Últimamente he estado reflexionando mucho sobre la forma en que enseñamos ciencias en la escuela y sobre si tenemos el equilibrio adecuado entre atender a esos niños que se convertirán en los científicos e ingenieros del futuro y aquellos que creen que no tienen una aptitud para la ciencia o, simplemente, están más interesados en otras materias.
La cuestión va más allá de qué temas científicos deberíamos enseñar y con qué profundidad. Lo que más me preocupa es la obsesión por hacer que los niños memoricen “hechos” científicos y si esto es en lo que deberíamos centrarnos. Quizás dedicar más tiempo a aprender cómo “hacemos” ciencia –lo que se llama el método científico– sea más valioso que simplemente “saber” cosas.
Después de todo, la ciencia no es una colección de hechos sobre el mundo. Eso se llama «conocimiento». La ciencia, en cambio, es un proceso: una forma de pensar y dar sentido al mundo que conducirá a nuevos conocimientos. Una distinción muy importante.
No es un asunto de temas de estudio
A menudo escuchamos que deberíamos enseñar a los niños no qué pensar sino cómo pensar. Este es un supuesto admirable, pero ¿qué significaría en la práctica?
¿Por qué dedicar tanto tiempo del plan de estudios de ciencias a llenar el cerebro de los niños con datos sobre el mundo que de todos modos pueden consultar? ¿No sería más útil enseñarles cómo encontrar conocimientos científicos fiables (lo que hoy en día inevitablemente significa estar en línea y no en libros) y cómo evaluar, analizar críticamente y absorber esos conocimientos cuando sea necesario?
No tengo ninguna duda de que quienes desarrollan el currículo científico de las escuelas, y probablemente algunos profesores, se opondrían a esta idea. Después de todo, no soy un pedagogo profesional. Podrían argumentar que todavía tenemos que enseñar los aspectos prácticos científicos, especialmente a los que terminarán estudiando en la universidad y continuarán con la ciencia como profesión. Por ejemplo, fórmulas químicas, los huesos del cuerpo humano, la ley de gravitación de Newton, la electricidad y el magnetismo, etc.
¿Y qué pasa con el resto de la sociedad?
Sin duda, todo el mundo necesita unos conocimientos científicos básicos. Digamos, de historia o literatura, algo de ciencia. Datos que nos ayuden a tomar decisiones informadas en nuestra vida cotidiana, desde qué precauciones tomar durante una pandemia hasta los riesgos de vapear, los beneficios de usar hilo dental o por qué reciclar nuestros residuos es bueno para el planeta.
Una sociedad científicamente alfabetizada puede ver el mundo con mayor claridad y tomar decisiones más acertadas sobre los asuntos importantes que nos afectan a todos. Sin embargo, lo que parece faltar hoy es una comprensión de la forma en que obtenemos ese conocimiento científico del mundo.
La ciencia nos hace mejores humanos
Adoptar el método científico nos ayudaría a ser más tolerantes y menos polarizados en nuestras opiniones (a estar en desacuerdo sin ser desagradables), especialmente en las redes. Nadie puede negar, con la mano en el corazón, que Internet es un invento maravilloso que ha transformado por completo nuestras vidas en las últimas tres décadas.
Incluso, las redes sociales, el chivo expiatorio más fácil de todos los males de la sociedad, han desempeñado un papel vital en la difusión y democratización de la información. Sin embargo, demasiadas personas no las utilizan como una herramienta útil, sino como un medio para expresar opiniones mal informadas, a menudo tóxicas, y para difundir desinformación.
Internet y las redes sociales en realidad han amplificado los problemas sociales que siempre nos han acompañado. Mientras que nuestra capacidad de atención es inevitablemente cada vez menor y no nos tomamos el tiempo para cuestionarnos los prejuicios. Aquí es donde el pensamiento científico puede ayudar.
Más que interpretar ecuaciones, admitir los errores
No me refiero a ser capaz de manipular ecuaciones o interpretar estadísticas complejas, sino a adoptar algunas de las formas en que se practica la buena ciencia: evaluar críticamente lo que creemos y examinar la confiabilidad de la evidencia; cuestionar nuestros prejuicios antes de atacar puntos de vista que no nos gustan; y estar preparados para admitir nuestros errores y cambiar de opinión a la luz de nuevas pruebas. Es lo que deberíamos enseñar más en las escuelas
Necesitamos popularizar mejores habilidades de pensamiento crítico, mejor alfabetización informacional (comprensión de los datos), y a prender cómo afrontar la complejidad y cómo evaluar la incertidumbre (para mantener una mente abierta sobre la información de la que sólo disponemos parcialmente).
Todas estas habilidades son parte del enfoque científico. Una extraordinaria forma de ver, pensar y conocer que es una de las grandes riquezas de la humanidad y un derecho de todos. Lo más maravilloso es que su calidad y valor crecen más cuanto más se comparten.
Esperar cualquier tipo de revisión o reevaluación radical de lo que se enseña en la escuela –dado lo disruptivo y lento que puede ser para muchos maestros incluso unos pequeños retoques en el programa de estudios– o pedirle a la sociedad en general que adopte una forma de pensar más racional, sería probablemente pedir demasiado.
No quedarse de brazos cruzados
Pero tenemos que hacer algo. La humanidad creó el método científico para darle sentido a un confuso universo físico. Pero puede resultar fortalecedor y liberador en nuestro universo de asuntos humanos, cada vez más complejo y confuso, adoptar algunas de las lecciones de cómo progresamos en la ciencia.
Pensar científicamente es mucho más que simplemente saber cosas. Nos da una manera de ver el mundo más allá de nuestros sentidos limitados, más allá de nuestros prejuicios y preferencias, más allá de nuestros miedos, inseguridades, ignorancia y debilidades.
Jim Al-Khalili es físico teórico, locutor y autor del libro The Joy of Science.
The Guardian/ Traducción Cambio16