Vivimos en una sociedad cada día más hiperactiva. Todo está impregnado por la prisa, siempre andamos apurados, sin tiempo. Aquejados por estrés, adicciones, trastornos de déficit de atención, burnout, cansancio crónico. El vértigo nos parece normal porque siempre nos están recalcando que hay que vivir el presente. Hay que ser productivos, eficientes, rápidos, buenos padres, buenos hijos. Hay que serlo todo, pero ya. El único mandato es la vida plena a su máxima expresión.
El supermercado puede ser un buen lugar para ver algo de esa ansiedad e intensidad inculcadas. Habrá un chocolate negro «85% intenso», una botella «vodka intenso», el sabor artificial de snack «muy intenso» o un «Magnum chocolate intenso». En efecto, una simple visita al supermercado confirmará el diagnóstico de Tristan García: nuestra época está obsesionada con la idea de la intensidad.
En La brevedad de la vida, Séneca diferenciaba entre existir, que es perpetuar la vida, y vivir, que es aprovecharla. Para Séneca, la vida solo se aprovecha verdaderamente cuando se consagra a los ideales de la sabiduría y la virtud, dejando de lado las pasiones y los negocios diarios que son solo formas de malgastar el tiempo. Muy distinto al ideal contemporáneo de sociedad dibujado por García en su libro La vida intensa. Una obsesión moderna. Hacer lo que dice Séneca, para la mentalidad moderna, es un completo desperdicio de vitalidad. En la actualidad lo que prevalece es aquello de haz lo que quieras, pero con intensidad.
«Ganar una partida online especialmente difícil, permitirse un pico de velocidad en una carretera desierta, saltar en elástica, en caída libre, lanzarse desde lo alto de un acantilado, abrir una vía de escalada, salir a cazar, subir al escenario con un nudo en el estómago por el miedo escénico», precisa García.
Vida plena
García considera la intensidad como una forma de experimentar la vida de manera plena y auténtica. Examina cómo influye en nuestras emociones, pensamientos y acciones para llevarnos a vivir de manera más significativa. Pero la intensidad de la vida no depende de la rapidez de las acciones, sino de la precisión de las decisiones. Cuando tú decides tú trabajo adecuado, tu pareja adecuada, etc., vives con mayor intensidad.
El filósofo francés explora temas como la autenticidad, la libertad y la responsabilidad. Señala la importancia de conectar con nuestras emociones y deseos más profundos para descubrir nuestro verdadero ser. Implica vivir de manera apasionada, pero comprometidos con nuestras acciones y decisiones. Invita al lector a reflexionar sobre su propia vida y a cuestionar las estructuras sociales y culturales que a veces limitan nuestra capacidad de experimentar la vida de manera plena.
En el texto describe nuestro vértigo y nuestras ansias, pero también nuestros miedos y miserias tras haberse convertido la existencia en una montaña rusa eterna. «En el mundo contemporáneo, cualquier mínima proposición de placer es una pequeña promesa de intensidad. La publicidad no es más que el lenguaje articulado de esa embriaguez. Lo que se nos vende no es solo la satisfacción de nuestras necesidades, es la perspectiva de una percepción aumentada», dice. Un horizonte perpetuo de clímax constante.
Estado de alerta
El uso generalizado de tablets y smartphones nos mantiene en estado de alerta continuo. Notificaciones nos avisan de cambios de estado, de emociones al tiempo que propician un consumo inmediato de contenidos. Nos incitan a responder a varias aplicaciones o, incluso, pantallas simultáneamente. No hay corte ni pausa, es un discurrir continuo. Somos cada vez más impacientes, producto de la cultura de la inmediatez en que estamos insertos. La saturación de la atención pone en peligro nuestras habilidades críticas”.
