Isaiah Berlin dice que Claude-Adrien Helvétius “no tenía una opinión muy elevada de la naturaleza humana”. No lo considera benévolo ni malévolo, sino infinitamente flexible y plegable. Una especie de materia natural que la naturaleza y las circunstancias, pero ante todo la educación, forman a capricho. Por tanto, cree que “de nada sirve tratar simplemente de mejorar a la humanidad discutiendo con ella”.
El hombre obedece porque le gusta, ama lo que hace y no amándolo acata órdenes porque de lo contrario sufriría las consecuencias de un castigo, una pena, un despojo. Entonces no soy libre. Soy producto del imperio de quienes son capaces de infligir esos «motivos de vivir».
La conjura de los pocos
Apunta Berlin, citando a Helvétius: “¿Cuáles son los fines propios del hombre? Pues si los hombres son capaces de desear tan solo el placer y evitar el dolor, absurdo resulta sugerir que deben desear algo distinto de lo que pueden desear. Si resulta ridículo pedirle a un árbol que se convierta en una mesa, o pedir a una roca que se vuelva un río, no menos ridículo es invitar a los hombres buscar algo que son psicológicamente incapaces de perseguir…”
Pero como el amor o el dolor eterno no existen, la libertad no puede tener como fin una fricción infinita entre lo deseado o lo no deseado. Berlin nos motiva a ser feliz sin importar placer o dolor. Existir existiendo con el otro. Es el sentido racional del hombre que no solo es feliz en su propio yo, sino en su entorno, en su capacidad de convivir. Coexistir no es sufrimiento ni placer. Es libertad, que es respetar la propia y la ajena.
Helvétius se pregunta: “¿Por qué no son felices los hombres? ¿Por qué hay en la tierra tanta miseria, injusticia, incompetencia, ineficacia, brutalidad, tiranía, etc.?”
La respuesta –según lo sentencia– es que los hombres no son buenos ni sabios por naturaleza, y sus gobernantes, en el pasado, han tenido buen cuidado de que el numeroso rebaño que gobernaban se mantuviera en la ignorancia. Es esta la esencia del antiliberalismo que desconoce al hombre inteligente y familiar, “como cerdos en la granja” [Orwell].
Berlin en un tono incómodo, molesto, denuncia esta posición antiliberal “como un caso deliberado de trapacería de los gobernantes, de los reyes, soldados y sacerdotes y otras autoridades a quienes las personas ilustradas del siglo XVIII tan enérgicamente condenaron […]. Los gobernantes tienen un interés en mantener a sus súbditos en tinieblas, porque de otra manera sería sumamente fácil exponer la injusticia, la arbitrariedad, la inmoralidad y la irracionalidad de su propio gobierno”.
Así, desde los comienzos del hombre, se organizó y ha seguido adelante una antiquísima conspiración de los pocos contra los muchos, porque si los pocos no fabricaran tinieblas, no podrían conservar sometidos a los muchos.
La libertad es el arte de buscar la felicidad
Claude-Adrien Helvétius creía que “los hombres son esclavos de sus pasiones, son esclavos de sus propias costumbres, son esclavos de lealtades absurdas e irracionales”.
Habrá progreso si un número suficiente de hombres ilustrados, con voluntades resueltas y con una pasión desinteresada por mejorar la humanidad se dedican a promoverlo y les enseñan el arte de gobernar, pues el gobierno es indudablemente un arte: el arte de buscar la felicidad.
Nace la noción del hombre estadista conductor de una sociedad feliz. Así como un buen ingeniero debe tener buen conocimiento de las matemáticas, la mecánica, la física para construir puentes y ciudades, un hombre de estado “debe tener conocimiento considerable de antropología, sociología, y, en realidad, moral”, para construir los puentes de la libertad, de una feliz y próspera coexistencia.
Algunos “historiadores” [ideócratas] glorifican una pérfida educación, demonizando la colonización, hurtando unos de los elementos más ricos y espléndidos de nuestra identidad: el mestizaje. La lengua, la estructura cultural de la colonia que se mezcla con la cultura indígena, con sus creencias comunales, produciendo una inmensa potencia humana de elevadísimo respeto por la integración, la inclusión y la belleza ancestral que produce una sociedad más tolerante y libre. Que acepta más la diversidad.
«Relativizar la historia relativiza la libertad»
Sin duda, fue la Venezuela del siglo XX. Un hombre bien educado, un buen estadista, no solo lo demuestra por su respeto a la ley, sino a sus tradiciones y esencia cultural. Quien destruye la historia por satanizar el pasado desde una perspectiva actual o ideológica no es más que un hechicero de la verdad, de la libertad y de la identidad de los pueblos.
Berlin alertó que esta posición de relativizar la historia y la identidad, es relativizar la libertad. “Es como un trozo de barro en manos del alfarero, que puede moldearlo a su gusto”. Es una irresponsabilidad criminal concluir que el hombre es un ignorante, manipular la historia y ser engañado por malévolos.
Aquí apunta Berlin: “Nos vemos como animales, entrenados para buscar solo lo que nos es útil”. Bajo esa noción la destrucción de unos contra otros es inevitable.
El hombre debe elegir su historia porque la historia no elige a nadie. La historia solo se hace. Para Helvétius con el tiempo desaparece la noción misma de felicidad. Y desaparece porque también desaparece la libertad de hacer historia. Así, no hay espacio para moverse porque una felicidad donde el único valor es el miedo, no es felicidad, no es libertad, es dictadura.