Ghana, en el centro de la costa occidental de África, es uno de los últimos países del mundo que todavía tiene arraigado en su cultura y estilo de vida, a la brujería. A pesar del trato despiadado y cruel que le dan a las mujeres que son acusadas de practicarla.
Las creencias sobre la brujería están profundamente enraizadas en la cultura ghanesa y se remontan a cientos de años antes de que los poderes coloniales del país estuvieran presentes. Creencias que han sido transculturizadas a los países de América. Hoy continúa influyendo en las acciones y las formas de vida a través de las acusaciones y el miedo en torno a la brujería. Las incriminaciones se dirigen casi siempre contra las mujeres. Con un importante y marcado sesgo de violencia. Muchas de las delaciones terminan en asesinatos y ejecuciones públicas.
Las percepciones sobre la brujería cambian de una región a otra dentro de Ghana, con el rasgo común de que no es algo para tomarse a la ligera. La noticia se propaga rápidamente si hay rumores de que alguna mujer lo practica. Existen campamentos de reclusión. Y las víctimas son acusadas y retenidas en esas aldeas, muchas veces de manera perpetua, por comentarios de vecinos o señalamientos infundados. Carentes de pruebas.
Algunos cargos surgen para que la tierra que poseían pueda ser robada. Otras veces se condena a las mujeres con discapacidad psíquica o física. El sexismo virulento, la discriminación por edad o los celos personales suelen formar parte de estas acusaciones. Su sustento puede incluir cortar leña para los jefes locales y recolectar los alimentos desechados por ellos.
Mujeres aisladas y enfermas se han envejecido en esos nichos de prisión. Aunque sin rejas, viven a la sombra de sus familias y amigos.
Se paga duro la brujería en Ghana
Dentro de Ghana, el tema de la brujería y las brujas se ha extendido a todos los estratos sociales y aparece como un argumento en los programas de televisión. Pero los medios ghaneses también han pedido que se ponga fin a la perpetuación de la falsa creencia en la brujería. Y han abogado por reingresar a estas mujeres acusadas en la sociedad en general.
En el verano de 2021, Akuah Denteh de 90 años, fue asesinada tras una acusación de este tipo. Un editorial del Ghanaian Times declaró: «El linchamiento de Akua Denteh, aunque desgarrador y condenable, nos brinda una oportunidad única para tomar la audaz decisión de cerrar todos los tales lugares (campamentos). Liberar a todas las mujeres que han sido tildadas de brujas y de hecho dicen ‘no más campamentos de brujas'».
Sin embargo los cambios son lentos, a veces silentes.
Hace 40 o 50 años, rara vez una mujer acusada de ser bruja se quedaba toda la vida en uno de estos campos. Pero en las últimas décadas, el número de habitantes de los seis poblados de Ghana en los que viven retenidas se ha disparado.
Según John Azumah, director de The Sanneh Institute —una organización católica que ayuda a las mujeres internadas—, dos factores han agravado el fenómeno. Por una parte, reseñó El País, han proliferado pastores y predicadores que se jactan de poder detectar brujería por doquier. Por otra, cada vez más mujeres se rebelan contra el rol que la tradición les reserva. “Algunas conquistan su independencia económica, alzan su voz y desafían el orden social. Hay hombres que se sienten amenazados y optan por acusarlas de ser brujas”, subrayó.
Acabar con los excesos culturales
La Constitución de Ghana de 1992 establece que “todas las prácticas consuetudinarias que deshumanizan o dañan el bienestar físico y mental de una persona, están prohibidas”. Además Ghana ha firmado convenios que respaldan este derecho como la Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos (CADHP). Y la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW).
La oposición al gobierno se basa en este artículo para impulsar una ley que aspira a proteger a las mujeres y castigar a sus acusadores, dijo Xavier Sosu. Diputado del Congreso Nacional Democrático (socialdemócrata). “Las prácticas que entren en conflicto con los derechos básicos deben prohibirse. Hay que acabar con eso que yo llamo excesos culturales”.
Este político defiende los derechos humanos y es uno de los máximos impulsores de esta propuesta de ley. El texto criminalizará a quienes señalen como bruja a una mujer y que aspira a conciliar las creencias ancestrales con el respeto del otro. “Uno puede tener la creencia que considere, pero si esa creencia se utiliza en detrimento de otra persona, debería tener problemas con la ley”, resume Sosu. Además, la norma desea garantizar el bienestar y la seguridad de las mujeres que recobren su libertad al cerrarse estos campos.
El diputado confía en que la ley quede aprobada este año. Su votación, entrada en vigor y aplicación tensará la cuerda de la democracia en Ghana. Y será una lucha a brazo partido entre los sectores más reaccionarios y el pujante activismo ghanés. “Muchos diputados, sobre todo del norte, se opondrán a la ley”, indicó a El País.
Un pollo determina si una mujer es bruja o no
Porque estas creencias desarrolladas sobre la brujería llevan ancladas muchas generaciones en Ghana. Y cuesta entender, en una corta visita a Gushegu y Gnani, los vericuetos que lo rigen. Azumah detalla, entre el sarcasmo y la indignación, cómo se realiza la prueba que se determina finalmente si una mujer es bruja. La mujer compra un pollo y se lo lleva al curandero del poblado, quien decapita al animal y espera el resultado. Si el pollo muere boca arriba, la mujer es bruja. En caso contrario, está limpia de espíritus malignos. “50 por ciento de posibilidades”, añade.
En realidad, poco importa en qué postura termine el pollo. La última palabra la tienen los jefes locales, que son figuras muy respetadas en Ghana, con cargos vitalicios y hereditarios. Si ellos salieran en defensa de las mujeres acusadas, buena parte del problema quedaría resuelto de golpe, pero por ahora, guardan silencio y dejan hacer.
La pobreza y marginación privan en esos campamentos. Cuenta el político opositor que allí impera un sistema de opresión psicológica, de una “cárcel mental” en la que el miedo construye muros imaginarios. En apariencia, los campos se asemejan a un poblado típico del norte de Ghana.
Sus moradoras podrían echar a andar en busca de su libertad y, si no lo hacen, es porque tienen edad avanzada. Son analfabetas y no atisban un porvenir en otro lugar que no sea su hogar, que les está vetado. Y también porque los chamanes las disuaden mediante hipotéticos maleficios.
La presión política interna, de los medios de comunicación y de organizaciones religiosas y de derechos humanos, podrían cambiar esta dura realidad que resulta impensable en 2023.