Un sorprendente e inexplorado mundo, algo sórdido y misterioso yace en las ultraprofundidades de los mares, se le conoce como la zona crepuscular oceánica. Los científicos han identificado una impresionante y abundante fauna marina con una presencia destacada del pez linterna, en cuya ruta vital puede ayudar al planeta como receptor de carbono.
En el verano de 1942, en los mares agitados frente a la costa de San Diego, California, un grupo de científicos a bordo del USS Jasper adelantaba una investigación centrada en el zooplancton y otros organismos pequeños. De pronto, las ondas sonoras en las profundidades revelaron un fenómeno desconcertante: por donde se movilizaba el barco, el sonar detectaba una masa casi tan sólida como el fondo marino. Es la impenetrable zona crepuscular oceánica donde no llega la luz del sol.
Está tan por debajo de la superficie en los mares que la vida transcurre completamente a oscuras. Por ello, un ecosistema que parece traído de otro mundo, se desarrolla mayormente en silencio. Animales con luces integradas. Peces ciegos con fauces que parecen desproporcionales a su tamaño. Especies minúsculas que integran un ecosistema microscópico. Todos ellos integran este reino de sombras.
La zona crepuscular oceánica – conocida también como zona mesopelágica- se encuentra de 200 a 1.000 metros por debajo de la superficie. Ha desarrollado su propia bioquímica y ecosistemas, como si se tratara de una biosfera completamente diferente a la que se encuentra bajo la influencia del sol.
La inexplorada zona crepuscular oceánica
En las profundidades del mar, se almacenan entre 2 y 6 mil millones de toneladas de carbón al año. Comparativamente, señala Woods Hole Oceanographic Institution en su sitio en internet, esta cantidad es “6 veces la magnitud de emisiones que producen los coches en todo el mundo”. Por ello, según los registros de la institución, la zona crepuscular oceánica se entiende como una cápsula de gases de efecto invernadero.
Además, esta región en los océanos contiene 10 veces más animales marinos que los que proliferan en la superficie, reseña National Greographic. También se puede entender como un banco de alimentos para otras especies que habitan los mares. A pesar de que contiene esta riqueza, y es uno de los ejes primordiales en la regulación de la temperatura global, se conoce muy poco sobre esta zona.
Los investigadores intentan ahora precisar la cantidad de carbono marina que los peces de uno de los ecosistemas más inexplorados del planeta transportan desde la superficie del océano hasta las profundidades marinas. La inaccesibilidad de estos peces hace que este trabajo sea más difícil, pero no deja de ser urgente. El progreso tecnológico que hace posible estudiar los peces mesopelágicos está haciendo más atractiva su captura. Incluso cuando el cambio climático amenaza con remodelar el ecosistema.
En 1932, el naturalista estadounidense William Beebe se propuso explorar este ecosistema, recuerda Hakai Magazine, una web dedicada a la ciencia costera, la ecología y las comunidades. Cuenta que sus recorridos iniciales en la excursión se vieron empañados por varios percances. Pero Beebe, que operaba entusiasmado, finalmente llegó a profundidades de más de 700 metros. Allí fue recompensado al visualizar peces de aproximadamente dos metros de largo, con colmillos «iluminados por mocos o por luces internas indirectas». Y un rape coronado con tres tentáculos con puntas luminosas. Un mundo alucinante.
Esperanzas en la migración vertical
Aún así, lo que podría ser más notable acerca de los peces mesopelágicos no es lo que son, sino lo que hacen, detalla la publicación.
Cada día, muchas especies de peces mesopelágicos participan en la mayor migración regular del planeta. En este proceso, llamado migración vertical, animales como el pez linterna (uno de los más abundantes de peces mesopelágicos) se mueven mucho para sobrevivir. Desde las aguas profundas, donde están protegidos de los depredadores durante el día, a la superficie, donde se alimentan durante la noche. Un viaje dentro de la zona crepuscular oceánica de hasta un kilómetro para criaturas cuyos cuerpos del tamaño de un iPhone. Y están ocupados principalmente por órganos productores de luz y grandes ojos redondos.
