MIS TERRORES FAVORITOS Por Javier Sanz
La actualidad televisiva vista con el ojo vago de Leticia Sabater y comentada con la acidez propia de los estómagos de Falete y Kiko Rivera después de un atracón en la semana fantástica king-size de McDonald’s.
Cuentan las lenguas de vecindonas, esas que decía la copla, que cada vez que se le mentaba a don Antonio Ferrandis su papel de Chanquete en Verano Azul, este se ponía más tenso que una de esas mallas para sordomudos que luce, tarde sí tarde también, Belén Esteban en Sálvame. El actor valenciano torcía el labio más que Mari Trini cantando Yo no soy esa y era capaz de arrojarte los restos de una copiosa mariscada -de las que engullía con frecuencia- y soltar más exabruptos que Fernando Fernán Gómez de haber vivido en la era de la petición de selfies.
Ferrandis-Chanquete no consiguió matar al personaje ni cuando en 1982 formó parte del reparto de Volver a empezar y que se alzaba con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa bajo la batuta de Jose Luis Garci, ese director de un cine tan aburrido y desafinado como un doble CD de Rosa Benito y Chayo Mohedano.
Si dejamos el pleistoceno a un lado y nos trasladamos a nuestros días, dos actrices que adolecen de este síndrome chanquetero son sin duda alguna Carmen Machi-Aida y Antonia San Juan- Estella Reynolds. Si te presentas en casa de la ex de Mario Vargas Llosa con una pirámide de Ferrero Rocher se genera menos violencia que mentarle a estas dos a sus amados/detestados personajes.
Uno descubre que no consiguen arrancarse el fantasma de encima cuando ves que cada semana cambian de peinado con más frecuencia que Carmen Martinez-Bordiú de novio. Pero no hay color de tinte ni brushing que las despegue de sus papeles. Ellas querrían ser Conchita Velasco, levantarse los hábitos de Santa Teresa y ponerse a cantar La chica ye-ye y Mamá, quiero ser artista como si no hubiera un mañana. Pero, como en el caso de Ferrandis la cosa pinta mal, muy mal. Y eso les pone de peor humor que a La Veneno una goma del tanga dada de sí. En cambio, nunca escuché a la gran Florinda Chico renegar de sus papeles de eterna chacha del cine español. Quizás por eso ella trabajó hasta el final de sus días sin rencores y no acabó -como es fácil imaginar a más de una y uno- en plan Norma Desmond en El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder.
Pero el que anda más desubicado que Kiko Rivera en un restaurante vegano es Jorge Javier Vázquez. Él nunca quiso conformarse con ser el gafitas soso de Aquí hay tomate e intuía que estaba predestinado a ser el dueño de un cortijo mucho más grande: Sálvame. Pero el premio Ondas ya lleva tiempo empachado de tanto circo, sobre todo después de haberse hecho millonario gracias a entrevistas en profundidad a invitados heterosexuales del tipo: “¿Eres más de mortero o monedero”; o en el último polígrafo a una gran hermana: “Es cierto que después de defecar estás 15 minutos lavándote el culo con el dedo”.
El catalán quiere volar, entonar, escribir e interpretar con riesgo de pasarle lo que su amada Nacha Guevara cantaba en el espectáculo Nacha de Noche:
“Este muchacho
es un ser excepcional,
hace de todo
pero todo lo hace mal”
El personaje que dejó plantada en Antena3 a la mismísima Ana Rosa Quintana porque “lo pasaba fatal” y al que se le ponía una risita más nerviosa que a mi tía Carmen (menopáusica que se achispaba al mojar los labios en Anís del Mono) es ahora el que vende su vida privada por aburridos capítulos supuestamente literarios.
Ese muchachito de Badalona hoy confiesa que (a diferencia de Mari Tere y Terelu Campos, que son alérgicas al mundo chándal) él es ver a un veinteañero cani y arrinconarle en un pis pas contra una de las paredes de su gran mansión para comerle el pezón derecho a lo Fernando Esteso. No me lo invento. Lo cuenta sin pudor en su novela de cuyo título no quiero acordarme. Un libro que se vende muy bien pero que compran los mismos consumidores de Sálvame y de Qué tiempo tan ‘senil’, gente que se siente sola, muy sola… tanto como aquellas que escuchaban en la radio a doña Elena Francis y a Encarnita Sánchez.
La gente necesita ruido y gritos a su alrededor y el universo Sálvame les acompaña más horas que hijos, nietos, sobrinos y hermanos juntos. Solo confío en que esas yayas se limiten a comprar el libro de JJ firmado en el Corte Inglés de Goya pero que nunca abran una de sus páginas para no quedar más impactadas que Tita Cervera ante un cuadro de su nuera Blanca Cuesta.
Jorge, huyendo del encasillamiento y además de escribir, ha terminado haciendo versiones mamachicho de los éxitos televisivos noventeros de su odiada Isabel Gemio: Hay una carta para ti ha sido Hay una cosa que te quiero decir en Tele5 y Sorpresa, sorpresa, el Cambiame premium. Y en algo coinciden JJ y Gemio: el populacho cuanto más lejos mejor, que si se les arriman en exceso a besuquearles se cabrean más que la madre del fuet de Casa Tarradellas cuando se acaba. Menuda cutre la susodicha madre, la que monta por un espetec de dos euros viviendo en una masía como esa…
Bueno, que me voy del tema… Y comienza el declive de este hombre del Renacimiento anteriormente conocido como Mermerlada. Como su pelo es escaso y pobre, igual que el de Antonio Recio en La que se avecina, Vázquez ya no admite más injertos ni peinados así que ni corto ni perezoso ha empezado a hacer cosas raras, tan raras como la nueva cara de Camilo Sesto: ya nos atragantó las uvas ejecutando -gracias a su Escuela de la voz– la surrealista versión My way feat Isabel Pantoja. Y ahora, cuando se ha visto ‘preparado’ se ha subido a escenarios teatrales básicamente para recibir las críticas más demoloderas que dejarán a Leticia Sabater, con su versión del musical Frozen, como una auténtica Margarita Xirgu.
El dueño del cortijo está triste, enfadado, le asquea lo que hace y se le nota tanto como sus innumerables retoques faciales (claro homenaje al Museo de cera de Madrid). Se le siente y presiente tan incómodo como un tronista de Mujeres y hombres y ‘Biceps-berzas’ en la Biblioteca Nacional. Le caen sopapos desde todos los frentes, le quitan programas que no tienen la audiencia esperada, le sientan con Paquirrín para salvar la guerra nocturna de los viernes con Tu cara me suena y encima Sálvame de día y de noche, de naranja y de limón, sigue funcionando pese a presentarlo Paz Padilla o incluso la mismísma Jata Patiño. Lo malo es que cada vez tienen que andar escarbando en cloacas más irrespirables y al filo de la legalidad con asuntos tan espinosos como la entrevista a la supuesta madre biológica de Chabelita.
El éxito que le desbordó y enriqueció por trabajos similares, y que ahora aborrece, le empieza a ser esquivo y saca su peor cara, la de pequeño dictador que él mismo reconoce. Ya no hay carroza de la fashion orgullo week gay de Madrid con barra libre que le anime.
Y es que ya lo dijo Oscar Wilde ¿o fue el filósofo Jaime Ostos en Tómbola?: “Un tonto nunca se repone de un éxito”. El novelista y dramaturgo suizo Max Frisch fue más allá y mucho más cruel: «El éxito no transforma a las personas, solo las desenmascara». Pues eso.