Por Patricia Matey | Ilustración: Cinta Arribas
30/04/2016
sted también busca ser feliz? ¿Y dónde escarba? Sólo existe un lugar: la salud emocional, la que habita detrás del espejo donde cada día se mira. Sigue siendo una asignatura pendiente para buena parte de los españoles, pese a que superarla está al alcance de la mano de cualquiera que persiga una vida lo más plena posible. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud emocional se define “como un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad”. Y en ella se engloban tres aspectos fundamentales: el físico, el mental y el social.
Para José Luis Carrasco, catedrático de Psiquiatría de la Universidad Complutense y director de la Unidad de Personalidad y Comportamiento del Hospital Ruber Internacional de Madrid, “este concepto incluye aspectos distintos y variados y depende de factores biológicos, psicológicos y sociales. Pero podría también resumirse en algo tan simple como ‘sentirse bien con uno mismo y con el mundo que nos rodea’. Y eso no es algo que se consiga sólo mediante el bienestar económico, el halago de los demás o cualquiera de los incentivos hedonistas e individualistas que presiden nuestra visión actual de la vida”.
Es un concepto, insiste, “controvertido porque cada persona lo entiende de forma diferente. Para muchos, consiste en evitar el estrés y los conflictos, lo que puede acarrear actitudes egoístas e insensibles. Para otros, está más relacionado con la defensa de la autoestima y la consecución del reconocimiento de los demás. En ambos casos se asocia a evitar el malestar, lo que es un error”.
Porque “la salud emocional combina las dimensiones de bienestar y de resiliencia. Bienestar como principio bio-psicológico al que se aspira y resiliencia, como la capacidad para soportar la ausencia de bienestar sin perder el equilibrio. Esta última aumenta con la tolerancia a la frustración y con la capacidad para interaccionar con el entorno y, sin duda, con la posesión de valores y creencias sólidas que sirven de guía emocional”, opina el experto.
Los cimientos: infancia y adolescencia
Para encontrarse bien con uno mismo “primero hay que conocer-se, aceptarse y crecer y mejorar cada día. El crecimiento que genera salud emocional es aquel que deriva del esfuerzo, del trayecto vital y de la sabiduría acumulada. Y para que la autoaceptación sea posible es necesario que durante la infancia y la adolescencia se produzca una alimentación básica de la autoestima y de la identidad. Ambas van a crecer a partir de la mirada atenta y cálida de los padres y de la transmisión, a través del ejemplo, de valores personales con los que sentirse identificado”, asegura José Luis Carrasco.
El especialista destaca que las vivencias de la pubertad son determinantes para la vida adulta: “Depende en gran medida del desarrollo adecuado de la personalidad, entendido como el crecimiento de la persona mediante la consolidación de la autoimagen y la consecución del equilibrio entre sus necesidades y las de los demás. Los daños en este desarrollo, que se producen en los primeros años de vida y en la adolescencia, afectarán de forma grave a la salud emocional en la vida adulta”, recalca el doctor del Hospital Ruber Internacional que defiende que “el acoso o el desprecio en la edad escolar tan comunes actualmente están en la base de muchos de los problemas de salud emocional y mental de los años posteriores”.
José Antonio Sande, de la Asociación de Profesionales y Autónomos de las Terapias Naturales, lo corrobora: “Desde la Antigüedad se sabe que la mente, las emociones, la energía vital y el cuerpo son cuatro dimensiones o planos del ser humano que permanecen conectados e interactúan. Numerosas investigaciones científicas de los últimos 20 años corroboran que emociones y sentimientos influyen de manera determinante en la salud integral de las personas, lo que lleva a concebir la salud emocional como un aspecto fundamental para una vida sana”.
Ya no se trata, insiste, “de actuar sobre la salud cuando ésta se ha perdido, sino de mantenerse sanos a través de cambios de hábitos alimenticios, actividad física y adecuada gestión de las emociones”.
Haciendo caso de la máxima médica “más vale prevenir que curar, ello sería mucho mayor en nuestra sociedad si se abordase a través de una adecuada educación emocional. Lo que implica saber vivir y gestionar las emociones y sentimientos de manera natural y sana, sin las ideas incoherentes que tradicionalmente se plantean sobre su naturaleza y función. Salud y educación emocional son dos factores fundamentales de una buena salud tanto a nivel social como individual”, asegura el experto.