Por Ernesto Ekaizer / Ilustración: Sr. García
Nadie como la alcaldesa saliente de Valencia ha definido mejor lo que ha pasado el 24M. Desde luego, no es la explicación de un sociólogo de Oxford. Reconoce Rita Barberá que “los resultados son malos” y se funde en un abrazo con Serafín Castellano, a quien le susurra: “¡Qué hostia!, ¡qué hostia!”. Y siguiendo a Barberá es detrás de esta hostia donde se advierte un giro copernicano en la historia política española.
La caída de las dos grandes ciudades como Barcelona y Madrid, conocidas en el mundo entero, a manos de dos mujeres, Ada Colau y Manuela Carmena, ha sido la gran atracción de la prensa extranjera. No sin razón. Las dos mujeres, de acusada personalidad, han sido propulsadas por una fuerza motriz: Podemos.
Aquellos que advirtieron -prácticamente todos los expertos en sondeos- que el resultado electoral de 15 escaños del partido de Pablo Iglesias en las elecciones andaluzas era la señal de su estancamiento y declive irreversible se enamoraron al tiempo de otra fuerza política emergente: Ciudadanos.
La historia se repite. Lo que fue una tragedia para el PSOE en las locales del 22M de 2011 lo acaba de ser, grosso modo, el 24M para el PP; si aquélla fue una virtual primera vuelta del 20N, ésta parece serlo de las generales de finales de 2015. En otros términos, las elecciones del 24M se perfilaron, al nacionalizarse, por así decir, en el único y excepcional campo de batalla que podía permitir a partidos emergentes como Podemos y Ciudadanos disputar el electorado de tú a tú a los grandes aparatos del PP y del PSOE.
En este campo de batalla cabe recordar una figura estelar: Esperanza Aguirre. Su genio y figura han terminado por “contaminar” toda la campaña del PP. Los medios la aman. Ella les alimenta de titulares. Su nivel de exposición es tal que se convierte en el rostro del PP a nivel nacional.
¿Y qué rostro han visto los ciudadanos de toda España? El de la provocación, arrogancia y soberbia. Provocación, por elevarse por encima de la corrupción de Gürtel, Púnica y el espionaje en la Comunidad de Madrid mientras era presidenta; arrogancia, al convertir su falta de desobediencia a la autoridad el 3 de abril de 2014 en la Gran Vía madrileña en una persecución contra ella y soberbia al utilizar los métodos del senador McCarthy para destruir a su rival Carmena con infundios e insidias. Aguirre propuso un referéndum sobre su personalidad e ignoró que tenía enfrente a una candidata con historia que era cualquier cosa menos un apéndice de Podemos o, como diría Esperanza Aguirre en privado, un tonto útil.
La polarización extrema, que Aguirre ha aprendido de Aznar, contribuyó a “nacionalizar” la elección de Madrid y la proyectó a la arena de España. Mientras Aguirre seleccionó entre sus temas “nacionales” a ETA, el Grapo, Venezuela, los disfraces de Podemos, y añadió los tema personales -la destrucción personal de Carmena con las referencias a su pasado comunista y a los avatares empresariales de su marido-, el movimiento de mujeres encabezado por su rival dedicó sus energías a desarrollar el embrión del nuevo ayuntamiento con una actividad dirigida a definir la nueva ciudad de Madrid.
Aquí en este punto, en la actividad comunitaria y social encontramos la convergencia entre Carmena y el activismo de Colau en Barcelona, precedida por su liderazgo nacional en la lucha contra los desahucios. El triunfo de Podemos ha consistido en dejar la acción a los protagonistas, a los líderes sociales. Es como si los profesores universitarios o intelectuales hubieran dejado el trabajo a los obreros y trabajadoras sociales.
Las consecuencias
He aquí descrita, pues, la dinámica de la situación. Ahora vayamos a las consecuencias. La alianza entre Podemos y el PSOE en ciudades como Madrid es un desenlace inevitable. Porque para Pedro Sánchez lo contrario sería acelerar la pasokización del PSOE, el hara-kiri.
¿Vale lo mismo para Ciudadanos en la Comunidad de Madrid, a saber, aliarse para que gobierne Cristina Cifuentes? ¿Sería también su hara-kiri? Con toda la repercusión mediática de sus resultados, son pocos los ayuntamientos o comunidades donde la posición de Ciudadanos es determinante.
Si Albert Rivera sale a socorrer a Mariano Rajoy a través del salvamento de Cifuentes ello supondría amortiguar o limitar la crisis de PP que implica la colosal pérdida del Ayuntamiento de Madrid y el tsunami del 24M. Rivera ha vuelto a insistir, tras los resultados, en una condición: la regeneración. El PP ya ha rechazado este punto antes de las elecciones. Es que es una mision imposible porque debería empezar por la cúpula del partido. La regeneración, pues, exigirá mucho más que el tsunami del 24M.
Rivera tiene ante sí el síndrome del líder británico, el liberal demócrata Nick Clegg, quien pasó de cosechar el 23% de los votos en 2010 a apenas un 8% hace pocas semanas, tras su alianza con David Cameron. La diferencia es que en un clima tan acelerado de descomposición política como en España y con elecciones generales a la vista, Rivera podría sufrir en seis meses lo que a Clegg le llevó cinco años.
Pero este juego en el que están inmersos los partidos tampoco se desarrollará en el vacío. Los ayuntamientos y comunidades están atados por los compromisos del gobierno del PP con la Comisión Europea y el Banco Central Europeo. Y Rajoy aprovechó su rueda de prensa del lunes 25 de mayo para recordar que cualquier pacto que el PP venga a cerrar tendría que asumir el objetivo de déficit del 4,2%.
Después de alardear sobre nuevas bajadas de impuestos durante la última semana de la campaña electoral, Rajoy cambia de rostro y solo al día siguiente nos dice de hecho que se acabó la juerga y vuelve a exigir austeridad. Bruselas, Fráncfurt, Berlín y Washington están observando atentamente a España. Por ello, las medidas que se vayan a aplicar en los ayuntamientos y comunidades autónomas dominadas por alianzas progresistas no serán fáciles ni pacíficas.
El Gobierno de Rajoy será ahora el guardián de la responsabilidad fiscal, el representante de Bruselas ante las ocurrencias de los recién llegados.