Nadie debería poner en duda que David Cameron ha intentado ganar las elecciones en Reino Unido. Cuando nos encontramos al primer ministro británico en la estación de Euston a las 8.40 de la mañana, ya lleva casi tres horas de trabajo a sus espaldas. Tras las reuniones de primerísima hora en Downing Street, le espera una jornada de más de 12 horas con visitas a cinco circunscripciones y otros tantos mítines.
“Es muy frustrante”, explica Cameron -con un tono que no suena muy frustrado-, mientras el paisaje del sur de Inglaterra se desvanece desde la ventana del tren. “No haría todo esto si no me apasionara mi trabajo, es lo que quiero. Creo que la gente me ve como alguien algo parado, pero yo no soy así”.
Para nada. De hecho, la eficiente calma de Cameron le permite apagar cualquier fuego. Antes del desayuno ya se ha ventilado una docena de decisiones complicadas. Y siempre con una tranquilidad que sorprende. El brillo de su arquetípica carrera política -con 20 años ya asesoraba a ministros- hace que la capacidad del mandatario sea aún más pronunciada.
Sin embargo, sus partidarios reconocen que no es un hombre con suerte (algo que podría no encajar con sus origen de alta cuna). Elegido para liderar la modernización del Partido Conservador en 2005, Cameron ha completado su misión de forma aceptable. Ha llevado los derechos de los homosexuales y la conciencia por el cuidado del medio ambiente por primera vez a la agenda de los tories, todo con un tono conmovedor. Pero la tempestad financiera se cruzó en su camino y el déficit de dos dígitos en las arcas británicas, entre otras dificultades económicas ha terminado por apagar las promesas preferidas de Cameron.
Con la ayuda de las directrices de su aliado George Osborne, ministro del Tesoro, -que repasa sus notas sentado junto al primer ministro-, los recortes de gasto, la política monetaria y su apoyo a las empresas, la coalición que ha gobernado en Reino Unido ha conseguido producir un admirable crecimiento económico, avalado por la creación de dos millones de puestos de trabajo. Pero ni siquiera estas cifras han logrado empujar la valoración ciudadana del líder conservador. “Hacer un ajuste fiscal de 12.000 millones de libras y pretender que la gente esté dando saltos de emoción no es fácil”, argumenta.
Dinero y problemas
Éste es el principal problema de los tories en estos comicios. Su potente gestión económica ha sido más admirada fuera de las islas que dentro. A los británicos no les han convencido las recetas conservadoras. Partidos como el SNP (Partido Nacionalista de Escocia) -ahora más próximo al Partido Laborista de Miliband- han aprovechado la situación para subrayar que el origen de todos los problemas está en los recortes que ha ejecutado el gabinete de Cameron y Clegg. Otra dificultad todavía más preocupante es la baja productividad del país, que, por si fuera poco, ha ido acompañada de un pobre crecimiento de los salarios. Sin las dos premisas anteriores, los empleos creados nunca hubieran sido realidad. “La recuperación se ha notado más en el mercado laboral que en los sueldos… Pero prefería tener el milagro laboral y luego centrarme en mejorar la productividad”, explica Cameron.
Mientras las encuestas de opinión dejan claro que los ciudadanos creen que no hay necesidad de más medidas de austeridad, el ministro de Hacienda ya ha anunciado más impuestos y recortes en el gasto, incluidos 12.000 millones de libras en servicios públicos. Esta promesa de George Osborne no se lo ha puesto nada fácil al electorado conservador. Además, como anticipo de cómo harían frente a los problemas económicos y sociales, el programa del Partido Conservador no es muy ilusionante. Uno de sus platos fuertes es la promesa electoral de facilitar la compra de viviendas a las familias con rentas más modestas, una medida tachada por los críticos como efectista.
Naturalmente, Cameron niega estar intentando acaparar titulares con sus promesas. “Mire lo que estamos haciendo para animar a los negocios a seguir invirtiendo”, defiende para anunciar que bajará los impuestos para las empresas y promoverá planes regionales de crecimiento para relanzar la economía británica.
Son, sin duda, unas propuestas admirables, pero no son recetas mágicas para afrontar las necesidades en los salarios, las exportaciones y la productividad del país. Sin embargo, se puede decir que los conservadores británicos no están haciendo todo lo que pueden para hacer frente a la emergente debilidad de la economía británica. En esta parálisis conservadora empieza a ser preocupante la flema británica de David Cameron.
Durante un mitin en una fábrica de trenes en Crewe -al sur de Manchester-, un grupo de trabajadores escucha atentamente el discurso de Cameron -titulado “reequilibrando nuestra economía”- en una nueva demostración de su precisa oratoria. En el improvisado auditorio no se escuchan aplausos. “Sólo he tenido un aumento de sueldo en seis años”, se queja Eric, un pintor de los vagones de esta fábrica del centro de Inglaterra. “No le pienso votar”.
Europa y Escocia
David Cameron está tan interesado en intentar desmantelar a sus adversarios como en hablar más sobre la economía. La elección entre los tories y los laboristas ha sido torpedeada por la irrupción del Partido Nacionalista de Escocia, que será la llave para que Ed Miliband pueda llegar a Downing Street.
El líder conservador cree que es “profundamente escalofriante” que los separatistas del SNP sean los encargados de mantener unido al gobierno del Reino Unido. “Si esto ocurriera, se crearía un ambiente de animadversión que marcaría a nuestro país”, pronostica. “Como un unionista convencido, este escenario me preocupa realmente”. Pero, ¿no le ha lanzado la entrada de los nacionalistas escoceses un salvavidas político a Cameron? “No soy responsable de la caída de los laboristas en Escocia”, responde.
Una mueca de irritación se dibuja en la cara de Cameron cuando se le pregunta por la inestabilidad que ha generado su propuesta de hacer un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en Europa en 2017. “Hice esa promesa hace dos años y desde entonces los niveles de inversión extranjera han sido enormes”, defiende. Pero la promesa de la reforma europea permanece inconcreta mientras se siguen oyendo las voces que recuerdan que las reglas de la Unión Europea no pueden ser reescritas al antojo del líder conservador.
Cabe preguntarse si la mala fortuna del hábil primer ministro se debe sólo a las nefastas circunstancias en las que ha tenido que gobernar junto al líder de los liberaldemocrátas. Sólo las urnas tendrán la respuesta este jueves.