Por Orlando Viera-Blanco/@ovierablanco
Embajador de Venezuela en Canadá
«Ser embajador de Venezuela es un gran honor, un gran compromiso y también un legítimo sufrimiento. No representamos un país en condiciones normales. Somos voceros del dolor de la gran mayoría de nuestros coterráneos».
La realidad política venezolana no puede separarse de su realidad cultural. Explicar posibles desenlaces es recordar aspectos de orden grupal que nos condujeron a esta crisis. Cuando intentamos buscar razones por las cuales aún no superamos esta pesadilla no es necesario cabalgar tan atrás en la historia. Basta revisar actitudes recientes.
Ser embajador
No es fácil en estos días ser venezolano y ciudadano a la vez. Lo primero jamás se abandona pero lo segundo [ciudadano] lo agrede, lo arrolla. ¿Cómo perder la condición de ciudadano sin perder la nacional? Ese es nuestro drama. Esa es la lucha. Recuperar nuestra ciudadanía para restaurar el sentido de la venezolanidad.
Ser embajador de Venezuela es un gran honor, un gran compromiso y también un legítimo sufrimiento, porque no representamos un país en condiciones normales. Somos voceros del dolor de la gran mayoría de nuestros coterráneos. Y ello nos exige mucho más de lo que contempla la Convención de Viena. Así lo hemos asumido. Así vamos por el mundo. Con la bandera de Venezuela y la de los DDHH, que no tienen frontera. Acostumbro en reuniones de protocolo no sólo hablar como diplomático sino como nacional; como padre, como hijo y ciudadano del mundo, que le ha tocado vivir fuera de un país saqueado y devastado. Esta licencia me permite describir con pasión y emergencia la tragedia venezolana, instando soluciones urgentes.
Recientemente participé en una mesa de trabajo uno a uno. Asistieron embajadores de Europa y Latinoamérica. Propicia la ocasión para explicar -apelando a realidades aterradoras- en qué consiste la crisis humanitaria compleja venezolana. Niños de la calle, hijos de la patria, en Bogotá, Lima o Medellín, pidiendo limosna, impulsados al crimen. Así lo manifestó el Centro de Ayuda de Venezolanos de Bogotá. Niñas, quiero decir, menores de edad, atrapadas en el celestinaje, en la eroticidad infantil, vendiendo su pudor -si acaso su virginidad- por nada. Esas imágenes me impedían hablar. El dolor produjo un nudo en mi pecho, me lanzó al cieno de la indignación…
Una crisis tanto horrenda como bochornosa que no merece pueblo alguno en el planeta. Mientras los tiempos de la diplomacia deshojan margaritas buscando salidas, lo cierto es que la descomposición material, moral, humanitaria y social de mi país llega a niveles inconcebibles en pleno siglo XXI. Es hora de ajustar el orden público internacional a los tiempos [que no esperan] de la desgracia y miseria humana en Venezuela.
Emerge la intemperancia
De pronto nos piden explicar cuál es la situación interna en Venezuela en cuanto a las fuerzas políticas disidentes, cómo está la gente. ¿Hay unidad? Contra un régimen manifiestamente autoritario la diplomacia no espera divisiones internas. Me preguntan: “¿Todos respaldan al Presidente Interino?”. Me tomo una pausa para responder…
“Nuestro país está sufriendo el peor deterioro humano de su historia. Más de 4 millones de venezolanos se han ido y el contador en marcha. Jamás había sucedido algo así en Latinoamérica. Es natural que a lo interno existan profundas frustraciones que provocan contradicciones en el entendimiento interno. La desesperación, la indignación, la impotencia e incluso la confianza, lamentablemente son aderezadas por la intemperancia y la irracionalidad. ¿Cuándo la humanidad no ha reaccionado de ese modo ante tanta barbarie?”.
Y agregamos: “Somos un pueblo indefenso, pacífico, sin otro medio para contener los abusos y la represión del régimen, que nuestro ADN democrático, nuestra historia ejemplar y nuestros aliados internacionales. Nuestras convicciones, nuestros compromisos siguen intactos. El pueblo no se rinde y su líder se mantiene firme encarando riesgos y muchas limitaciones…”.
Lo anterior es bueno compartirlo porque vemos como lavar los trapos sucios fuera de casa, es un monje harapiento que en tiempos globales, salpica [retumba diría] en cualquier rincón del mundo… Bajemos los tonos. La intemperancia resta y divide. Ni suma ni multiplica.
Los cargos diplomáticos están ocupados por personas sumamente calificadas con una estructura y background muy sólido y eficiente en lo político, que para nada desdice del carácter necesario para situaciones complejas e incluso violentas como la nuestra. Y es demostrando cohesión y capacidad de consenso frente a ellos como conservamos de manera igualmente sólida, sus respaldos.
Denigrar de nosotros mismos, descalificar o desafiar de manera desenfada a quien defiende una causa superior que es la libertad y la democracia, es perder credibilidad con nuestros propios aliados. Si queremos que las instancias internacionales intervengan con la contundencia que deseamos lo primero es demostrar la contundencia de la prudencia. La intemperancia nunca fue buena consejera…
Calma y cordura
Es preciso comprender que el presidente Juan Guaidó enfrente importantes desafíos que aún gozan del fuerte y mayoritario respaldo popular. Taladrar la unidad y ese respaldo es inmolarnos nosotros mismos. Son tiempos de desenlaces que demandan temperancia, pliegue y solidaridad.
Nuestras alianzas marcarán la pauta y la diferencia. Tengamos la sabiduría y la nobleza de conservarlas. Calma y cordura decía López… hombre clave de transición histórica de la dictadura a la democracia.
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