Remedios Zafra, especialista en cultura contemporánea, explica que a lo largo de las últimas décadas varios factores han convergidos y provocado que «nos creamos casi inútiles cuando pasamos algo de tiempo tirados en el sofá, pensando sobre nosotros o sopesando cualquier asunto, importante o no». Para el escritor Santiago Alba Rico, la búsqueda de intensidad es una huida de la experiencia. Esta implica, incluso etimológicamente, un exterior, el impulso hacia afuera para poner a prueba el cuerpo la independencia del mundo. La intensidad, en cambio, tiene que ver con la intimidad, con lo que se vive dentro con una profundidad redonda y abismal.
Todos tenemos las mismas experiencias fabricadas por la industria del entretenimiento estereotipadas, y necesitamos de esa intensidad estándar que, en realidad, somos incapaces de vivir. Al final no sentimos nada porque estamos todo el tiempo intentando sentirlo todo al máximo hasta el límite. Y si todo, todo el tiempo, es intensidad, nada es ya intenso en realidad».
Una parada
El ensayista José María Esquirol defiende la idea de reposo para tomar aliento y activar el recogimiento. «Descansar indica una saludable conciencia de los límites». Para Alba Rico, se debería buscar menos intensidad y más momentos de aburrimiento, introspección, interrupción y parada: «Una hora oscura, densa, quieta es la condición misma de toda experiencia real. Más realidad, menos intensidad». Con el tiempo, toda forma de intensidad se vuelve costumbre, y el buscador de intensidades necesita nuevas dosis, nuevas fuentes.
Alba Rico considera que «deberíamos buscar menos intensidad y más momentos de aburrimiento, introspección, interrupción y parada». La filósofa española Teresa Langle de Paz invita a transitar de manera diferente, menos ansiosa y menos intensa, pero con el brillo que trae la serenidad. «La cotidianidad es una angostura que se llena con el paso de los días. Se deshace perezosa del sentido que le confiere la aceleración de la modernidad. Con la velocidad, la vida parece escribir algo, dirigirse a algún lugar. Mas cuando el camino se detiene todo está pleno de significado y cada minuto se desborda en sí mismo. Es la vida es estado puro lo que se nos ha olvidado», manifiesta.
El filósofo coreano Byung-Chul Han asevera que cada época tiene sus enfermedades emblemáticas. En el lejano Medioevo era la peste, la muerte masiva concebida como castigo divino en general. Ahora, según Chan, es la depresión, que acontece por la exigencia de rendimiento absoluto al que estamos sometidos. Quien no puede rendir como se nos exige, se hunde. Es la sociedad del cansancio, de la melancolía que nos aguarda cuando percibimos que no queremos o que no podemos hacer todo aquello a los que nos obliga esta sociedad imperativa y frenética.
Rendir todo el tiempo y en todo momento puede implicar el decaimiento, el abismo de la sensación de imposibilidad, del sinsentido de la sociedad de la hiperactividad. La depresión podría concebirse como rebelión frente al sinfín de obligaciones.
Buscar el equilibrio
Para lograr reducir el estrés y desasosiego propios de estos tiempos pueden poner en practica cualquiera de estas recomendaciones de especialistas.
- Usar técnicas de relajación como la respiración y/o meditación.
- Tener en agenda planificadas las actividades del día antes de salir de su casa, calculando más tiempo del necesario para cada actividad y evitando planear demasiadas actividades.
- Capturar con la camara fotografías de momentos que importan para mantenerse enfocado en el aquí y ahora.
- Aprender a decir no. Aceptar todo lo que te proponen y todo lo que surge te hace vivir a un ritmo que te deja exhausto.
- Jerarquizar las tareas que tiene por delante.
- Aprender a decir que no y saber delegar o pedir ayuda.
- Introducir pausas a lo largo del día.
- Realizar ejercicio físico.
- No dejar que su agenda lo gobierne y postergar lo que no se pueda hacer.
- Cuando esté con su pareja y sus hijos o con sus amigos, apague el celular.
- Tomarse tiempo para disfrutar de la comida.
- Pasa tiempo a solas consigo mismo, en silencio.