De todas las ideas originadas durante el periodo que estoy estudiando [Seis conferencias de Isaiah Berlin dictadas por la BBC Londres-Radio, 1952, sobre libertad y pensadores clásicos siglos XVIII y XIX], Hegel tal vez sea el que mayor influencia ejerció en el pensamiento de sus contemporáneos.
Es una vasta mitología que tiene grandes capacidades de iluminar, así como grandes capacidades de oscurecer todo lo que toca. Berlín lo ha elegido a la par de Helvétius, Rousseau, Fichte, Saint Simon y Maistre, por ser Hegel sin duda, el más controversial, el más seguido, el más disruptivo; si acaso, el más profundo de la modernidad.
La sempiterna dialéctica
Con Georg Wilhelm Friedrich Hegel surge aquí una pregunta: “¿Cómo funciona en realidad el espíritu? ¿Cuál es el mecanismo, cuál es la pauta?” Para Hegel, “la dialéctica sólo tiene verdadero sentido en términos de pensamiento o de creación artística; y la aplica al universo porque piensa que en el universo se encuentra una especie de acto de pensamiento, o una especie de acto de autocreación; no existe nada más”
¿De qué manera funciona la dialéctica? Es una dinámica protológica o manera como analizar y adquirir conocimiento [base de la epistemología]. Es como funcionan las personas cuando tratan de descubrir las respuestas a preguntas. Colisión de ideas críticas donde la primera idea es llamada tesis, la segunda antítesis y la tercera síntesis.
Es la depuración de las ideas propias de la fenomenología del espíritu. Históricamente han existido ideas, réplicas, tesis y antítesis que habiendo tenido vigencia hoy, tienen un pasado muerto. Diría Nietzsche, es la transmutación, la transvaloración de los valores de su obra Gut un Böse [bueno y malo, de lo bueno al diablo]. De la tierra plana a la redonda, del cristianismo ortodoxo a la reforma, de la libertad del leviatán a la libertad en el sentido más puro del Berlin, como prístino derecho del hombre frente al Estado.
A veces la evolución ocurre en forma de actividades nacionales, a veces hay héroes individuales que personifican estos saltos: Alejandro Magno, César, Napoleón. Ciertamente estos personajes destruyeron mucho, causaron enormes sufrimientos. “Tal es la consecuencia inevitable de todo tipo de avance. A menos que haya fricción, no habrá progreso”, apuntó Hegel, Kant Mandevile y Vico. Berlín, refiriéndose a los hegelianismos, se pregunta: “¿Qué significa decir que la historia es un proceso racional?”.
Según Hegel, decir que un proceso es racional consiste en que cuando se capta lo que es, es la única forma en que realmente se puede comprender algo; es decir, una facultad a la que llama razón, que hace que cada proceso sea inevitable. No puede ocurrir de otra manera que como ocurre. ¿Era inevitable el ciclo histórico que vive Venezuela? ¿Racionalmente tiene una génesis y explicación? ¿Nada de lo vivido o mal vivido hubiese ocurrido si se hacía justicia?
Hegel nos invita a entender como actos propios de la clase media, grupales o individuales trascienden para que súbitamente queden atrás. De lo emocional y subjetivamente aceptado, pasamos a lo objetivo, a lo demostrativamente racional, por poderoso, inexorable, decisivo, concreto, que es lo que él llama lo “histórico universal”. Lo bueno es lo que trasciende universalmente. Y lo malo lo que vino, pero debe quedar atrás, como “pasado muerto”. Eso es la dialéctica.
De mártires a legisladores
Los mártires de una generación a menudo resultan los legisladores de la siguiente, y los legisladores en la víspera vuelven a ser mártires. La historia se escribe y decanta sobre fricciones dolorosas, pero necesarias, para llegar al valor universal. Ese valor universal, por ejemplo, es la libertad.
Por tanto, sentencia Hegel: “Aguardemos, pues solo será valioso aquello que la historia haga real. Un valor, a fin de cuentas, si queremos que sea real deberá ser objetivo, y “objetivo” significa aquello que el mundo intenta —la razón, la pauta universal— aquello que después aporta el mundo en el desarrollo irresistible, el desenvolvimiento del rollo, la marcha inexorable, lo que Hegel llama “la marcha de Dios a través del universo”.
La realidad no la define un hombre ni una circunstancia. La definen los hombres cuando determinan en su convivencia, un censo objetivo de lo bueno y lo malo, Dios o el diablo, el yo o el universo, con lo cual surge un desarrollo sostenible del pensamiento y de las ideas, que nos hace comprendernos, originariamente, naturalmente, oficiosamente, obedeciendo libremente.
Y como Berlín, mutatis mutandi, habría que preguntarse: ¿Hemos aprendido la lección? ¿Somos mártires de una época que nos hará legisladores? ¿Hemos sido absueltos de todo aquello que nos trajo aquí? ¿Cuál es el mecanismo?, ¿cuál es la pauta?, ¿y cuál es el método que nos hará libres? ¿Un hombre, una idea, un proyecto? ¿O la adopción de un pensamiento inclusivo, libertario por universal? Ese es el verdadero acto revolucionario y heroico que debemos lograr, responsablemente.
Pero eso no es lo que llamamos libertad, tal vez sea una forma de sabiduría, de comprensión, de lealtad, de felicidad o de santidad. La esencia de la libertad siempre ha estado en la capacidad de elegir como deseemos elegir, porque deseamos así elegir, sin coacciones, sin amenazas, no devorados por algún vasto sistema; y en el derecho a resistir, a ser impopular, a defender las propias convicciones simplemente porque son nuestras. “Ésta es la libertad verdadera, y sin ella no hay libertad de ninguna clase y ni siquiera la ilusión de ella”, sentencia Berlín citando a Hegel.