Una vez en la superficie, los peces recogen carbono al comer zooplancton, que a su vez consume pequeños organismos llamados fitoplancton, que absorben dióxido de carbono mediante la fotosíntesis. Luego, los peces transportan ese carbono a las profundidades donde lo respiran o lo excretan. Cuanto más profundo sucede esto, más tiempo permanece encerrado el carbono. Esta transformación de dióxido de carbono en carbono de las profundidades del océano es parte de la bomba biológica de carbono. El mecanismo que contribuye a la capacidad del océano para absorber el 25% de todas las emisiones globales de carbono.
Entender el papel de los peces mesopelágicos en este ciclo (que hasta hace poco no se había estudiado relativamente) es complicado. Sobre todo porque es difícil decir cuántos peces mesopelágicos hay realmente.
Santiago Hernández-León, oceanógrafo biológico del Instituto de Oceanografía y Cambio Global de las Islas Canarias, frente a la costa de España, ha estado luchando con este problema durante décadas.
En 2010, participó en un viaje de investigación liderado por españoles llamado Expedición de Circunnavegación Malaspina.
El potencial del hábitat mesopelágico
A lo largo de aproximadamente 60.000 kilómetros, los investigadores observaron la zona crepuscular oceánica utilizando ecosondas. Hasta ese momento, la mayoría de las estimaciones de peces mesopelágicos (medidos como biomasa) se realizaron utilizando redes. E indicaron un ecosistema escasamente poblado.
Pero las observaciones acústicas de la expedición Malaspina revelaron que esas estimaciones eran un gran error de cálculo. La biomasa de peces mesopelágicos no era de mil millones de toneladas, como se pensaba anteriormente, sino de 10 mil millones de toneladas o más. Esto representa alrededor del 90% de toda la biomasa de peces en el océano.
La mayor parte del hábitat mesopelágico se encuentra en alta mar, más allá de las fronteras de cualquier nación. Como señala Amanda Schadeberg, candidata a doctorado en la Universidad e Investigación de Wageningen en los Países Bajos, en ausencia de una jurisdicción nacional o de usuarios tradicionales. Por tanto, las determinaciones de los científicos sobre cuántos peces mesopelágicos hay y cuánto carbono están secuestrando, podría dar forma a la política global.
Esto incluye cuestiones sobre cómo equilibrar la seguridad alimentaria que podría reforzarse mediante la captura de peces mesopelágicos con la necesidad de mitigar el cambio climático. Y el papel de los peces en el ecosistema, o cómo asignar un valor en dólares al potencial de secuestro de carbono de estos peces. Sin embargo, la ausencia de jurisdicción nacional también aumenta el riesgo de consecuencias no deseadas de actividades como la pesca.
Algunos científicos dicen que el interés en el mesopelágico corre el riesgo de ser una distracción. Incluso de la necesidad de reducir las emisiones actuales que ya están enviando tanto dióxido de carbono al océano.
Interpretando los signos de la naturaleza
También el interés en el mesopelágico tiene el potencial de sesgar las prioridades de otra manera, dice Schadeberg, ya que la investigación mesopelágica es costosa. Y está dominada por científicos de países ricos. Lo que significa que un pequeño grupo de personas tiene el potencial de dar forma a decisiones que tienen consecuencias para todo el planeta.
Aun así, advierte Hakai Magazine, el mesopelágico también puede contener una lección sobre el valor de la humildad. No hace mucho tiempo, la zona crepuscular oceánica se consideraba relativamente desprovista de vida. Una mirada más cercana a esta parte del océano demuestra cuán profundamente falso es esto. Sin saberlo, los peces pequeños que viajan largas distancias pueden estar ayudando a mantener el planeta habitable. Lo mínimo que podemos hacer para devolver el favor es aceptar cuánto queda por aprender.