Orlando Viera-Blanco/ Embajador de Venezuela en Canadá
«Descansa en paz guerrero que igual te seguiré esperando para que el día que toque me recojas después de la jornada, sonriendo firme y alegremente. Adiós, papá».
Sabía que llegaría el momento. La vida es así. Un ciclo de alegrías y sufrimientos. Nacer, crecer, vivir y morir. El cabalgar de papá (Dr. Orlando Viera Acosta) por esta vida ha sido épico. Siempre quise ser como papá, y aunque nunca llegaré a serlo, si conservaré el orgullo de tener la cepa de su linaje, su carácter y fortaleza…
Mi héroe favorito
Cuantos recuerdos embargan mi dolor y mi orgullo. Porque su ausencia ahora es imagen continua de sus enseñanzas y ejemplos. De papá recibí protección, seguridad, educación. De niño esperaba a papá con emoción para que me buscara al colegio. Casi siempre venían las mamás a recoger a sus críos. Pero al principio lo hizo él. Aparecía de repente en el salón con una hermosa sonrisa pretendiendo ser un héroe que venía a rescatar a su escudero para emprender una hazaña. !Y lo era! Del colegio pasábamos a una librería, se llevaba un libro para él, alguna revista para mamá y un matchbox para mi…
Después a fajarse con el portugués a comprar pan y leche y seguir al ambulatorio Del Valle a ver pacientes. Mientras los atendía yo esperaba en el pasillo entre enfermeras, estudiantes y otros niños. Después seguíamos camino a ver más pacientes a domicilio. Mis miedos a la nocturnidad y las barriadas lo compensaba su pisada firme y desafiante; frente erguida y arriba, mano sujeta a la mía con fuerza y determinación. Íbamos de Eucaliptos a los Jardines o al barrio San Andrés, sin horario. Y regresábamos entre gallos y medianoche, con morrocoyes, dulces o empanadas que le obsequiaban como forma «de pago»….
De esas andanzas interminables aprendí la humildad y bondad de nuestra gente. Un gran sentido de gratitud pero advertido de la grandeza de su vocación humanitaria. Papá abrazaba con distancia y con fuerza a la vez que representa afecto y respeto en un mismo plano. Crecí además con esa autoridad y afán madrugador indeclinable… Estudiar y trabajar duro siempre fue una misión ejemplar de vida. Amar y cuidar a la familia es su obligación sagrada y defenderla podía demandar tu vida. Valores que nos asisten a los venezolanos y que aprendimos mis hermanas y yo con ejemplos inagotables. Papá era quien preparaba el café aún sin amanecer. Preparaba cátedra (sus diapositivas) sábados y domingos. Lavaba y pulía su carro espartanamente para reposar escuchando a Leo Marín, los Panchos, Pedro Vargas Cabrera, Gardel o Sadel (su favorito).
Papá era un bolerista empedernido gracias a los discos que siempre le obsequió uno de sus mejores amigos, Antonio Segura. Vestía de paltó y corbata tanto para ir al clínico Universitario a dar cátedra como para ir al cine, pero de pronto se ataviaba de camiseta y bermudas para pintar la casa o reparar cualquier goteo o cable suelto. Eso sí. Al toque del ring del teléfono si era un paciente, el Roble volvía a la calle. Cuanto ejemplo y cabalidad no sale de tanto andar.
Mi gran maestro….
No soy el hombre que he sido si no hubiese sido el niño que fui (Albert Camus). Con mamá y papá he tenido todas las respuestas a todas las preguntas. Y así la vida ha corrido -diría el Dr. Viera- fluidamente.
Mis mejores consejos me los han dado ellos. Desde cómo jugar pelota, tratar a una novia o figurar en lo académico o profesional. No hubiese tenido la familia que he sembrado, la trayectoria profesional ni los logros personales si no hubiese mediado el sano consejo del Dr. Orlando Viera-Acosta.
“Apunta con el hombro, asegúrala con la dos manos, no le quites la cara, lanza por el medio”, me gritaba desde las gradas. Lava el carro, lustra tu zapatos, levántate y haz la cama (que tu mamá no puede sola)», acompañaba el toque de diana de cada mañana. “Paga tus deudas, da la cara, no des la espalda, sé puntual», era la terna de un buen ciudadano. Y ante el bullying, la ofensa o la violencia decía: “hijo la camorra no es buena consejera pero si le tocan donde no es o le hablan en tono inapropiado, pues nada, !no se agache!”
Papá no se ha ido. Cada día me parezco más a papá. Lo tengo presente en cada paso que doy. Cada gesto es una imagen de su desplazamiento. Cada segundo es un viaje al pasado donde recuerdo sus felices andanzas con sus mejores amigos Vallerugo, Filipo, Silverio, Berroeta o el Dr. Gómez…
Así te seguiremos recordando tus brazos esos que me rescataron de mi primera caída de un árbol; tus piernas sobre las cuales manejé tu primer carro y tus manos que tantas vidas salvaron. Hermosísimas manos como las llenas de barro del alfarero que tanta humildad, destreza y gracia reflejaban tu alma buena y decente…
Fuiste como los personajes de tus libros favoritos, los miserables de Víctor Hugo, El Quijote de Cervantes y la Guerra y La Paz de Tolstoy. Del primero tu integridad como la de Jean Valjean y la rigidez como la de Javert. Del segundo tu nobleza Quijotesca y tu lealtad como la de Sancho y del tercero tu amor y pasión por mamá, como el de Platón Karataev por la bella Natasha Rostova…
Vuela alto padre como me ponías a volar siendo niño jugando a superman. Seguirás siendo nuestro norte, nuestro ejemplo, el roble que nunca cae. Descansa en paz guerrero que igual te seguiré esperando para que el día que toque me recojas después de la jornada, sonriendo firme y alegremente. Adiós papá. Ha partido un grande en luna menguante, pero tu luz siempre seguirá brillando en nuestra memoria y en nuestros corazones…
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