conferencias dictadas por Isaiah Berlín [en vivo] a través de Radio BBC de Londres [1958], corresponde revisar el pensamiento de uno de los seis intelectuales elegidos por Berlín. Se trata del gran pensador de la ilustración Juan Jacobo Rousseau. Fue el pensador de la transición.
De no creer en el hombre por maleable y súbdito a considerarlo bueno y capaz. Veremos como para Rousseau la virtud de la responsabilidad es lo que hace al hombre libre. Es menester entonces hurgar en el concepto de responsabilidad para concluir que la libertad no es sólo hacer lo que deseo sino lo que debo hacer en pro de la convivencia.
Esclavo de mi conciencia, de nadie más
“Qué es el hombre para Rousseau –se pregunta Berlín–. Un hombre es alguien responsable de sus actos: capaz de hacer el bien y el mal, capaz de seguir el camino recto o torcido. Si no es libre, esta distinción pierde todo sentido. Si un hombre no es libre, si un hombre no es responsable de lo que hace, si un hombre no hace lo que hace porque lo desea hacer, porque ésta es su meta humana y personal, porque de esta manera logra algo que él y no otro desea en ese momento[…]si no hace eso, no es en absoluto, un ser humano, pues no tiene entonces responsabilidad”.
Si lo deseado no puede ser contenido por ser dañino a la sociedad, se carece de conciencia, de razón de conocimiento. Para Rousseau el hombre debe saber…
A diferencia de Helvétius –quién no reconoce la capacidad del hombre para elegir entre el buen y el mal– Rousseau es de los primeros intelectuales del siglo XVIII, que rescata el sentido clásico (ateniense) de la razón platónica, la capacidad del hombre de reconocerse, degradada por siglos de barbarie y utilitarismo, donde el príncipe era dios, el gran señor feudal favorecido por la divinidad para gobernar y los gobernados no eran más que marionetas serviles que obedecían por el placer de vivir o el miedo a sufrir o morir.
Para Rousseau “la conciencia, la ética, es la esencia del hombre”
Berlín apela al concepto de responsabilidad moral. Para Rousseau “la conciencia, la ética, “es la esencia del hombre”. Casi más que su razón, depende del hecho que un hombre pueda elegir entre alternativas, “elegir libremente entre ellas, sin ninguna coacción”. Un hombre puede desear ser esclavo –alerta Rousseau– pero sería repugnante, detestable y degradante, pues la esclavitud va contra natura.
Berlín destaca que Rousseau creía en la buena voluntad de los hombres para organizarse, gobernar y ser gobernados.
“La unanimidad de los siervos es muy diferente a la unanimidad de una auténtica asamblea de hombres”. Renunciar a la libertad, declara Rousseau, “es ceder los derechos de la humanidad y sus deberes […] Semejante renuncia no es compatible con la naturaleza del hombre.”
La naturaleza del hombre es vivir, elegir su tipo de vida; asegurar la vida de tal forma que no puede pertenecer o ser aniquilada por otro. El estado, el orden, el gobierno se justifica en la medida que no comprometa el derecho fundamental de vivir.
Resistir el mal gobierno no puede significar un castigo, el exilio o la muerte. “Ni el pueblo es libre de decidir su muerte, porque “la muerte no es un hecho de la vida…” por lo que sólo la decide el hombre consciente.
La rebelión de los pequeños burgueses [Petit Bourgeois]
Apunta Berlín un valor fundamental: “Para Rousseau, la libertad no es algo que se pueda adaptar o comprometer: no se está autorizado a perder hoy un poco de ella, mañana mucho más de ella; no se nos permite truncar libertad por seguridad, libertad por felicidad”. Ni siquiera libertad por igualdad alertó Tocqueville.
Ceder un poco de nuestra libertad -continúa Rousseau- es como morir un poco, deshumanizarse un poco. La creencia más apasionadamente sostenida por Rousseau es la idea de la integridad humana, “el hecho de que el crimen último, el único pecado que no se perdona es la deshumanización del hombre, la degradación y explotación del hombre”.
He aquí el verdadero salto de la ilustración, del viejo régimen al nuevo régimen. La génesis de la pequeña rebelión de la burguesía [rébellion de la petit Bourgeoiss] contra la sociedad señorial, imperial, donde el degradado [déclassé] se sentía excluido.
Una parábola histórica diría Berlín que tanto cautivó como reprochó al comunismo. Hoy sabemos que el comunismo es esencialmente antiliberal.
El contrato social, patria y vida
Rousseau hace causa común con los parias, los rebeldes, los artistas libres y bárbaros. “Esto es lo que lo hace fundador -subraya Isaiah- del romanticismo, del individualismo desenfrenado, y pionero de otros movimientos del siglo XIX: el socialismo, comunismo, autoritarismo; el nacionalismo, el liberalismo democrático y el anarquismo.
Es lo que podría llamarse la civilización liberal, con su exigente amor a la cultura, resumido en su obra de El contrato social. “Ni los artistas ni los hombres de ciencia deben guiar a la sociedad…debe ser guiada por el hombre que está en contacto con la verdad, y el hombre que está en contacto con la verdad es alguien que permite penetrar en su corazón a esta divina gracia, a la verdad que sólo la naturaleza posee”.
Quizás si el apasionado Rousseau despertara en estos tiempos hubiese constatado, tout ce qui brille n’est pas le cœur [no todo lo que brilla es corazón]. Y se hubiese horrorizado tanto como se espanta Berlín, que gobiernos déclassé [degradantes] expolian la vida de los pueblos, los explotan y deshumanizan, con la prédica, patria socialismo o muerte.